Verónica Moreira (antrópologa) y Rodrigo Daskal (sociólogo) tenían dos puntos de interés para escribir Clubes argentinos. Debate sobre un modelo, el libro que acaban de publicar. Uno era el académico: ampliar el conocimiento. El otro era desnaturalizar lo que se creía natural. «Así como un extranjero se sorprende cuando conoce el modelo de los clubes en el país, también pasa con un argentino, incluso con hinchas. No todos tienen claro qué es un club en la Argentina», dice Daskal. El libro, que fue editado por la Universidad de San Martín y se presentará el próximo miércoles en la Feria del Libro, propone una mirada sobre una discusión que regresó a escena (ya estuvo ahí a fines de la década del noventa) desde que Mauricio Macri asumió como presidente: los clubes como asociaciones civiles sin fines de lucro frente a los intentos privatistas, la idea de convertirlos en sociedades anónimas.

–¿Y qué es, entonces, un club en la Argentina?

Verónica Moreira: –Una asociación que congrega a sus asociados, no solo para actividades físicas, sino sociales y culturales. A su vez, hay una diversidad y heterogeneidad. Porque una cosa es un club de fútbol profesional, y otra es un club que no tiene fútbol profesional sino otros deportes amateur. En la Argentina los clubes tienen una característica que los distingue de los de otros países, y es que los socios son los dueños y tienen participación política. El desarrollo de las partes democráticas los ha distinguido.

Rodrigo Daskal: –Los clubes también son un capital social, lo que está vinculado a cómo la gente establece relaciones de confianza, con objetivos comunes y bajo la forma asociativista. Yo considero que los clubes deberían considerarse patrimonio cultural de nuestro país. 

–Algo que cuentan en el libro es esa contradicción entre la calle como identidad del fútbol argentino y la aparición de los clubes, ¿el club reemplaza a la calle o la complementa?

VM: –Lo complementa. De hecho, los pibes se forman en los clubes, en categorías inferiores. No se oponen, hay una línea de continuidad.

RD: –El mito del fútbol argentino es que nace de los baldíos y los potreros, ahí nace un estilo, las zonas libres, como las llamó Eduardo Archetti, donde los pibes jugaban al fútbol. Pero el modelo institucional en el que se compite es el club. El discurso formal de algunos clubes era que incorporaba a los jóvenes para que no estuvieran en la calle. Esto se va dando cuando se urbaniza la ciudad. Ahí hay una contradicción, la idea de que es más seguro frente a los peligros de la calle.

–Después de la fundación, ¿cuál es el momento de mayor desarrollo de los clubes?

VM: –Te diría que las décadas del veinte y treinta. En la década del treinta comienza a agrandarse la masa de asociados. En Independiente se creó la sede. Porque crecen los socios, crecen los ingresos. 

RD: –La década del treinta inaugura la explosión masiva de espectáculos futbolísticos. Los clubes tienen tres dimensiones: la del fútbol, la económico-financiera y la social. Las tres se relacionan, pero la del fútbol tira el carro. Entonces, cuando explota el fútbol, se consolida el espectáculo deportivo y los clubes pegan un salto muy grande. 

–En el libro sostienen que los clubes no fueron un territorio dominado por el peronismo, aunque esa parecería una idea generalizada.

RD: –El peronismo no dominó el fútbol claramente. En la huelga del ’48 se ve que el gobierno no puede resolver el problema. Hay clubes que se alejan del peronismo, clubes que se acercan, y clubes que se mantienen prescindentes.

VM: –El peronismo, eso sí, le dio mucho impulso al deporte, a las competencias, hubo una política de Estado de desarrollo al deporte.

–¿Por qué el modelo de asociación civil no se pudo modificar hasta ahora en la Argentina?

VM: –Los asociados tienen conciencia de que el club les pertenece, tienen presente que son los dueños de las instituciones. No son todos los socios. A algunos no les interesa. Hay una cierta tradición que pesa. Por otro lado, los mismos dirigentes tienen esa misma postura.

RD: –Es cierto eso. Yo agregaría que la clase política en los clubes también funciona corporativamente y, pese a que tienen diferencias, a la hora de cerrar las puertas de las sociedades anónimas, lo hacen. Hay un consenso frente a sus diferencias. Esto fue siempre así. Nosotros ponemos que aparecen los dirigentes personalistas, con una doble faceta, próceres de sus clubes por las cosas que consiguieron pero a la vez fueron cuestionados, como Alberto J. Armando, Antonio Liberti o León Kolbowski. Grondona es el último exponente de ese tipo de dirigentes. Es el último exponente fuerte de ese tipo de dirigente con esa característica. Con Grondona se consiguió lo que no se consiguió antes, pero después está todo lo cuestionable de su gestión.

–Sin embargo, como ustedes cuentan, ¿por qué sí ocurrió con otros países?

RD: –La potencia del fútbol no fue tan fuerte como lo fue en la Argentina en el siglo pasado. Al ser tan fuerte la aparición del fútbol, la fundación de clubes fue una especie de marea. Eso fue distinto en Brasil o en Chile.

VM: –Y además no hubo una conciencia tan fuerte como en la Argentina de que los clubes son de los socios. Eso en la Argentina es paradigmático.