El escenario fue el Club Obreros y Empleados Municipales de Ezeiza. La AFA todavía no tenía predio. Era febrero de 1977. La selección se preparaba para jugar un amistoso contra Hungría en la Bombonera. César Luis Menotti, 38 años, dirigió un entrenamiento que incluyó un partido entre lo que podría ser el equipo titular y uno formado por juveniles, entre ellos Diego Maradona, 16 años, cuatro meses en la Primera de Argentinos Juniors. Después de la práctica, Menotti le anunció a Maradona que pasaría a integrar el plantel de la selección. Quedaría concentrado con el equipo en el hotel Los Dos Chinos. El técnico había desplazado a Daniel Valencia, castigado por haber faltado a un entrenamiento. Era viernes. Maradona debutaría el domingo con la Argentina, el 5-1 a Hungría en La Boca. Pero lo que se activó en ese momento fue la fundación de la selección moderna, una estructura –tal vez un concepto- que terminó por liquidarse sobre el suelo ruso en julio de 2018.

Más de cuatro décadas después, a los 80 años, Menotti emprende la refundación de aquella obra. Al entrenamiento que derivó en el debut de Maradona lo recordó por estas horas el periodista Daniel Arcucci, biógrafo de Diego, cuando por primera vez Menotti le dio la mano a Lionel Messi. La foto de ambos en plena conversación, con Claudio “Chiqui” Tapia como testigo y hacedor de ese encuentro, es un cruce generacional indispensable para el futuro de la selección, para lo que viene, para su reconstrucción. Lo que empezó Menotti a mediados de los ’70, lo continuó Carlos Bilardo en los ’80, con otras ideas, con otros métodos, pero todo como parte de la historia de la selección. Uno fue campeón en 1978, otro en 1986. Pero, a diferencia de Bilardo, que ocupó cargos y se mantuvo cerca de la selección hasta la muerte de Julio Grondona, Menotti no regresó al campamento argentino desde que lo dejó, en 1982. Hasta ahora, cuando a principios de este año Tapia lo convocó para ser director de selecciones nacionales.

No todo territorio requiere de consensos. No en todo territorio es posible. La política es conflicto, lucha de clases, de intereses, la grieta no es sólo una fantasía mediática. Pero la construcción de una selección de fútbol, de una estructura que contenga a jugadores con una planificación, puede requerir de distintas miradas y experiencias, de aprender qué se hizo bien –y qué se hizo mal- en otros procesos. Acaso así se explica la figura transicional de Lionel Scaloni. Nada es trasladable de manera directa, el fútbol de 1974 es muy diferente al fútbol globalizado de 2019, pero el juego es esencialmente el mismo. Menotti habla el mismo lenguaje que Messi, el mismo lenguaje que Sergio Agüero, el futbolista al que puso por primera vez de titular cuando fue técnico de Independiente. Agüero tenía 16 años. Menotti la vio venir: lo comparó con Romario. No estaba equivocado.

Que Menotti no conociera a Messi en persona podría ser parte de una anécdota y, sin embargo, es un dato revelador. Una charla no hubiera cambiado los destinos de la selección, pero que no haya existido puente entre el jugador más espectacular de este tiempo y el primer entrenador argentino campeón del mundo, un hombre de consulta para la élite del fútbol global, demuestra cómo el fútbol argentino se constituyó en compartimentos estancos. El legado se entregó por partes, incompleto, y eso también resquebrajó lo que llamaríamos sentido de pertenencia. Algo de todo esto también produjo la necrosis de la que intenta reponerse la selección.

Más que la charla que tuvieron, amable y en torno al Barcelona, un lugar que también los une, Menotti le contó a sus amigos que lo que más le impresionó de Messi fue verlo de cerca llevar la pelota en velocidad. “La lleva pegada y con mucha rapidez, eso es muy difícil”, les dijo. Como nunca, además, Barcelona es el motivo de las preocupaciones de Messi. Si la ciudad donde vive siempre fue un hogar abrigado, el que lo rescataba incluso de la angustia que producía la selección argentina, ahora, aunque resulte curioso y momentáneo, puede ser al revés. Ezeiza como refugio de los golpes catalanes.

Y entonces Messi, al que en ocasiones se lo ha creído ausente para siempre de la selección, vuelve convertido en un líder amplio y vivaz, demasiado distinto al huraño que supo habitar el complejo de Ezeiza sin salir de su habitación. Hace un tiempo, Soledad Jaimes, jugadora del Olympique de Lyon y de la Argentina, contó que no había podido conocer a Messi porque una vez que lo quiso saludar, cuando coincidieron en Ezeiza, le respondieron que no iba a poder ser: Messi descansaba y nadie lo podía molestar. Esta semana, Messi pasó el tiempo sacándose fotos con quien quisiera, muchos de ellos juveniles que actúan como sparring, pero también con el plantel de la selección femenina que viajó a Francia para jugar el Mundial. Hubo primero un almuerzo entre las dos selecciones, luego unas palabras de aliento de Messi y después el tiempo para las fotos. Jaimes, que viene de ganar la Champions femenina con Lyon ante el Barcelona, se llevó la suya. Pero no se trata de fotos, se trata de construir pertenencia. Ahora es el tiempo de las mujeres en Francia. De los hombres en Brasil. El tiempo que incluye a Menotti, Messi y Jaimes. Que nunca puede dejar afuera a Maradona. La reconstrucción es con todos y todas.