No es frecuente que el cine comercial produzca películas sobre ajedrez. Por eso en el ambiente de los trebejos se esperaba el estreno de La jugada maestra, que llegó hace pocas semanas a las salas porteñas y que retrató el duelo por el campeonato mundial que Bobby Fischer le ganó a Boris Spassky en 1972, en Rejkiavik, Islandia. Pese a que su título (y también el original, Pawn sacrifice) remite al tablero, el enfrentamiento excedió el mundo del deporte y fue un ejemplo de cómo la Guerra Fría se jugó en muchos planos.

El film hace foco en la paranoia de Fischer. El personaje que encarna Tobey Maguire se la pasa buscando micrófonos y sospechando de los fotógrafos y del público. Eso llevó al estadounidense a no presentarse en la segunda partida, hecho que casi le cuesta la descalificación.

La película, sin embargo, no profundiza algunos aspectos que rodearon al bien llamado Match del siglo. Por ejemplo, la presión de ambos gobiernos: a los llamados de Henry Kissinger para que Fischer dejara de quejarse y se sentara a jugar, se sumó la preocupación del Politburó, que supervisó la preparación de Spassky con tantos grandes maestros cuyas opiniones se contradecían. El deslumbrante nivel del americano en las eliminatorias hacía que los soviéticos temieran perder la corona que sus jugadores mantenían desde 1937 y que, creían, probaba la superioridad intelectual de su pueblo. La trama no se mete en la manera espectacular en que Fischer dio vuelta el match. Tampoco hace justicia con Spassky, interpretado por Liev Schreiber: lejos de ser un playboy, el campeón no simpatizaba con el comunismo y debió pagar su derrota con el exilio en Francia.

A pesar de todo, el relato es apasionante, incluso para quienes no entienden de ajedrez. Hollywood se quedó corto en muchos detalles, pero es cierto que el genio de Fischer y la tensión que rodeó esa historia no entraban en una sola película.