Mientras Ramón Díaz levantaba su dedo para indicarles que él no se había ido al descenso a los miles de hinchas de Boca que le cantaban que era de la B, un dirigente sueco se quedó maravillado por otra escena típica del superclásico en La Bombonera. Para que Ramón saliera de la cancha sin ser agredido, una manga inflable se desplegaba en el césped. «Eso es publicidad», dijo el sueco, y se llevó la idea al Elfsborg y al Hammarby de su país. En Portugal están haciendo una prueba piloto con las mangas en los partidos de la Copa, con perspectiva de que la Liga lo institucionalice para todas las canchas. Lo que nació como una medida de seguridad contra la violencia en los estadios, a finales de la década del ’80, se transformó en algo que forma parte de la imagen de los clubes gracias a las mangas personalizadas. Y también se volvió una costumbre argentina de exportación. 


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Una prueba en la cancha de Flandria, un equipo de la Primera B Metropolitana, sirvió como vidriera para que estas mangas desembarquen en los clubes. Muchos preguntaban, pero nadie se animaba a dar el salto de llevar los colores, el escudo o el emblema de su equipo en la manga que lleva a los jugadores al campo. «Está buenísima. ¿Quién más la tiene?», preguntaban los dirigentes, que luego de la respuesta negativa preferían dejarlo sólo en una idea. Hasta que en 2011, Independiente abrió el juego: aceptó poner en la manga del Libertadores de América dos cuernos que simbolizan al Diablo, como se lo conoce al equipo de Avellaneda. Los cuernos ya no están: los supersticiosos los señalaron como uno de los factores que terminó con el descenso del Rojo y por eso ahora hay un escudo. Pero sirvieron para que los demás equipos se animaran a saltar la valla.


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Detrás de las más de 50 mangas personalizadas que copan las canchas del fútbol argentino (en la Superliga, por ejemplo, todos los clubes tienen la suya menos Godoy Cruz) está la misma empresa: Air Jump, una firma familiar de Wilde, que se dedica a los inflables desde 1980. Air Jump patentó, en primera instancia, un avance tecnológico que permitía que la manga se inflara sin que el aire corriera por dentro, algo que molestaba a los jugadores, que muchas veces elegían eludir la manga para salir a jugar porque decían que el viento los enfriaba tras la entrada en calor. Luego, registraron la forma de la herradura invertida, en lugar de las viejas mangas en forma de chorizo, lo que permite personalizarla. «Tuvimos que ser chocantes con los clubes, porque es algo que tenemos patentado. Ahora ya saben que si tienen que hacer una manga, vienen con nosotros. Creemos que no es sólo por el registro, sino porque construimos una imagen de confianza», explica el ingeniero Germán Sosa. Durante la década del ’80 y ’90, los clubes también tenían un único proveedor para estas mangas, aunque no se debía al diseño o a la creatividad sino a una sugerencia de Julio Grondona, quien mandó la AFA desde 1979 hasta 2010.

El proceso de armado puede llevar hasta cuatro meses en los casos más complejos, como las que encargó Argentinos Juniors con la figura de Diego Maradona, el Halcón de Florencio Varela que luce Defensa y Justicia, el Tiburón de Aldosivi, el Canalla que tiene Rosario Central o el Toro de Chicago. Las más sencillas –una camiseta histórica, como tienen Unión y Newell’s; un escudo, como Independiente, o apenas un gorrito académico como tiene Racing– demoran menos. El ingeniero Sosa es quien se ocupa del diseño en un programa 3D. «La magia sale de la computadora. Aunque a veces tengo que trabajar como un artista, con desapego por la obra. Lo laburo una semana a full y me parece que está buenísimo, pero dejo descansar unos días y cuando lo vuelvo a ver en la computadora le encuentro defectos. Por eso se demora», relata.


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Una vez lista la maqueta, tiene un ida y vuelta con los dirigentes para terminar de perfeccionarla. «Suelen estar muy preocupados porque la figura genere respeto. Hay un temor a la joda o al meme si algo sale mal. Y también a que se filtre la idea», explica Sosa sobre los requisitos que suelen pedir los clubes. Por eso, los cuatro empleados que en la fábrica se encargan de empalmar los trazos que imprime la impresora 3D y de hacer las pruebas de inflado, deben firmar un contrato de confidencialidad, casi como si se tratara de un guión de Netflix. La sorpresa, explican, es la clave del diseño. «Si la imagen se hubiera filtrado antes, la manga de Maradona en la cancha de Argentinos no habría dado la vuelta al mundo», dice Sosa. Por eso, también, no pueden dar pista de lo que se viene a la salida de los túneles de los estadios argentinos. El valor, dependiendo del diseño, puede ir de 200 mil a unos 400 mil pesos. Para los clubes es una inversión: el espacio publicitario las transforma en un negocio millonario. «