Juan Forn es el dueño momentáneo de la pelota en el fútbol cinco. El equipo de los escritores tiene un refuerzo de lujo: Ricardo Bochini. Forn levanta la vista y mete un pelotazo al pie de un compañero. Precisión. “¿Qué hacés, nene? ¿Tas loco? Esto es por el piso”, le dice Bochini. Forn, entonces, se evade del juego: su ídolo lo acaba de regañar. Los escritores pierden el partido. “Una derrota cultural”, coinciden. Hincha de Independiente, Forn conoció a Andrés Ducatenzeiler antes de que fuera el presidente con el que ganó el Apertura 2002. Ducatenzeiler trabajaba en una librería y hacía el taller de escritura con Antonio Dal Masetto. “Brindo por ellos, y brindo por el Duca, y brindo por todos los hombres de Independiente que están dando la vuelta en este momento, cada uno a su manera, en donde sea. Somos campeones otra vez”, escribió en Página/12 tras el último título local de Independiente.

El viernes, dos días antes de su muerte a causa de un infarto, Forn había visto a la selección argentina ante Uruguay por la Copa América. Estaba tan feliz por Lionel Messi que había omitido en la charla con los amigos de la Costa Atlántica la presencia de Nicolás Otamendi en el equipo. Forn amaba a Messi con locura, casi tanto como a Bochini. Y miraba con desvelo los partidos del Manchester City del Kun Agüero, último ídolo de Independiente. También solía juntarse con el escritor argentino Abelardo Castillo a ver los partidos de la selección. “Tuvimos una larguísima amistad y muy linda -contó Forn en el blog El Calibán en 2019-. Nos gustaba hablar de lo que leíamos, ver películas juntos y también nos gustaban pelotudeces como ver partidos de Argentina o ver al Gordo Nalbandian o Ginóbili. Nos gustaba ver deportes juntos”.

Forn encontró en el fútbol una clave para gambetear los mandatos de la alta sociedad. En el colegio Cardenal Newman de San Isidro, los hombres se formaban en el rugby. Él era el raro, el rebelde. “Jugaba en el equipo de fútbol de Macri -recordó de su compañero-. Macri era suplente, entraba cuando los partidos estaban definidos. Hasta que salí del Newman vivía en una burbuja. A los 15 me gustaba el rock, empezaba a escribir poesía, quería rebelarme”. Escribió Damián Huergo en la revista Anfibia: “A pesar de su escolarización formal, Forn nunca se sintió un Newman Boy. Cuando sus compañeros de curso jugaban al rugby, él corría detrás de una pelota de fútbol”. Forn, coinciden sus amigos, jugaba muy bien. “A Juan Forn futbolista me lo acuerdo con talento bicho, narcisismo elegante y solvencia fiola, un poco como el Bochini al que vio brillar en la adolescencia en su Independiente. Era de esos jugadores que juegan para sí mismos y también para el equipo, sin orden de prioridades. Lideraba mirando hacia adelante, creaba solidaridad con los leales pero no se privaba de resoplar por las fallas de los inútiles”, dice el periodista y tallerista Santiago Llach.

En la cancha, Forn era también una máquina narrativa. “Tengo que confesar que me pesaba a veces jugar en su mismo equipo. Juan era una radio: no paraba de hablar, de comentar el partido, de dar consejos, sugerencias, recomendaciones, de cómo debíamos jugar los demás. En ese sentido, se me ocurre, jugaba como lo que era: narraba el partido pero, además, trataba de mejorar el juego de los otros, como hacía cotidianamente en su trabajo como editor”, recordó el cineasta Andrés Di Tella en La Agenda. Desde 1995 hasta 2001, cuando le diagnosticaron una pancreatitis y decidió empezar una nueva vida junto al mar en Villa Gesell, los miércoles de Forn eran de fútbol en el barrio de Saavedra. “Me sacaron todo lo que me gustaba: el diario, escribir de noche, fumar cuarenta cigarrillos, tomar la droga que ande por ahí. Aunque nada me costó tanto como dejar el fútbol”, confesó en Noticias en 2018. “No sé en cuánto habrá influido que no tuviera el fútbol en lo que le pasó”, dice ahora el historiador Klaus Gallo, amigo, organizador del fútbol de los miércoles.

En 1992, como director de la colección Espejo de la Argentina de Editorial Planeta, Forn editó Díganme Ringo, la biografía del boxeador Oscar Bonavena, de Ezequiel Fernández Moores. Eran tiempos en que casi nadie editaba un libro deportivo. “Aparte vio como ‘espejo de la Argentina’ al propio Ringo. Eso es tener una mirada amplia”, dice Fernández Moores. Durante el Mundial de Rusia 2018, Forn compartió un programa de radio los domingos a la tarde junto a Miguel Rep, amigo y dibujante. En “Ruso el que lee” (AM 750), Forn aprovechó para contar las historias de su amada literatura soviética.

En 1994, Forn había visto en la cancha el Argentina-Nigeria del Mundial de Estados Unidos: “Estaba en Boston becado para terminar una novela y me fui al partido contra Nigeria sin tener entrada”. Argentina le ganó 2-1 a Nigeria con goles de Claudio Caniggia en el Estadio Foxboro. Llegaría el doping. Fue el último partido de Diego Maradona con la camiseta argentina. “Esos que no pueden ni pronunciar su apellido sin hacer una mueca”, definía a los antimaradoneanos, porque “Maradona despierta una especie de gorilismo, es el hecho maldito no sólo para el planeta FIFA”. En pleno Mundial de Sudáfrica 2010, con Diego como entrenador, Forn escribió: “Qué lindo es ver a Maradona antes de los partidos con la pelota en los pies, exigiendo a sus jugadores con toques cortos, repitiéndoles por última vez lo que quiere que hagan en la cancha, y después echándose un pique para volver al vestuario y ponerse el traje. Es obvio que todavía se siente jugador, es obvio que es mucho más que un técnico, tanto para sus jugadores como para la tribuna”.

Después de la muerte de Maradona, Forn sumó su mirada. “Superhéroes de pacotilla, de la Marvel -escribió a partir de una foto viral en la que Superman y otros le hacen un pasillo a Maradona-: a él, que nunca fue un muñequito, que rompió todos los moldes por ser de carne y hueso, por ser tan rabiosamente humano”. A pesar de que sabía de fútbol, de que estaba al tanto de los resultados y los jugadores, Forn escribió poco con la pelota como guiño en las contratapas. En sí, pocas historias deportivas. En enero, sin embargo, se despachó con la gran historia del Torino de Gigi Meroni y “la patria catenaccia”. Una razón de por qué prefería no escribir acerca de fútbol y de deportes acaso la dio como sin querer, como un pase de cachetada, después de que el año pasado le insistiera para entrevistarlo a partir de esos ejes. “No tengo ganas de hablar de fútbol -me dijo-. No es lo mío. Prefiero ser un aficionado anónimo”.