En los Juegos Olímpicos pandémicos, Simone Biles habla, literalmente, de “los demonios en su cabeza”. Sin grandes estrellas en Tokio, Biles, cuatro medallas de oro en gimnasia artística en Río de Janeiro 2016, anuncia que dejará la competencia para priorizar la salud mental. Creadora de cuatro movimientos que llevan su nombre, siempre extremando el riesgo físico, la mejor gimnasta de la historia de Estados Unidos sabe que un error de cálculo puede equivaler a romperse el cuello.

“El problema de la salud mental está más presente ahora, como nunca en el deporte -dice Biles-. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos y no sólo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”. Víctima de Larry Nassar, el médico condenado por múltiples abusos sexuales, y referente en la lucha de las mujeres y en el movimiento Black Lives Matter, Biles pone un stop. Y lo amplifica en el escenario olímpico. “Manda un mensaje -escribe Manuel Jabois en El País- a quienes todavía, mermados psicológicamente cuando no en franca depresión o trastorno, siguen como si nada hasta que la rueda pare o reviente”.

Biles no está sola a la hora de poner sobre la mesa el tema de la salud mental en el deporte de alto rendimiento. El martes, el mismo día en el que Biles se retiró de la final por equipos de gimnasia, Naomi Osaka, la tenista japonesa de 23 años que encendió la llama olímpica en la ceremonia de inauguración, fue eliminada en dos sets en la tercera ronda de los Juegos por la checa Markéta Vondroušová, N° 42 del mundo. En el último Roland Garros, Osaka había pedido no acudir a las conferencias de prensa ya que sufría ansiedad y estrés. La amenazaron con multas. Se bajó de Roland Garros. Luego no jugó Wimbledon. Ganadora de cuatro Grand Slams, número dos del ranking y la tenista mejor paga del mundo, Osaka llegó a Tokio con casi tres meses de inactividad. Y, también, con el reclamo de políticas públicas en torno a la salud mental. “Espero que la gente pueda empatizar y entender que está bien no estar bien”, le había dicho a la revista Time. “Pido a la prensa cierto nivel de privacidad y empatía la próxima vez que nos encontremos”. Osaka fue la tapa de Time antes de los Juegos, como Biles de la revista Sports Illustrated.

En los últimos cincos meses se suicidaron tres futbolistas uruguayos: Santiago “El Morro” García, Williams Martínez y, una semana atrás, Emiliano Cabrera. El futbolista uruguayo Felipe Rodríguez, que juega en Carlos A. Mannucci de Perú, sacó el tema a la luz. “Tenemos que hablar -dijo Rodríguez- Vivimos en una sociedad machista. Y al hombre le da vergüenza o miedo decir lo que le pasa. Yo sufrí depresión. Y me dio vergüenza y miedo, pero pedí ayuda y pude salir adelante. Es importantísimo que se hable”. FIFPro, el sindicato internacional, alertó que el 38% de los futbolistas sufren síntomas de problemas de salud mental, una cifra que aumentó durante la pandemia de Covid-19.

En abril, Jonathan Tiffoney, futbolista del Stenhousemuir de Escocia, se burló en pleno partido de David Cox, del Albion Rovers: le recordó sus reiterados intentos de suicidio. Tiffoney fue apartado del plantel del Stenhousemuir. Cox, en cambio, había grabado un video desde su auto mientras se jugaba el partido en el que anunciaba su retiro. “Sáquenle el nombre de Biles y pongan esa afirmación en boca de otra u otro deportista de Argentina que se retira previo a una final y luego el equipo cae derrotado ante un clásico rival”, propuso Juan Manuel Herbella, exfutbolista y médico, después de que Rusia le ganara el oro por equipos femenino en gimnasia a Estados Unidos sin Biles. “¿Qué pensarían? ¿No somos muy injustos y exigentes?”.

Los deportistas de élite del siglo XXI viven en el ojo de la tormenta, sobre todo por los mensajes de odio en las redes sociales. En Tokio 2020 se registró el podio más joven en la historia de los Juegos, en skateboarding, disciplina debutante, con la japonesa Momiji Nishiya (oro), la brasileña Rayssa Leal (plata) y la japonesa Funa Nakayama (bronce). Nishiya y Leal tienen 13 años. Nakayama, 16. “Ahora tengo que centrarme en mi salud mental. Ya no confío en mí. Quizás me esté haciendo mayor”, dijo Biles, de 24 años. La edad de retiro de las gimnastas promedia los 23. Presión. Y, más tarde, las lesiones y el desarrollo. “Nunca ha habido una presión deportiva como ahora -escribió Barney Ronay en The Guardian-. Los atletas no sólo viven para el entrenamiento y el brillo de la competición, sino en ciclos de noticias de 24 horas alimentados por el incesante empuje de las redes sociales. Un espacio público compartido interminablemente hostil, interminablemente reverente, incesantemente presente”.

No es “psicosis colectiva”. Tampoco “un tema que tratan los medios que no tienen los derechos de transmisión” de los Juegos, como deslizó un periodista argentino. El Comité Olímpico Internacional señaló que el 35% de los atletas de élite experimentan ansiedad, depresión, abusos de sustancias y trastornos alimenticios en sus trayectorias. Se trata de verbalizar y visibilizar las “lesiones emocionales”. Porque si los deportistas hablan abiertamente de salud mental, el tema se acerca al resto de la sociedad. Se humaniza. “Esta es la oportunidad para que tomemos a la salud mental en serio. Todos necesitamos ayuda”, dijo ahora el exnadador estadounidense Michael Phelps, máximo ganador de medallas (28) en la historia de los Juegos. En 2018, ya retirado, Phelps habló por primera vez de sus demonios mentales. Dijo que había pensado más de una vez en quitarse la vida. Que había fingido aguantar todo. En Tokio 2020, Biles y Osaka abrieron un debate indispensable. Vale mucho más que cualquier medalla.