Antonio Moschella nació en Nápoles en 1983, tiene 39 años. Un año antes de que Diego Maradona llegara a esa ciudad para revolucionarlo todo. Antonio es licenciado en política, periodista, y el jueves se metió entre la multitud en una mezcla de trabajo y celebración. No pudo estar en Udine, donde el Napoli consiguió el Scudetto después de 33 años. Pero lo vivió con su gente, con los miles de napolitanos –un millón, dice, desparramados por cada rincón de ese refugio que orilla con el Vesubio–,  todos estallados por algo parecido al sentimiento de la revancha.

Antonio había visto campeón al Napoli en 1990 junto a su padre. Con Maradona en la cancha. Tenía seis años y nada hacía creer en ese tiempo lo que sobrevendría después. El doping de Diego, el descenso, la quiebra, otro descenso, una caída al infierno para el equipo que había llegado al paraíso. La generación de Antonio –y la siguiente– vivieron más de tres décadas buscando volver a ese lugar sin saber cuándo podría pasar. Me dice ahora, cuando al fin sucedió, que fue tan difícil todo en esos años, que fue tanta la angustia, que incluso con la diferencia de puntos que había sacado el equipo de Luciano Spaletti, él quería ser mesurado. Veía mucho triunfalismo. Demasiados golpes lo habían acostumbrado a la decepción.

Son esas generaciones de hinchas napolitanos que vieron a Diego en su infancia. O que no lo vieron. Para ellos, Diego es un mural, una imagen en un santuario, un póster y una estampita; un relato de los años felices. Maradona, dios pagano, como San Genaro, el patrono de la ciudad. Ahora el estadio, el San Paolo, también tiene su nombre: Diego Armando Maradona. Repleto el jueves aunque el equipo jugara de visitante, ahí sonó la canción de Rodrigo, y todo el pueblo cantó, maradó, maradó.

La presencia de Diego, esa estela que parece atravesar Nápoles por estos días de alegría colectiva, incluyó banderas, remeras y, por supuesto, apelaciones místicas. El «elijo creer» del sur italiano. La muerte de Maradona, el 25 de noviembre de 2020, puso en luto a la ciudad, su ciudad, como lo hizo con la Argentina, su país. Ni la selección había vuelto a ganar un Mundial desde México 86 ni el Napoli había vuelto a ganar un título después de Diego. En su momento, además, una cosa le había seguido a la otra.

Lionel Messi levantó la copa del mundo en Qatar y ahora el Napoli fue campeón. Del 18 de diciembre del 2022 al 4 de mayo de 2023, la misma secuencia de la era maradoniana. Hasta los más racionalistas hicieron esas cuentas. Los ateos –muchos adoradores del Diego– también cerraron los ojos y se entregaron a la posibilidad de la duda. Asif Kapadia, el genial director británico, autor de Diego Maradona, Senna y ganador del Oscar con Amy, tuiteó el 15 de diciembre pasado una imaginación: «¿y si ahora que Diego ha muerto, la Argentina ganaba la copa del mundo y Napoli ganaba el Scudetto?».

Obra de Messi (y de un equipo) lo de Qatar 2022 y obra de los goles de Víctor Osimhen y los pies del georgiano Jvicha Kvaratsjelia (Kvaradona para los hinchas) lo de la Serie A 2022/23, se buscaron explicaciones sobrenaturales al fenómeno de la sincronicidad.

Fue por estos días que en el Bafici, el festival internacional de cine independiente de Buenos Aires, se estrenó la película Ho visto Maradona del director y actor de teatro Ximo Solano. Valenciano, hincha del Barcelona, en el filme Ximo, viaja con la compañía MIA a Nápoles junto al escritor francés Daniel Pennac, quien intenta entender cómo ese pueblo llora la muerte de ese jugador de fútbol que era «un cubo de músculos» que hacía de sus movimientos «una danza». En ese transcurso, se monta allí una obra pensada como una tragedia, como La Divina Comedia, con el infierno, el purgatorio y el paraíso, con Diego Maradona. Nápoles –dice el escritor Maurizio de Giovanni durante uno de sus tramos– es el purgatorio. Abajo el mar de lava, arriba el cielo azul. En la obra, Diego baja al infierno a rescatar a María, la mujer de Pez de Oro, un pescador napolitano. Intenta evitar una injusticia. Le da la mano de Dios para sacarla de ahí. «Con una fuerza increíble que sólo poseen los dioses». «La mano de Dios que dio tanto que hablar encontró un hombre para reencarnarse», dice el texto de la obra, se escucha en un ensayo. Diego vuelve a la fila de los pecadores. Cuando se le acerca a San Pedro, dice: «Dime una cosa, sinceramente: para ir al paraíso, ¿qué otro milagro debo hacer?».

Todo sucede antes de que el Napoli volviera a ser campeón. Y que Diego se asemejara a un Dios ex machina, como me dice ahora Antonio Moschella mientras saborea el dulce de la victoria, la llegada al paraíso de una generación napolitana, el regreso de una ciudad que vive apretada a la mano de su Dios. «