Hola, ¿cómo estás?

Al estadio Al Bayt no se llega en metro. Hay ómnibus, combinaciones, siempre están los taxis y están también las dos plataformas, Careem, que es la local, y Uber, que es la que conocemos. Estoy muy golpeado por el cambio permanente del calor externo al aire acondicionado interno, lo que me está limitando la voz y la energía, así que pedimos un auto junto a otro colega. 

Al Bayt está a más de cuarenta kilómetros de Doha, hacia el norte, en la ciudad de Al Khor. Llegar hasta ahí es como abrir las puertas del desierto. Una vez que pasamos el paisaje de los edificios ultra modernos, al costado de la autopista -semi vacía, bien rápida- comienzan a verse las extensiones de arena, apenas alguna construcción, una casa, lo indivisible, hasta que aparece la inmensidad de una tienda de campaña beduina hecha estadio de fútbol. Acá empieza el Mundial, juegan Qatar-Ecuador. 

Algo de lo que vi entre la ceremonia y el partido, lo conté en esta crónica. Pero la experiencia de entrada y salida del estadio fue un suplicio. Algo más de media hora después de salir desde Doha, el auto nos dejó en un estacionamiento gigantesco. Hay que cruzar la autopista a través de un puente. Es la primera caminata larga entre túnicas blancas, camisetas qataríes y algunos velos negros. Algunas aclaraciones respecto a las vestimentas. Hay mujeres que usan hiyab, mujeres que apenas se cubren el pelo, y mujeres que van al descubierto, como occidentales, con sus polleras o vestidos, sus jeans, una remera o una camiseta de Qatar. Lo mismo con los hombres. Uno de los códigos culturales que nos habían pasado era que no se podía usar bermudas, que había que ocultar las rodillas. Ayer fuimos en bermudas. Es probable que haya lugares donde no se pueda ingresar así, pero por ahora no tuvimos problemas.

Impresiones desde Qatar

Todo lo que pensábamos de Doha acerca de las distancias comienza a modificarse. A la media hora y algo más de auto le agregamos unos cincuenta minutos de caminata hasta el acceso al Media Center. Pasamos más estacionamientos de alta gama, cruzamos unos parques donde algunas familias estaban de picnic y dimos la vuelta a todo el estadio. Recién ahí llegamos. La vuelta fue similar. Salimos junto a Ezequiel Fernández Moores y Sebastián Varela del Río rumbo al punto Uber-Careem. Otros cuarenta minutos, algo más, cruzando parques y estacionamientos. El punto de encuentro es el determinado por la organización. Todos van ahí y hay que encontrar la patente de tu auto. Somos argentinos, estamos acostumbrados al lío y las aglomeraciones. Pero hay qataríes enojados del embotellamiento, de todo este movimiento, algunos deben odiar el Mundial. «Nunca vi un caos así», nos dice el conductor mientras avanzamos a ritmo lento. Unos metros después nos paramos. «¿Qué pasa?», le preguntamos. Detuvieron el tránsito para hacerle lugar a algún miembro de la familia real. Los Al Thani son unos tres mil en Qatar, pensamos, no salimos más. Hasta que por delante nuestro pasan unas camionetas, ahí van, un rato después nos abrieron el paso. Son los que mandan.

Una primera idea de todo esto es que hay algo de falta de cultura en el transporte público. El metro se inauguró en 2019, hicieron tres líneas que desbordan lujo y modernidad para una sociedad gobernada por hombres que sólo se mueven en autos de alta gama y sin mayores molestias. La población de Qatar era de 1.700.000 en 2010, el año que ganó la sede del Mundial. Hoy se acerca a tres millones, el doble y porque llegaron trabajadores migrantes, que hasta la llegada del metro eran trasladados en ómnibus. Pero es eso, sólo una primera idea de la organización y no sólo la del traslado, también la de ingresos a estadios y lugares de aglomeración de hinchas, como el Fan Fest.

Termino de escribir sentado en mi pupitre del Khalifa Stadium, donde voy a ver Inglaterra contra Irán, un partido con carga histórica y política. Irán está enfrente, comparte el Golfo con Qatar, pero los ingleses llenaron el estadio. Fue la prensa inglesa la más crítica de Qatar por estas horas. Y la que insistió con preguntas a futbolistas sobre las violaciones de derechos humanos en Qatar. Irán tiene la fuerza de sus jugadores apoyando la protesta de las mujeres de su país.

Los ingleses están acá, en lo que fue su protectorado hasta 1971. Los colonizadores y los que supieron explotar el petróleo. También los que trajeron el fútbol a esta región. Unos días antes de venir volví a ver Lawrence de Arabia, un clásico de 1962. En un momento, al principio de la película, el Príncipe Faisal bin Abdulaziz se encuentra con el oficial inglés T.E. Lawrence, el que interpreta Peter O’Toole, y se produce un diálogo acerca de la percepción que los ingleses podían tener de los árabes, los que por entonces luchaban contra el Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. «Ningún árabe ama el desierto. Amamos el agua y los árboles y en el desierto no hay nada de eso», dice el príncipe y le recuerda la antigua ciudad de Córdoba con sus luces, el alumbrado público y las calles pavimentadas. Nada de eso había entonces en Inglaterra.

Empieza el partido.

Hasta la próxima carta.