Nahuel Tenaglia imitaba de chico al mellizo Guillermo Barros Schelotto en las canchitas de Saladillo. En todo: en la posición de delantero, en pelearse con los árbitros, en hacerse el loco. Ahora, a los 25 años, es uno de los mejores defensores del fútbol argentino, a veces lateral, otras central, siempre clave en el Talleres de Córdoba que le pelea el torneo a River. En el medio, lo dejaron libre de Boca, estuvo a punto de abandonar el fútbol mientras se probaba en Atlanta y subió a Primera con apenas 25 partidos en el Ascenso. El dolor joven en el camino a ser futbolista, el jugar con miedo, la faceta ofensiva en un defensor, por qué vuelve a ver sus partidos con el volumen en cero de la TV y los secretos del buen presente de Talleres. De eso habla Tenaglia, un jugador chacarero seguido por la Selección.

-¿A los 16 años sentías que habías “fracasado” por quedar libre de Boca?

-Le agradezco a mi viejo que me dio el empujón para no abandonar. Fue un momento muy triste y difícil. Sentí que le había fallado a mis viejos porque hicieron un gran sacrificio para que me vaya a vivir a Buenos Aires y me mantenían el alquiler. Y cuando me dejaron libre de Boca la pasé mal. Dije: “No juego más”. Y ahí apareció mi papá, que me dijo que siguiera intentando, que no se terminaba, y que le tenía que meter ganas. Me costó, pero al año siguiente quedé en una prueba en Atlanta y empezó todo lo lindo.

-¿Qué tan mal la pasaste?

-Me sentía muy mal anímicamente por sentir que no servía para jugar al fútbol, y ni siquiera había empezado, era muy chico. Me pasó eso por la cabeza. Fue un golpe muy duro. Sentía que también me había fallado a mí mismo, y no quería saber más nada con jugar a la pelota.

-¿Por eso vas al psicólogo?

-No, cuando empecé a jugar mis primeros partidos en Talleres las cosas no me salían. Y yo lo he hecho: he insultado a un jugador cuando no le salen las cosas. No de insultar en las redes sociales, pero sí me enojaba mucho. Y yo entraba a las redes y me ponían cosas horribles, a mí y a mi familia. Llegué a cerrarlas por todo lo que me generaba. Si vos lees insultos, insultos y más insultos, no le hace bien a la cabeza y la cabeza es después la que maneja el cuerpo. Adentro de la cancha jugaba con miedo a todo lo que la gente me hacía sentir, y ahí arranqué con el psicólogo y me fui sintiendo cada vez mejor.

-¿Por qué jugabas con miedo?

-Se genera una presión muy fea, y hoy me pasa que no siento presión, juego al fútbol, me divierto, la paso bien. Y ahí no la pasaba bien, jugaba con una responsabilidad muy grande por ser mis primeros partidos en Primera División ya que venía de la B Metropolitana, y cambia muchísimo el nivel mental y físico, en los cuidados, en todo. Me costó la adaptación. Y no quería leer las cosas malas porque me metía más en un pozo. “Uy, si ponen eso es porque lo seré; no sé qué hago acá, me siento muy mal jugando al fútbol”, me decía. El psicólogo fue una gran ayuda. Y hoy no le doy tanta importancia al qué dirán, he aprendido a manejarlo con el paso de los años.

-¿Cuando jugabas en Boca vivías en una casa en la que comías en el piso y te sentabas en cajones de verdulería?

-Eso fue en mi primer año en Buenos Aires, cuando llegué de Saladillo a las inferiores de Boca y entrenábamos en Ciudad Evita. Apenas a mi papá le daba para mantener el alquiler de un departamento en San Martín. Ahora lo cuento y me río, pero en ese momento me daba vergüenza. La primera mesa que tuvimos fue un carretel de madera en el que se enrollan los cables de luz. Lo vimos con mi mamá y lo agarramos, y nos sentábamos en los cajones de verdura. De a poco nos fuimos haciendo y hoy es una anécdota que me ayuda a recordar lo que tuve que pasar para estar donde estoy.

-¿Cuánto incide en tu juego de defensor que hayas jugado siempre de delantero hasta que te fuiste a probar a Atlanta?

-Jugué de 9, de 7, de enganche. Cuando sos chico querés hacer goles. Cuando fui a probarme a Atlanta faltaba un lateral derecho, me preguntaron y obvio que no dije que no, porque te limpian. Y empecé a jugar, me dieron una confianza tremenda. Me ayuda mucho haber jugado de delantero. Como lateral o central, me gusta muchísimo pasar al ataque, romper con la pelota en los pies, con conducción, filtrando pases. Lo que hago lo pienso en el momento, pero el haber jugado de delantero de chico me ayuda a tener un panorama distinto.

-¿Qué gana un equipo cuando un lateral juega de central?

