– ¿Qué almorzaste Luquitas?, pregunta José Luis Nougues, el entrenador, mientras conduce.

– Fideos con un poco de jamón y de pollo. Responde Lucas Arce, peleador de kick boxing profesional, argentino, 26 años y 60 kilos.

El auto avanza por la avenida Nazca rumbo al Polideportivo Roberto Pando de Boedo, zona sur porteña, territorio santo. Allí lo espera el chileno Daniel Choque, entrenado en Brasil, para disputar la semifinal del Challenger GP, minitorneo de cuatro participantes que se desarrollará en el marco del WGP 43, el evento internacional de kickboxing más importante de Sudamérica. 

La otra semifinal la pelearán el argentino Facundo Suarez y el brasileño Bruno Cerutti. Arce, conocido como El Niño, ya peleó con los dos. Pero con Suarez hay rivalidad: se enfrentaron cinco veces; dos triunfos para cada rincón y un empate. Además, El Niño lleva los colores de Argentinos Juniors, mientras que Facundo luce los de All Boys. Pero la contienda es marcial, no futbolística. Ellos representan a sus dojos. Mientras que Arce entrena en el gimnasio de Pablo “Mudo” Roa; Súarez lo hace en el de Nicolás “Picante” Ryske. Roa y Ryske son guerreros legendarios de las arenas. También pelearán esta noche. 

No pasan 25 minutos que José Luis Noguera estaciona sobre la calle Mármol, a media cuadra de la puerta de ingreso. El calor de Buenos Aires anuncia una velada agobiante. Del baúl sacan los bolsos con bucales, inguinales, vendas, y caminan con musculosas rojas que en el pecho tienen escrito AAAJ y en la espalda lucen el 82, “La Pelea” en clave quinielera. 

Nougues y Arce caminan entre camisetas de San Lorenzo. Nadie dice nada. Si esto fuese futbol, habría problemas. Pero es kick boxing y manda el respeto. Algunos, hasta piden fotos. El Niño es reconocido por su valentía; gana y pierde, como cualquier mortal, pero lo deja todo. Y el público lo sabe. 

Después de los saludos, entran al playón del polideportivo. Hay un stand de una empresa de bebida energizante donde los hombres pulsean, dos autos antiguos y motos ruteras. Los organizadores son brasileños, paulistas. Entre ellos se distingue el fotógrafo del evento, fanático del Corinthians y con la talla física de un gladiador. 

TENSA ESPERA. Los vestuarios son dos. En uno se preparan los brasileños, que cuentan en su equipo con el boliviano Renzo Martínez y el chileno Choque. En el otro, los argentinos. 

Arce y Nougues entran al vestidor y saludan a los competidores. Los espera Andrea “Pochito” Salazar, con el pelo trenzado y los bíceps tallados a la perfección. Tiene 37 años, hace más de una década que pelea y esta noche enfrenta a la campeona brasilera en la categoría de los 63,500 kilos. Su rutina diaria es la de una mujer que trabaja de 8 a 15 en la oficina de recursos humanos de una empresa en Banfield; que viaja hasta Palermo para entrenar la parte física; y que después de pasar por su casa, se interna en el gimnasio de La Paternal para potenciar la técnica hasta la medianoche. El esfuerzo la llevó a combatir en Tailandia, México, Paraguay, Uruguay, Chile. Es soltera, y también tiene tiempo para maquillarse y pintarse las uñas para mantener su feminidad en un mundo machista.

– Tengo varias peleas encima –aclara La Pochito- pero pelear en mi país genera un poco de nervios. Presión sobre lo que los demás esperan de uno. Me siento más liberada peleando afuera. De local, es una presión extra.

A su lado, Nougues comienza el vendaje de los luchadores. El primero es Roa, el más popular de todos, el que tiene hinchada propia. Experimentado, campeón internacional, dice que no lo dejan retirarse. Antes de cerrar los ojos para meditar, hace chistes con sus amigos, a los que conoce desde la adolescencia. 

– Bicho, si te paso los trofeos que gané, te tenés que mudar de departamento. El Bicho es Nougues, que ríe ante la humorada de su amigo, de su compadre. 

– Se va a tener que mudar si sigue comiendo. Agrega otra voz, que prefiere el anonimato. 

Roa, de 39 años, tiene el físico de un joven de 20 súper entrenado. También peleó en todo el mundo y planifica el retiro. El más callado de todos, es Arce. Que trata de distenderse entre ruidos de golpes de precalentamiento.

– Quisiera sólo escuchar la voz de El Bicho para enfocarme. Pero no pasa nada. Estoy bien. Aclara. 

A menos de dos metros, se venda Facundo Suarez. Ni se miran. De ganar sus respectivos combates, pueden encontrarse en la final y protagonizar el sexto combate de sus vidas. Entre ellos, se cambia Pablo Paoiello, otro guerrero, campeón mundial y actor de la película “Sangre en la boca” que protagonizó Leonardo Sbaraglia. 

Mientras tanto, afuera del vestuario, sobre el ring, comienza el show. Los peleadores tienen tres rounds de tres minutos y uno de descanso para demostrar sus cualidades. El presentador del evento es Leandro Randolini, conocido en el mundo del boxeo profesional y voz del estadio en el Club Atlético Tigre. 

– Este deporte –opina- es muy competitivo. Encuentro muchas similitudes con el boxeo. Los peleadores son trabajadores, respetuosos, muy disciplinados desde chicos. Por eso los grupos no pelean fuera del ring, como si pasa en el rugby. A estos eventos se puede venir con la familia, cosas que perdimos en el fútbol. 

La campana suena. La moneda está en el aire. 

