Fue el verano pasado cuando se conoció una denuncia contra Gustavo Arribas, titular de la Agencia Federal de Inteligencia, por haber recibido supuestas coimas para poner en marcha un contrato entre el Estado argentino y la empresa brasileña Odebrecht. Especialista en triangulaciones con clubes de Uruguay, Arribas, amigo de Mauricio Macri, construyó su fortuna en las transferencias de futbolistas. Este verano le tocó a Valentín Díaz Gilligan, subsecretario general de la Presidencia, quien ante una investigación del diario español El País confesó haberle prestado el nombre a Francisco «Paco» Casal para abrir una cuenta en un banco de Andorra en la que se escondió 1,2 millón de dólares. Díaz Gilligan, además de funcionario macrista, es vocal de la comisión directiva de River. Casal, su amigo uruguayo, hizo su fortuna con transferencias de futbolistas. Los escándalos oficialistas guardan muy seguido una relación con el fútbol.

Las de Arribas y Díaz Gilligan son algunas de las tramas a las que hay que prestar atención cuando el gobierno acelera para que este año las puertas de los clubes se abran a los hombres de negocios. La reunión del jueves entre Mauricio Macri y Claudio «Chiqui» Tapia no fue sólo el encuentro entre un presidente obsesionado con el fútbol y el administrador de esas pasiones. Tampoco fue sólo la agenda del Mundial 2030. Hay señales políticas en el detrás de escena. Una de ellas, tranquilizar a Tapia, que tiene más que una relación familiar con Hugo Moyano, elegido ahora como el anticristo del gobierno. Tapia no quiere que esas esquirlas alcancen a su despacho. Pero tampoco el gobierno quiere que le lleguen, lo necesita con el fin de pavimentar el camino para que el plan de sociedades anónimas no se quede en la banquina.

En el gobierno entienden que en el Congreso, donde tiene previsto presentar un proyecto de ley, no estará la mayor resistencia, pero sí en el fútbol. Macri, que fue presidente de Boca, que conoce ese terreno, ya sabe lo que es trastabillar con el asunto. Por eso el dispositivo que despliega tiene varios frentes. Seducir, por un lado, a un grueso de la dirigencia con un sistema mixto es uno de ellos. A los que no se sometan les espera, como ocurre en otros ámbitos, la furia oficial. Pero el macrismo en el fútbol no es un combo homogéneo. Daniel Angelici, presidente de Boca y, sobre todo, un vicepresidente de AFA con superpoderes, se mueve por un lado, con cintura y juego propio. Fernando De Andreis, secretario general de la Presidencia, y Fernando Marín, asesor con cargo en la Secretaría de Deporte, se mueven por otro, con mandato presidencial. Los Fernandos desconfían de Angelici. Y Angelici podría decir que la desconfianza es mutua. 

Pero todos tienen una misión común. Regar los brotes verdes que puede entregar la pelota, generar un clima de negocios en el fútbol, donde diversos actores del macrismo tienen sus intereses. Macri se impuso el sale o sale para el proyecto que lo tiene como un ferviente militante desde hace más de dos décadas, desde antes de haber llegado a Boca. El deadline impuesto es Rusia 2018, un escenario que también servirá para la promoción de la candidatura al 2030 que se prepara de manera conjunta con Uruguay y Paraguay. Ahí también apunta un sector del empresariado, esa selección que en el país que sea, bajo cualquier condición, gana en cada Mundial incluso mucho antes del partido inaugural.