A los 6 años, Gregorio Martínez llegó a Unión Florida donde conoció a María Eugenia Stampella. Ambos jugaban al básquet. A los 17, se pusieron de novios. Unos años después se casaron y hoy sus hijas juegan en el mismo club donde también hicieron la fiesta de 50 años. Entre medio, Stampella le pidió a Martínez que se hiciera cargo del equipo femenino cuando estaba a punto de desaparecer. Martínez aceptó: lo dirigió por 15 años, con títulos y ascenso incluidos. Hoy es el nuevo entrenador de Las Gigantes, su gran desafío dentro del plan que la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB) definió para potenciar el deporte, aunque su identidad sigue ligada al club de Florida, ícono del desarrollo del básquet femenino.

–¿Qué representa el club de toda la vida?

–No me imagino la organización del deporte sin los clubes de barrio. Me crié ahí y el club me adoptó. Tengo obligaciones con él porque me formó, me cobijó en los peores momentos de mi vida y hoy contiene a muchos deportistas con otras problemáticas. Más allá de la importancia sentimental, los clubes de barrio son un hecho y un sostén fundamental del deporte argentino.

–Después de haber estado siete años en Obras Sanitarias entre mánager y técnico, ¿veías posible la vuelta a la Selección femenina?

–No lo tenía como objetivo. En 2011 renuncié a los tres meses porque no estaban dadas las condiciones que creía necesarias. Ya no lo tenía en el radar, pero apareció la oportunidad y siempre es muy motivante. Lo tomé porque me entusiasmó el proyecto. Ahora me preguntan por qué vuelvo al femenino si me estaba yendo bien en el masculino. Para mí no hay femenino o masculino, sino equipos de básquet.

–¿Por qué te fueron a buscar?

–Se dieron algunas cosas. Vengo de dirigir mucho tiempo básquet femenino y con buenos resultados. Además, Fabián Borro (presidente de la CABB) me conoce. Por un lado, está mi experiencia, conozco a Fabián y además el proyecto es muy ambicioso. Tenemos un sueño: nunca un equipo de básquet femenino participó en un juego olímpico y queremos lograrlo. Para poder hacerlo necesitamos un proyecto deportivo que nos arrime y que, además, deje una base. Estamos en el camino de ese sueño y necesitamos ampliar la cantidad de chicas que juegan al básquet en el país. Se dio un primer paso con la apertura de 46 escuelas de formación donde no hay básquet femenino. Estamos buscando realmente algo que perdure y eso me entusiasma. Tenemos que construir un básquet femenino más grande. Hoy ocupa un lugar de poca trascendencia. Pero no sólo se trata de lo que nos tienen que dar, sino de lo hay que construir y generar. Tenemos que pedir un piso de igualdad, sin dudas. Y también poner lo nuestro.

–¿Cómo se recompone la relación con este plantel que viene golpeado por el episodio de las camisetas en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 y por los reclamos de este año?

–Hay que hablar claro. Tenemos que reconstruir la confianza entre todos. Muchas deportistas me conocen por haber dirigido o jugado en contra y eso favorece a restaurar la confianza, el orden y las buenas sensaciones. No hay que olvidar lo que pasó, sino tomarlo para mejorar e ir restaurando la confianza.

Las jugadoras piden un básquet digno, profesional y con igualdad de derechos. ¿Se puede lograr?

–Algunas cosas están en el presupuesto y otras no dependen de nosotros, como la profesionalización. Sí podemos impulsarla. Siempre me gusta sacar algo positivo incluso de una tragedia. Lo que pasó en Lima fue una vergüenza, el hecho más bochornoso del deporte, pero también puso sobre la mesa algunas cosas que no se estaban viendo. El que se olvidó las camisetas lo hizo porque no era el utilero. Todos habíamos naturalizado la falta de oportunidades del básquet femenino y agradecíamos cuando nos daban una migaja. En la foto de la premiación del básquet masculino en Lima no entraba la gente que acompañaba al equipo y el femenino 48 horas después no tenía utilero. Es una barbaridad y no fue la primera vez. Si no hubiera pasado eso, tal vez las chicas eran podio. El papelón histórico puso arriba de la mesa algo que estaba mal. Por eso digo que no viajemos más sin utileros ni dirigentes. Tenemos que generar un piso digno de prestación y de condiciones para trabajar con normalidad.

–¿Fue un pedido antes de asumir el cargo?

–Conocer a Borro de Obras Sanitarias y este piso del que hablo con él no era ni discutible. No había siquiera necesidad de hablarlo.

–¿Cuál es tu método de conducción?

–Tengo la necesidad de establecer un vínculo fuerte con mis jugadores. Soy muy exigente, apasionado y establezco una relación afectiva. Tengo buena relación más allá de que a algunos les gusten o no mis formas. Eso se construye de manera natural, demostrando calidez y rigurosidad cuando es necesario. Cuando digo establecer un vínculo de afecto no significa que sea amigo ni privarme de ser duro. Y de hecho soy muy duro, lo sé.

–Cuando empezaste a dirigir básquet masculino, ¿hubo prejuicios por llegar desde el femenino?

–Sí, resquemores de alguno que pensó que no podía opinar porque venía del femenino. Había muchas dudas alrededor, pero no eran mías: el básquet es el mismo, pero con distintos intérpretes. Hay diferencia de juego y de nivel pero no es determinante para establecer quién puede dirigir. Creo que me ha ido bien tanto en el femenino como en el masculino.

–¿Qué no le puede faltar a la Selección?

–Necesitamos tres cosas: entrega, compromiso y el intento de jugar bien todo el tiempo.