EL INFIERNO. Andrea besa la estatuilla de la Virgen de Guadalupe y sale rumbo al cuadrilátero. La espera Nina Loch, la campeona de la WGP, de Santa Catarina, Brasil. La Pochito es la única peleadora que en toda la noche pisará al ring con el himno argentino como banda de sonido. 

Salazar es buena en lo suyo. Profesional, aguerrida. Escucha las indicaciones y la pelea dura menos de un minuto. Una patada izquierda a las costillas “pincha” a su rival, que se recuesta sobre las cuerdas para ganar aire pero no lograr esquivar el rodillazo de la argentina que la manda a la lona. Sí, lo hizo. De entregarse un premio por la mejor pelea de la noche, lo ganaría una mujer. Sencilla, que deberá cumplir la promesa y tatuarse a la virgen descubierta por el niño Juan Diego. 

Llega el turno de Roa. Su entrada es la más explosiva. 

– Es el Mudo de La Paternal. Gritan sus seguidores. 

Sobre el ring, el calor es insoportable. El clima, más las luces, hacen que los tres rounds se sufran más de la cuenta. Pero Roa apela a toda su experiencia para ganarle por puntos a Vinicus Bereta, catorce años menor y festejar con su público, que lo levanta en andas. 

Ahora, es tiempo de Facundo Suarez. “My life, my rules”, lleva tatuado en el pecho. Su rival es un duro oponente, que presenta batalla durante los tres asaltos. Suarez vence por puntos y regresa al vestuario. Trata de disimular la renguera. Pero sintió los cruces y debe recuperarse rápido porque lo espera la final. 

– Pensé mucho en esta primera pelea. Gracias a Dios –suspira el porteño- se dió el resultado. La verdad que no pienso en cómo recuperarme, estoy lastimado de la tibia izquierda pero fuerte de la cabeza. Ahora sólo espero a mi rival. 

Mientras Suarez baja del ring, Arce calienta motores. Nougues lo mira a los ojos y le dice:
– Te sobran los recursos para que nunca te arrinconen. Seis patadas tuyas apagan a cualquiera. Es una pelea para inteligentes. Si sentimos un golpe, no salimos como borrachos enojados. 

22.51. Desde el centro del ring, Randolini convoca a Choque. El chileno cruza las sogas en un clima hostil. Los espectadores le achacan cuestiones ajenas, históricas. El atleta marcial es respetuoso, no devuelve los agravios. Sólo espera a su rival. Entonces, el presentador de Tigre pronuncia el apellido de Lucas y el público estalla.

Arce sube con su tema favorito: You could be mine, de Gun´s and Roses. Saluda a sus seguidores y suena la campana. Pero antes que finalice el primer round, se apaga. No recibió ningún golpe al hígado que le quitase aire pero se mueve en cámara lenta. Y el chileno es como la gota sobre la roca, insistente. 

Para sumar dramatismo, en el segundo round acierta tres patadas izquierdas el muslo de Lucas, que provocan un pequeño hematoma que traerá consecuencias. El argentino se mantiene en pie y pelea. Porque si algo tiene para dar en este mundo, es pelea. Así transcurren los tres rounds. El campanazo final deja un sabor agridulce. 

La tensión crece mientras los jurados deliberan. El público espera el combate entre Arce y Suarez. Saben que son dos cuchillos afilados que se sacan chispas. Randolini convoca al silencio. Nougues está nervioso. Sabe que fue una pelea rara, que Lucas es más que lo que mostró en los tres rounds. Pero la única verdad, es la realidad. Y la realidad sorprende a todos: Choque gana por puntos y pasa a la final. Cuando escucha el fallo, el chileno abre los ojos como un animé japonés. No lo puede creer. No porque no lo merezca sino porque la pelea fue muy pareja. Y porque Lucas Arce es un atleta de primer nivel. 

– La puta madre. Dice Nougues camino al vestuario. 

Los espectadores piensan lo mismo. Pero no se llora sobre la leche derramada. Y el honor de Arce se demuestra cuando en el vestuario, se acerca a Suarez para señalarle los aciertos y los errores de Choque. También aparecen los tíos de Arce y su hermana Pamela, que llora con una lata de gaseosa en la mano. 

– Quedate tranquila Pame, se gana y se pierde. No pasa nada. Estoy bien. Pasamos cosas peores y salimos adelante. Esto no es nada. La consuela. 

La escena es la síntesis de lo que son estos guerreros. Porque Suarez interviene para decirle a los familiares de Arce, que Lucas es un peleador de verdad. Hasta tiene tiempo de recordar sus peleas. 

– Nos re cagamos a palos pero Lucas es un excelente rival. Lo respeto mucho. Siempre se lo dije. Me gusta pelear con él porque es uno de los mejores del país. Confiesa antes de subir por segunda vez al ring. 

Se acaban las palabras. Facundo camina hacia su destino. Trepa al ring y comienza el fin. La batalla es un guión previsible. Suarez tiene la tibia izquierda lastimada y apuesta al poder de sus puños pero Choque es bueno con las rodillas. El público empuja al argentino, que es más corazón que razón. Dos peleas en una noche, sobre un ring con una temperatura superior a los 40 grados, no es lo aconsejable para un hombre. Pero no importa, los peleadores tiran todo lo que tienen durante los tres rounds. Y terminan de pie el combate. 

Entonces, llega el final. Los jurados entregan las tarjetas y Randolini anuncia al ganador. El título WGP Challenge se queda en Argentina: Suarez es el campeón. Mientras tanto, Arce camina con el bolso colgado al hombro hacia el playón donde los fanáticos le piden fotos. 

– Lucas, vos sos mi campeón. Le dice una chica. 

Y en cierto modo, la admiradora tiene razón. Porque más allá de las victorias o las derrotas de ocasión, estos guerreros se ganaron lo más difícil de conseguir en la vida: el respeto y el honor de pelear por lo que aman.