Durante un partido de fútbol, dice Simon Critchley, se suspende el tiempo y los que juegan y miran abandonan la mente. Lo que cambia a un jugador y a un hincha, agrega, son esas experiencias futbolísticas. “El fútbol no sólo consiste en ganar -explica Critchley, hincha de Liverpool, filósofo, autor de En qué pensamos cuando pensamos en fútbol-. Por lo general, consiste en perder. Lo que te mata no es perder. Lo que te mata es la esperanza renovada”. Liverpool jugó la final de la Champions con esa esperanza renovada. Trabajó de principio a fin al Tottenham de Mauricio Pochettino, que pateó por primera vez al arco a los 72 minutos. Incluso actuó en contra de ser el Liverpool de fútbol tormenta, heavy metal, lo que planchó una final que prometía muchas más emociones en el Metropolitano de Madrid. El sexto título mayor en Europa, además de conseguirlo después de perder el año pasado la final, es el primero con Liverpool del entrenador alemán Jürgen Klopp, que había perdido seis finales en los últimos siete años. Klopp construyó un equipo con mística sobre la base de un club copero. Sinergia de experiencias futbolísticas. Y ganaron esta vez la Champions.

Fueron dos golpes en la opacidad de la final. Uno al principio, otro al cierre. El primero de Mohamed Salah, de penal, después de una mano NBA de Moussa Sissoko. El segundo, un zurdazo cruzado de Divock Origi, el delantero que había marcado el 4-0 y pase a la final de Madrid en la semi ante Barcelona. El gol a los dos minutos cambió el partido para mal. La interpretación de la mano de Sissoko, con el paso de los minutos, pasó a ser el gran entretenimiento, afuera y adentro de la cancha. Pero detrás de ese bajo nivel, de ese discurrir, Liverpool trabajó como los obreros del puerto de la ciudad: en silencio por la noche. Tottenham pisaba el área sin peligro. Liverpool no pisaba el área pero llegaba por los costados con trallazos de los laterales, Trent Alexander-Arnold y Andrew Robertson. Liverpool, el club inglés más ganador de la Copa de Europa, le tiró la carga, el peso, a Tottenham, debutante en una final.

En el segundo tiempo, cuando reaccionó con timidez y sin poder sacarle la máscara a Liverpool, Tottenham se topó con el arquero brasileño Alisson. El año pasado, cuando Liverpool perdió la final de Champions ante Real Madrid en Kiev, Loris Karius y sus errores se comieron el partido. Alisson desvió los tiros con destino de arco que le siguieron al primero de Dele Alli. Suficiente. Y entonces la Champions se quedó sin otro entrenador argentino campeón después de Helenio Herrera en 1965. Pochettino es el quinto que cae en una final, después del propio Herrera, Juan Carlos Lorenzo, Héctor Cúper y Diego Simeone. A él también, después de cinco años en ascenso con Tottenham, perder le renueva la esperanza. Pochettino había dicho, antes de la final, que ni siquiera ganar la Champions igualaría la experiencia de haber evitado el descenso con Espanyol, el club catalán en el que se retiró y dirigió en su inicio. Esta derrota lo marcará para lo que viene, sea en Tottenham, en un club más poderoso de Europa o, directamente, en el banco de la Selección Argentina.

Liverpool suma seis Champions (1977, 1978, 1981, 1984, 2005 y 2019), una menos que todos los demás clubes ingleses juntos, y ocupa ahora el podio en soledad detrás de Real Madrid (13) y Milan (7). Esta Champions de Liverpool será la de las atajadas de Alisson en la final; la del impasable central holandés Virgil van Dijk, al que le atribuyen el récord de 64 partidos sin que un rival lo gambetee, nombrado mejor jugador de la final; la de los laterales pistones Alexander-Arnold y Robertson; la del capitán y mediotiempista Jordan Henderson; la del incansable y astuto Sadio Mané; la de Salah, el egipcio que triangula con Lionel Messi y Cristiano Ronaldo y que el año pasado había salido por lesión a la media hora de la final en Kiev; y, en especial, la de Klopp, el carismático entrenador al que no lo mató perder seis finales (ni la esperanza renovada de la que habla el filósofo Critchley). En Madrid se suspendió el tiempo, se jugó un partido, se abandonó la mente y, después de atravesar la experiencia, ganó Liverpool, uno de los clubes en el mundo tocados por la magia del fútbol.