Sangre grupo A, factor Rh negativo, 34 años, una hija, 12 horas diarias a la búsqueda absurda, castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, un infarto en el cuore, una boleta de Prode en la cabeza  y un candado en la boca.

Así se describía Roberto Santoro, poeta y periodista, en un texto que publicó en la Revista Rescate en octubre de 1973. Fue secuestrado hace 40 años por una patota durante la última dictadura militar, mientras cumplía con su trabajo de preceptor en la Escuela Nacional de Educación Técnica N°25, en el barrio de San Cristóbal. La historia de Santoro, un pionero en comprender que el fútbol era un hecho social en la Argentina, es rescatada en el libro Los desaparecidos de Racing, recientemente publicado por el sociólogo Julián Scher. La vida del poeta, junto a otros diez hinchas de la Academia que fueron víctimas del genocidio, en una formación que juega por la memoria, entre los que también aparece Alejandro Almeida, hijo de Tati, emblema de Madres de Plaza de Mayo, es rescatada en este libro que busca darle humanidad, rostro y emociones a ese número intocable que son los 30 mil.

«El fútbol, a diferencia del cine, del teatro, de la música y de la literatura, aportó poco a la construcción de memoria, verdad y justicia. Sobre todo, si se tiene en cuenta que como identidad afectiva, la pelota es de lo más potente que hay en Argentina. Racing es una excusa. Pero no es un libro solo para hinchas de Racing: podrían ser de River, Boca, San Lorenzo, Independiente o cualquier club. Ojalá aparezcan también historias de esos clubes», argumenta el autor para explicar por qué se zambulló en esa búsqueda, por qué el fútbol y por qué Racing. Santoro era justamente especialista en explicar que el fútbol y las ideas podían jugar en la misma cancha.

Así también lo explicó Osvaldo Soriano en el diario La Opinión, cuando le tocó reseñar en 1971 el libro Literatura de la Pelota, publicado por Santoro ese mismo año:  »Ante tanta cháchara pretenciosa vertida por algunos sociólogos de salón, la fervorosa pasión de Santoro aparece como un contraste refrescante.(…)  En esos coros puede observarse de qué manera el fútbol ha servido para que los argentinos vuelquen su agresividad, su ingenio, sus frustraciones en una cancha.» Antes de que Soriano inventara el penal más largo del mundo, antes que Roberto Fontarrosa contara las escenas de los potreros de Rosario, antes de que Eduardo Sacheri soñara con caminar por la alfombra roja de los Oscar por una película en la que el fútbol y la violencia también son protagonistas, Roberto Santoro juntó en Literatura de la pelota todo lo que se había escrito sobre el deporte más popular en Argentina, con firmas como Ernesto Sabato, Juan José Sebreli, Pichón Riviere, Horacio Quiroga o Roberto Arlt.»

Una plaza de Chacarita, en Avenida Forest y Teodoro García, que se llama Roberto Santoro y algún homenaje aislado a lo largo de esta semana son los atajos para recordar a uno de los tantos intelectuales víctimas de la última dictadura militar. Los desaparecidos de Racing es una invitación a reconstruir esas vidas en esos años de plomo, que encontraban en el fútbol un espacio propio. Alberto Krug, militante montonero desaparecido en diciembre de 1976, les avisaba con un código que solo su padre Federico y su hermano Carlos podían entender, que el domingo se encontraban en la popular del Cilindro, en el lugar de siempre. Y ahí, en la tribuna, parecía que ese tiempo siniestro de la historia argentina era igual a cualquier otro tiempo.

Durante largos meses, Rosa, la madre de Alberto, siguió pagándole puntalmente al cobrador del club la cuota social, mientras perseguía pistas falsas y era engañada por curas, militares y civiles que mentían al responder la pregunta de dónde está su hijo. Krug fue torturado en la ESMA y arrojado al Río de la Plata en uno de los vuelos de la muerte. Socio de Racing, nunca recibió un reconocimiento. La historia se puede repetir por mil en otros clubes: la mayoría de los desaparecidos eran jóvenes que dialogaban con lo popular, o sea con el fútbol entre otras cosas. «Los clubes han hecho poco para reconstruir la memoria: Argentinos tiene una plaqueta, Defensores le puso el nombre de Marcos Zucker a una tribuna, All Boys hizo un mural con sus hinchas desaparecidos. Los clubes –afirma Scher– son asociaciones civiles sin fines de lucro, manejados por sus socios, y tenemos la certeza de que hay socios de clubes que han estado desaparecidos. Los clubes deberían asumirse como víctimas del genocidio”.

Un mural para recordar a los fusilados en el Cilindro

Este año no solo se publicó Los desaparecidos de Racing. También se difundió una historia que estuvo escondida durante casi cuatro décadas: la de los fusilamientos de la cancha de Racing. La periodista Micaela Polak buscó echar luz sobre la noche del 22 de febrero de 1977, cuando las boleterías del  estadio Presidente Perón fueron utilizadas como un paredón de fusilamiento en el que las Fuerzas Conjuntas acribillaron a seis personas. Oreste Osmar Corbatta, que vivía en la pensión del club, fue uno de los testigos junto a Rafael Barone, quien declaró el año pasado en la causa del Primer Cuerpo del Ejército por un hecho similar. Hasta que Polak publicó una nota en Página/12 y en Un Caño, Barone era el único testigo de aquella noche en que la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense inventó un enfrentamiento con «un grupo autodeterminado Montoneros que en las paredes del estadio de Racing Club se hallaban pintando leyendas subversivas». Luego de la nota, aparecieron más testigos, aunque sigue sin haber pistas de los nombres de los acribillados. La visibilidad trae novedades. Polak, junto a otros socios de Racing, busca que un mural en el lugar donde fueron asesinados recuerde a las víctimas.