-Jugar de central me gusta mucho porque no me siento tan atrapado con la línea del lateral, sino con más libertad y espacio, y agarro casi siempre al delantero de espalda. De lateral es distinto: lo agarrás en carrera o mano a mano y con más posibilidades de que te gane. Y de central me gusta meterme en el campo rival con pelota y filtrar pases. En Argentina el fútbol es más trabado; es muy difícil que los mediocentros jueguen libres, y entonces que el central conduzca con pelota y meta un pase al delantero rompe todo eso.

-¿Te gusta ver fútbol?

-Es de lo que vivo, aprendo partido a partido, y trato de sacar lo que me sirve. Veo el partido que sea. Es verdad que hay algunos jugadores a los que no les gusta mirar partidos. Hay algunos a los que les encanta jugar al fútbol en la Play. A mí, no. Es distinto, aunque se parezcan, porque salvando las distancias es prácticamente lo mismo y hasta se puede aprender. Miraba mucho al Dani Alves de Barcelona, ahora al alemán Kimmich del Bayern Munich. También a Sergio Ramos y Marcos Rojo, que son pedazos de centrales.

-¿A tus partidos los ves con el volumen en cero?

-Sí, no me gusta lo que se pueda llegar a decir, bueno o malo. Trato de mirarlo tranquilo, sin volumen, en silencio, para poder analizar bien y no dejarme llevar por lo que se habla. Como se absorbe lo malo también se absorbe lo bueno, y te puede sacar los pies de la tierra y no quiero que me pase.

-¿Qué es el fútbol de Ascenso?

-Le agradezco muchísimo, no sólo por lo que es el fútbol, que es de mucha fricción, sino también por lo que hoy tengo en Talleres y antes no. No es desprestigiar a los clubes del Ascenso. Las pelotas, el gimnasio, el tomar agua de una canilla. En Talleres, y en la mayoría de los clubes de Primera, nos dan una botellita de Gatorade, y se aprende a valorar. En su momento, cuando entrenábamos en el predio de Atlanta de Villa Celina, tomábamos agua todos de un bidón o una canilla y las canchas y las pelotas no eran las mejores. Hoy valoro mucho el lugar en el que estoy; me sirvió muchísimo el Ascenso.

-¿Hay un fútbol chacarero?

-El campo es lo más lindo. Cuando voy a mi pueblo, cuando estoy con mis amigos, cuando voy a pescar, me desconecto. En Saladillo hay un torneo de ocho equipos, que no es poca cosa para un pueblo. Y cada vez que voy veo a mis amigos que juegan. Es un fútbol trabado y friccionado, y chacarero porque se mete mucho. Hay que tener un poco de huevos para jugar en el torneo. Lo aprendí de chico y trato de llevarlo a la cancha. Jugué en Argentino de Saladillo, a una cuadra de mi casa, y después en La Lola y Huracán. Saladillo es mi lugar en el mundo. Ojalá que dentro de muchos años pueda volver a vivir ahí.

-¿Por qué Talleres está arriba?

-Por la calidad humana que hay en el plantel, desde los jugadores hasta el cuerpo técnico, pasando por los utileros, la nutricionista, todos. Hay gente muy buena, tiramos todos para el mismo lado, y eso adentro de la cancha también se ve. Porque somos un plantel joven, porque si no estás al 200% para entrenar, el Cacique (Medina) se enoja, o te lo dice: quiere jugadores que entrenen así para que después lo demuestren adentro de la cancha. Somos un equipo muy maduro que se adapta a todo, y eso nos costaba en los campeonatos anteriores. Si hay que jugar, juega. Si hay que meter, mete. Si hay que hacer tiempo, hace tiempo. Eso recién lo empezamos a hacer en este campeonato. Antes quizás empatábamos o perdíamos partidos que empezábamos ganando. No le hacemos asco a nada, a lo que venga. Nos ponemos el mameluco, como dice el Cacique, y salimos.

-¿El Cacique Medina se entrena con ustedes?

-Es un loco lindo. Se entrena con nosotros, se tira a los pies, no le importa nada. Es el fútbol uruguayo. Y si no le metés, se enoja. Y al final no sabés si irle fuerte o despacio, porque si le vas despacio, se enoja, y se le vas fuerte, le encanta, pero es el técnico y se lo respeta. Capaz le metés, se enoja y te saca… Eso hace a un grupo. Es como un compañero más. Si a Talleres le va bien es gracias también a él. Y más allá del fútbol, nos dice que cuando tengamos un problema al primero que se lo digamos es a él. Está en todos los detalles: cómo van las cosas en nuestra casa, en nuestra familia. Que un técnico tenga ese contacto con el jugador le hace tener confianza. El jugador de fútbol tiene una cabeza que no se sabe qué le pasa, tiene problemas como cualquier ser humano, porque los jugadores no somos robots.