Después de que la Selección perdiera con Paraguay, en Córdoba, y la clasificación a Rusia 2018 quedara en alerta amarilla, lo que prevalecieron fueron los análisis emocionales. No está mal. La Argentina parece un equipo compuesto por jugadores angustiados; un conjunto en trance que sufre cada convocatoria como si se tratara de un viaje al cadalso. Así se vivió también la renuncia –nunca efectivizada– de Lionel Messi en la puerta de un vestuario en New Jersey. Todo es un karma.

Hubo también reacciones más furibundas, una especie de que se vayan todos, el reclamo de que se haga tabla rasa con una generación de futbolistas que en los últimos años llegó a tres finales, una de ellas de Mundial. Que algo no está bien, resulta indiscutible. Que hay jugadores en bajo nivel, también. Pero que solo se trate de un problema con algunos nuevos villanos –Sergio Agüero fue el elegido para ese rol protágonico en las últimas semanas– parece una respuesta facilista.

Pero mucho más allá de psicoanalizar a un grupo de jugadores o de demonizar a otros, la cuestión central estará en la organización de esos futbolistas; la idea con la que saldrán a la cancha. Para los partidos frente a Brasil y Colombia, Edgardo Bauza resolvió convocar, como novedad, a Julio Buffarini, Marcos Acuña y Gerónimo Rulli. En los dos primeros casos parece atender al reclamo de sumar jugadores «de acá», uno de ellos, incluso, de su riñón. En el tercero, al de buscar alternativas a un arquero sin actividad en su equipo, Sergio Romero. El resto de la planta permanente, salvo por Marcos Rojo, se mantiene.

Al margen de si esos son los jugadores necesarios para este momento –un ítem por demás discutible–, casi nada cambiará con un par de nuevos nombres. El equipo podrá tener un mejor o peor resultado en la cancha, pero el fondo del asunto se mantendrá si no se termina de establecer una idea de juego clara, al menos algo más nítida.


Esa idea, por ahora, es una incógnita, aunque Bauza ya anticipó que contra Brasil jugará «con dos líneas de cuatro», lo que permite intuir qué propondrá el entrenador para visitar Belo Horizonte. Y es un gran combo. Porque la Selección aparece desquiciada desde lo alto, con una intervención oficial, encabezada por Armando Pérez, que lleva una gestión a la deriva. Se piden proyectos para las juveniles que ni se estudian. Se eligen nombres –por afuera de esos proyectos– sin demasiados antecedentes. Y todo se envuelve en internas dirigenciales que parecen interminables. Entre toda esa montaña de desprolijidades, Messi todavía vuelve para jugar en la Selección. Y hasta ahora esa es la única certeza de que puede haber un futuro mejor.