Fue en la misma ciudad, New Jersey, aunque en otro estadio, cuando seis años atrás Lionel Messi nos sumergió a una angustia colectiva que era también su propia angustia. Después de otra derrota en una final de Copa América con Chile, la segunda consecutiva, Messi dijo que la selección argentina ya era un asunto terminado para él. No había tiempo de revancha en esa noche de junio de 2016, una noche en la que casi se nos abre una línea cronológica paralela que nos hubiera llevado a cualquier lugar pero nunca habernos devuelto a New Jersey, septiembre de 2022, donde Messi se divierte con la camiseta argentina.

Si no existió esa línea paralela fue porque Messi nunca efectivizó su renuncia. Pasó demasiado tiempo de una punta a la otra. Pasó el caos, un Mundial, pasó el desarme total de la selección como un concepto, lo que habían edificado -incluso desde la otredad- Menotti y Bilardo. Hubo que someterla a una reconstrucción que empezó en Estados Unidos, triunfo 3-0 con Guatemala en Los Ángeles y empate sin goles contra Colombia también en Nueva Jersey. Así comenzó Lionel Scaloni, sin antecedentes laborales y con una desconfianza generalizada alimentada por haber sido colaborador del entrenador saliente, Jorge Sampaoli. La Copa América 2019 entregó los primeros indicios de un proyecto que encontró su liberación el año pasado sobre el césped del Macaraná y contra Brasil. Scaloni se convirtió en el técnico que volvió a cumplir el ciclo mundialista de cuatro años y que ya tiene contrato hasta 2026. No pasaba desde la gestión de Marcelo Bielsa. 

New Jersey fue el último paisaje de fútbol antes de Qatar para la selección. La crónica del partido contra los jamaiquinos estaba destinada a los otros, a los que no siempre juegan, a los que luchan por un lugar. Con Messi mirando la escena desde el banco de suplentes, el chico de la tapa pudo haber sido Julián Álvarez, su gol con pase de Lautaro Martínez. Se podía escribir sobre Guido Rodríguez, que mandó en la mitad de la cancha, o sobre Alexis Mac Allister que aprovechó otra vez su tiempo. Era el partido de los otros y era también una forma de contar a esta selección. Con jugadores distintos, la música es la misma. Las sociedades se renuevan, cambian, se rotan pero siempre funcionan, como Lo Celso y Tagliafico en la dinámica del pase y el espacio.

La cuenta de 35 partidos sin derrotas hace perder la dimensión de lo que realmente interpela de esta selección, que es su juego, cómo sabe qué es lo que sale a ejecutar aunque le falte un jugador, dos jugadores o cambie a medio equipo. Construir esa idea, sostenerla y llevarla hacia el camino de un Mundial es mucho más difícil que mantener una racha de invicto. 

Durante todo el primer tiempo, con una ventaja mínima, un resultado chico para lo que era el dominio, la Argentina le expuso a Jamaica un repertorio de pases con una precisión de 90%, la media de todo el partido. Necesitó mayor resolución, es cierto, y se requirieron ajustes pero el equipo mostró que las alternativas funcionaban. Y todavía faltaba Messi. Porque a esa armonía hay que sumarle a Messi. 

Las crónicas de la selección son siempre las crónicas de Messi. El delirio que produjo su ingreso muestra el contraste de la New Jersey de 2016. Resolvió cualquier dilema del equipo con dos golazos de autor, uno de ellos de tiro libre, su sello. El Messi que asiste cuando juega para el PSG es el que hace goles cuando juega para la selección. Lleva nueve en tres partidos. A esta altura, la sensación es que hace lo que quiere y esa libertad es a la vez su combustible. Messi juega sin ataduras, liberado por lo que tiene alrededor. Como en los buenos tiempos del Barcelona, ahora en la selección y con 35 años. El equipo es el orden, Messi es el caos. 

Los hombres que burlaron la seguridad del estadio para tocarlo, para una selfie, para un autográfo que no fue en la espalda parecieron ser extras de su show. Esa fascinación explica cómo fue que la selección agotó sus entradas para la primera fase de Qatar 2022. No sólo los argentinos quieren ver a Messi. Su fútbol es un delirio global. Estuvo bien Scaloni en la comparación con Roger Federer respecto a la emoción que genera, esa es su dimensión.

Esa es la clase de jugador con el que la Argentina va a Qatar. Se acaban de cerrar cuatro años de trabajo con una gira sin rivales potentes pero que puso otro ladrillo en la construcción del grupo. No sólo es el cierre de una etapa sino su horizonte. Además del equipo, la otra noticia fue la renovación de Scaloni hasta 2026, una previsibilidad como la que no se recordaba en la selección. Ya está, no se puede llegar de mejor manera a un Mundial. Esto es un apunte para el después, para cuando esté el resultado puesto: todo lo que había que hacer, se hizo. Ahora que el Mundial empiece, el único momento de la verdad.