La decisión de comenzar la carrera de entrenador fue el camino que rescató a Paolo Montero del drama cotidiano. “De la noche a la mañana te encontrás sin nada”, describe, con la voz gastada, sobre los días después del retiro. A los 34 años, después de una extensa carrera en la Juventus, el uruguayo eligió jugar su último partido en Peñarol en mayo de 2007. Intentó reacomodarse como representante de jugadores, pero no se encontró. Sintió que era un terreno extraño. Le faltaba la esencia: pisar la cancha, vivir la adrenalina del juego y disfrutar la rutina de los entrenamientos.

–¿Te costó dejar el fútbol?

–Colgar los zapatos fue más difícil de lo que imaginaba. Acá les dicen botines. Pero nosotros les decimos zapatos. Pensé que lo tenía más asumido. Yo arranqué a los 14 años en Peñarol y desde ahí no paré. También tiene que ver con la manera en que nos tomamos el fútbol. De la noche a la mañana te encontrás sin nada, tirado en un sillón, con un control en la mano buscando partidos de fútbol. Andás en la vuelta y tenés 34 años. Para el fútbol era viejo, pero para la vida era un nene de pecho.

–Te queda mucho…

–¡Si no me llama el barbudo!

–¿Ser representante no te convenció?

–Después de dejar el fútbol estuve con eso y deambulaba por toda Europa. Siempre estaba viajando, viajando y viajando, y encima estaba solo en los hoteles. Hasta que me levanté una mañana y decidí anotarme en el curso de entrenador en Montevideo. Ahí arranqué. Me costó un tiempo darme cuenta de que lo mío es estar dentro de un estadio y en un vestuario. Hoy no convivo con los jugadores porque estoy en otro lugar. El hecho de entrenar, de volver a la rutina, de planificar y de saber que cuando te levantás vas a hacer algo, me devolvió la energía. Si bien es desde otro lugar, me gusta volver a vivir la previa y la adrenalina del partido. Lo más difícil fue correrse del lugar de jugador. Fui a un psicólogo para que me ayude y con el tiempo decidí tirarme a la carrera de técnico. Por suerte ahora seguimos entrenando y estamos muy contentos con este camino.

–¿Qué es ser entrenador?

–Es usar el sentido común y hacer lo que decís que hacés. También es importante lograr que el jugador se sienta cómodo y sepa que puede hablar lo que le parezca. Lo que voy viendo es que la mayoría de los futbolistas ya sabe lo que tiene que hacer y con una mirada alcanza para hacerte entender.

–Llevás un poco más de un año cómo técnico, ¿qué aprendiste?

–Trato de sacar y robar lo que me enseñaron todos los entrenadores que tuve más allá de que voy generando mi idea. Intento sacar algo de todos. Agarro lo mejor de cada uno y sobre todo le presto mucha atención a cómo manejarme con el grupo. Lo más importante es el trato y la comunicación con el jugador. Es clave sostener la credibilidad con el futbolista.

–¿Qué Colón se va a encontrar el que vea a tu equipo?

–No me quiero poner el casete pero no va a ser fácil ganarle a Colón. Va a ser un equipo aguerrido y queremos ser protagonistas. Sabemos que hay rivales duros pero adentro de la cancha es como alguna vez dijo (Carlos) Griguol: está Maradona y después son todos parecidos. Con unión, con esfuerzo y con trabajo las cosas salen. Creo mucho en la suerte, pero la suerte arranca el martes cuando empezás el entrenamiento de toda la semana para jugar el partido.

–Colón es un desafío pero también un riesgo porque arrancan complicados con el promedio.

–Sabemos dónde está Colón, pero nos gusta el desafío. Es un riesgo pero a veces en la vida hay que arriesgar. Estoy convencido de que hay buenos jugadores y que es un campeonato muy parejo. En Boca Unidos llegamos con una situación dura y pudimos hacer un buen torneo, en el cuarto lugar con 44 puntos. En ningún momento pensamos en el descenso. Todas las personas que estamos en este cuerpo técnico somos muy positivos.

–En tu presentación en Colón hablaste del fracaso. ¿Qué es el fracaso?

–Es una palabra que usan los mejores deportistas de todos los tiempos. Para mí el fracaso es eso: caer y no poder levantarte. Como jugador tuvo fracasos pero en la pretemporada estaba al pie del cañón para entrenar mejor y poder seguir logrando cosas. En Sudamérica se vive el fútbol con mucha intensidad. Hay que educar con la idea de que se puede perder. El tema es la manera: podés perder pero si das todo no hay problema.

–Hay que acostumbrarse al fracaso…

–Claro, yo perdí finales de Champions y me acuerdo al pie de la letra de las tres. De repente te acordás más de las derrotas que de los triunfos y la gente también te las recuerdas.

–En la Juventus jugaste con Zinedine Zidane, Roberto Baggio y Alessandro Del Piero. ¿Qué te llevaste de esa experiencia?

–Lo que más aprendí de ellos fue la simpleza. Es justo que hayan sido los mejores por cómo se entrenaban y por la humildad que tenían. Cuando llegué a la Juventus aprendí que los más grandes son los más humildes.

–¿Seguís hablando con Zidane?

–Sí. Antes y después de la final de la Champions nos mandamos algunos WhatsApp. Hablamos un poco, pero los dos somos de poco hablar. Nos preguntamos cómo estábamos, por la familia, le mandé mis felicitaciones y no mucho más. De fútbol hablamos poco. Son charlas para saber cómo anda cada uno y listo.