Había una época en que la relación entre la selección argentina y el hincha estaba quebrada. O distanciada. O, planteándolo en términos de pareja, ambas partes se habían tomado un tiempo. Y no ocurrió hace tanto. Hoy, en horas en que la reventa de plateas para el partido contra Panamá llegó a cotizar a 120 mil pesos, nadie recuerda –ni tiene por qué hacerlo- que los organizadores debieron rebajar las entradas al 50% para los dos primeros partidos del ciclo de Lionel Scaloni en Argentina.

Ocurrió en noviembre de 2018, cuando la proto Scaloneta debía enfrentar a las versiones B de México en Córdoba y en Mendoza en medio del desinterés popular por una Selección que llevaba 25 años sin levantar copas, copitas ni copones. Encima no estaban Lionel Messi ni otros caciques ya mirados de costados tras el fracaso en Rusia 2018, como Ángel Di María o Nicolás Otamendi, y a falta de tres días para el primer amistoso sólo se habían vendido 3.000 entradas hasta que finalmente, con el combo 2×1, las tribunas del Kempes y el Malvinas Argentinas lucieron dignamente decoradas.

Pero más atrás Argentina también generaba divisiones: en la eterna disyuntiva entre seleccionado y club, una parte de la Bombonera llegó a cantar en 2009 “la selección se va a la puta que lo parió” a favor del ídolo de Boca, Juan Román Riquelme, y en desmedro del técnico argentino, que encima era Diego Maradona. Y Carlos Tevez atrás había dicho que la Selección le hacía perder prestigio –aunque últimamente, si Carlitos dice que hay sol, mejor salir con paraguas-.

Foto: Agencia Telam

Muchos medios no ayudaban, más bien todo lo contrario, y hasta Lionel Messi llegó a renunciar por culpable de todo: de no cantar el himno, de haber crecido en el extranjero, de no sentir el ser argentino y de no estar a la altura de Diego Maradona, mientras los entrenadores, metidos en sus asuntos, respondían con no, no y más noes a la posibilidad de ocupar un cargo que de repente no parecía el más pretendido -entre ellos, se supone, aunque nunca se confirmó si hubo contactos oficiales, Diego Simeone, Marcelo Gallardo y Mauricio Pochettino-.

Y sin embargo llegaron la Copa América 2021 con su Maracanazo y, claro, el Mundial Qatar 2022 –esa alegría atemporal, sin fecha de vencimiento-, y las inmediaciones del Monumental se parecieron este jueves por la tarde a una Shangri La, a una capital mundial de la felicidad, la reivindicación y la gratitud, no importaba que la convocatoria fuera para un partido que en otro momento se habría parecido un chiste malo, o a uno de esos acuerdos que parecen de los Panamá Papers, contra una Panamá bis con seis titulares de la liga venezolana. Era divertido ver en las calles, horas antes del partido, cómo los documentalistas extranjeros se abalanzaban frente a todo tipo de hinchas, incluso uno disfrazado del Papa Francisco con la camiseta de Messi y a un par de artistas que dibujaban hermosos retratos del 10 con tizas celestes y blancas sobre el asfalto de Udaondo.

Después de 36 años sin la Copa del Mundo, todo era tan festivo que, yendo a un personaje de aquellos 80, hasta se habría reído el conde Atilio, aquel personaje vestido de Drácula e inconmovible a las bromas. Los arqueros salieron a moverse 40 minutos antes del partido y la popular empezó a cantar “Que baile el Dibu la puta que lo partió” y Emiliano Martínez, claro, ensayó su paso de meneo rolinga para la ovación de sus devotos: el Dibu consiguió que los pibes quieran ser arqueros, casi un oxímoron.

Enseguida le siguió “que baile Armani” y el 1 de River también se prendió, aunque lógicamente tuviera menos swing. Después fue el turno de Gerónimo Rulli y, si hubiera existido un octavo arquero llamado Kylian Mbappé, el público igual se lo habría pedido, así como también fue ovacionada Antonella cuando la pantalla gigante del Monumental la mostró junto al resto de esposas y novias de los jugadores.

Foto: LUIS ROBAYO AFP

Atenta a todos los detalles, dispuesta a no dejar pasar la noche más distendidamente feliz de la Selección, la megafonía del estadio acertó al hacer sonar para el precalentamiento Life is Life, el tema de Opus inmortalizado por Maradona antes de un partido del Napoli en Alemania. Pero luego del anuncio de los titulares y los suplentes por la Voz del Estadio femenina (en orden de ovaciones, primero Messi, segundo Ángel Di María, tercero Dibu, cuarto Julián Álvarez y quinto Enzo Fernández), y que sonara “Tres estrellas en el conjunto”, la canción de Bizarrap, Duki y la T y la M, el ingreso de los jugadores para el partido podría figurar en un top ten de los minutos más emotivos en la historia de la selección argentina.

