La primera vez fue en 2003. Un presidente de un club de fútbol compitió ese año por la Jefatura de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. Mauricio Macri, todavía con bigotes, estaba en uno de sus momentos paradisíacos en Boca. Un mes antes de las elecciones, el equipo de Carlos Bianchi había ganado la Copa Libertadores en una final con Santos de Brasil. Meses después, en Tokio, le ganaría al Milan la segunda Copa Intercontinental del ciclo. La batalla política fue menos amable ese año con Macri. Su compañero de fórmula era Horacio Rodríguez Larreta. En su frente Compromiso para el Cambio iba también el PJ porteño. Macri perdió el balotaje con Aníbal Ibarra, a quien apoyaban el entonces presidente Néstor Kirchner y una aliada actual del empresario, Elisa Carrió. No pudo esa vez, pero Macri lo conseguiría cuatro años más tarde, en 2007, junto a la cuarta Copa Libertadores de su mandato. Boca perdería en diciembre con el Milán en Japón por el Mundial de Clubes. Pero Macri ya había asumido como jefe de Gobierno.
Doce años después, Macri es presidente y va por su reelección. Y Matías Lammens, presidente de San Lorenzo, compite por la Jefatura de Gobierno por la oposición al macrismo. Enseguida apareció la comparación: el mismo camino desde el fútbol hacia la política; el mismo distrito, la Ciudad de Buenos Aires. Todo esto podría ser una solapa de algo que hace un tiempo dijo Lammens, cuando todavía evaluaba dar el salto, en una entrevista con la revista Crisis. «Nos vestimos como ellos, hablamos como ellos, pero pensamos lo contrario: por eso nos temen». Las historias de Macri y Lammens del fútbol a la política son parecidas pero diferentes.
Lo objetivo es que uno fue el heredero de uno de los grupos económicos más grandes del país, uno de los que más hizo negocios con el Estado durante las últimas cuatro décadas, y que egresó de la educación privada de élite. Secundaria en el Newman, Ingeniería en la Universidad Católica Argentina. Lammens, que perdió a su padre cuando tenía siete años, es un producto de la educación pública. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se recibió en la Facultad de Derecho de la UBA.
Lammens cuenta que se acercó a San Lorenzo cuando murió su padre, como un mecanismo de defensa ante esa pérdida. «Como si San Lorenzo fuera mi viejo», dice. La llegada de Macri a su fanatismo por Boca es más difusa, según su propio relato. No fue por Franco, su padre. En Pasión y gestión, un libro autocelebratorio de su paso por el club que firma junto a Andrés Ibarra y Alberto Ballvé, cuenta que se sumergió en Boca por fotos, resultados, comentarios, que lo atrapó la pasión. «En 1971 nace el hincha de Boca», dice Macri. Tenía 12 años. Y se lamenta de no recordar su primer partido en La Bombonera, aunque relata cómo en su adolescencia comenzó a ir a un palco junto a compañeros de escuela.
Después está lo subjetivo, las ideas. Boca le permitió mucho más a Macri que la visibilización, hacerse conocido para sus objetivos políticos. También le dio un costado más popular, necesario para alguien con su apellido, el paterno, pero también el materno, Blanco Villegas. Pero el fútbol, sobre todo, le entregó un terreno de negocios que desplegó a través de amigos como Gustavo Arribas, ahora jefe de los espías. Boca, además, fue una escuela de cuadros para el PRO, que colonizó el club. Ibarra, que fue directivo, es hoy vicejefe de Gabinete. Oscar Moscariello, que fue vocal, es hoy embajador en Portugal. Hay más. Incluso el fiscal Carlos Stornelli, que fue jefe de seguridad con buenos vínculos con La Doce. La política en Boca se retroalimenta con la política nacional. Hoy a Boca lo conduce Daniel Angelici y su aspirante a sucederlo es Christian Gribaudo, funcionario de María Eugenia Vidal.
El salto de Lammens a su candidatura porteña no arrastra en bloque a San Lorenzo, con una comisión directiva más ancha en lo ideológico. Su figura creció, incluso, por encima de Marcelo Tinelli, su vicepresidente y a quien se señalaba como el dueño del comando. Lammens logró correr esa sombra. La primera Copa Libertadores en la historia de San Lorenzo, en 2014, y la reconstrucción de un club que venía del caos solventaron su gestión, mucho más criticada, sin embargo, en el último tiempo por lo futbolístico y lo económico, acaso también por lo institucional por su relación con la oposición. La última imagen del San Lorenzo que conduce, sin embargo, entregó un símbolo de unidad: haber logrado la vuelta a Boedo, la escritura de los 28 mil metros cuadrados sobre avenida La Plata, el gran sueño cuervo.
Hay además una idea central acerca del modelo de club, una discusión que atravesó al fútbol en los últimos tres años y que muestra una diferencia entre Macri y Lammens: sociedades anónimas versus asociaciones civiles. Mucho más allá, podrían llevar incluso a una idea del Estado, de su rol y de la cuestión social. Macri intentó él mismo protagonizar una privatización cuando quiso comprar –y no pudo– Deportivo Español a principios de los noventa. Volvió a intentar abrir esa puerta cuando una asamblea de la AFA le frustró la posibilidad del desembarco de las SA al fútbol. Lammens fue un dirigente clave en el último tiempo para frenar los intentos de Macri por un fútbol privado. No es casual: San Lorenzo es un club que está a la vanguardia de esa resistencia desde que sus socios frenaron a ISL en 1999.
El macrismo construyó en Boca una identidad menos social y más elitista, algo que quedó expuesto cuando otros clubes encabezados por River abrieron sus puertas para abrigar a gente en situación de calle. Boca no lo hizo, lo que generó el reproche de muchísimos socios que reivindican la tradición popular azul y oro. Por eso algunos caminos pueden parecer parecidos pero cuando se los mira de cerca son demasiado distintos.