Primero con 80 mil hinchas cantando “muchaaachos” y luego en el himno nacional, muchos de los jugadores ordenados en fila –con sus hijos en brazos o de sus manos- comenzaron a llorar. Futbolistas curtidos, especialistas en convivir con estadios repletos, en estar bajo el ojo de las emociones populares, esta vez no pudieron ni quisieron contener la emoción: fue el momento para el que Messi dejó Rosario cuando tenía 12 años. Fue el momento para el que todo jugador argentino se levanta a entrenar a las 6 de la mañana y toma dos o tres colectivos para llegar al club.

Si hasta Scaloni mandó al diablo su habitual relato que “es sólo fútbol” y se desbordó y contagió e incluso el Dibu, el hombre que no parece tener miedo, se quebró. El arquero que mantuvo el pulso ante Kolo Muani en el minuto 123 de la final se deshizo en lágrimas. El Mundial 2022 se ganó en Qatar y se vivió en Argentina y esta noche de jueves fue, en cierta forma, el reencuentro que hacía falta para cerrar la parábola.

Foto: Agencia Telam

Después llegó el partido, esta vez lo menos importante, pero a la vez el primero de Argentina con tres estrellas en su camiseta. Lo que no cambió, y nunca cambiará, es que la gente saltó para no ser inglés. Podrían haberlo hecho para no ser holandés ni francés pero el público argentino es respetuoso de sus enemigos clásicos, como así también de sus ídolos eternos: a los 10 minutos empezó a cantar Diegooo Diegooo.

Pero lo que primero empezó festivo -“andá a cabecear, Dibu”, le gritó un nene al arquero al comienzo del partido-, poco a poco se empezó a poner espeso. Messi, de repente, pareció en plan Mundial 2010, aquel que pateaba y pateaba y pateaba y nada: sus tiros libres tenían un imán en los palos del Monumental. Y si no eran los palos, eran las manos de un arquero llamado José Guerra, del San Francisco FC de la liga panameña, que atajó tan bien que ojalá se haya ganado una venta a la MLS o a Europa o, por qué no, a Argentina. Y entonces los panameños, que al comienzo eran los rivales simpáticos que habían llegado para prestarse al show –casi como Wos, brillante en el entretiempo-, se reciclaron en “a estos putos les tenemos que ganar”.

Y hubo cambios, los habituales en estos partidos, pero nada: Argentina seguía seca, los goles se habían quedado en la arena de Qatar. Y hasta un tal Alfredo Stephens, del Academia Puerto Cabello, de Venezuela, estuvo a punto de marcar un 0 a 1 que se habría parecido a una burla del destino pero en el fondo daba igual, porque la tercera estrella se habría quedado en el conjunto. Hasta que al fin, ya a los 32 minutos del segundo tiempo, llegó el rebote de Thiago Almada para el 1 a 0 pero como no era cuestión que sólo hiciera goles Argentina sino también Messi ya sobre los 43 llegó ese tiro libre del 10 que se pareció mucho a una firma de la felicidad sobre la felicidad.

Los únicos silbidos de la noche llegaron después, en la premiación, y fueron para Claudio Chiqui Tapia. En verdad, cuando Sergio Goycochea anunció -una, dos, tres y un par de veces más- al presidente de la AFA para la ceremonia de premiación, algunos hinchas lo aplaudieron y otros (una mayoría) lo abuchearon. El público le agradece a Tapia el trabajo en la Selección pero no se hace la distraída con el desmanejo de los torneos locales.

«Siempre soñé con este momento, venir a mi país y levantar una Copa América, la Finalisísima y una Copa del Mundo», dijo Messi, minutos antes de recibir la Copa del Mundo, y le agradeció también a todos los compañeros de equipos pasados. «Estuvimos muy cerca de ganar Copas Américas y Mundiales, y entonces no se pudo, pero ellos también se merecen el respeto de todo el público argentino», dijo el capitán, recordando aquellos años en que los hinchas y la Selección estaban distanciados, casi quebrados en la relación, una imagen difícil de creer si se tiene en cuenta el delirio de este jueves por la noche. «Verlos así no tiene precio», le dijo Scaloni al público, cuando la multitud cantaba «la Scaloneta….».

Por último, los hinchas más memoriosos de River recuerdan que otro 23 de marzo al filo de la medianoche del 24, el de 1976, salían del Monumental y se cruzaron con tanques. Su equipo acababa de ganarle 2 a 1 a Portuguesa, de Venezuela, por la Copa Libertadores, cuando se toparon con una avanzada militar que se dirigía a Casa Rosada para dar el Golpe de Estado que daría inicio a la etapa más negra de la historia argentina.

A 47 años de otro 23 de marzo casi sobre la medianoche, minutos después de que Messi levantara la Copa del Mundo, la mayoría de los 83 mil hinchas que se alejaron del mismo Monumental también lo hicieron vía Libertador. Muchos irán a marchar este viernes por más Memoria, Verdad y Justicia. El fútbol, tan poca cosa en relación a lo que de verdad importa, también forma parte del ADN argentino. Y acababa de vivir una noche en el lugar más feliz del mundo, el de los sueños cumplidos para Messi, también entonando «muchachos» junto a sus compañeros en el círculo central al cierre de la noche, con Lautaro Martínez como líder de la banda cantando «el que no salta murió en Brasil» y «un minuto de silencio para Francia que está muerto».