A las 17:10, en el estadio Diego Armando Maradona, Platense comenzará a disfrutar de su regreso a Primera tras 22 años de exilio en el ascenso. Será justo ante Argentinos Juniors, rival favorito de sus hinchas que, pese a las más de dos décadas que pasó el equipo entre la B Nacional y la Primera B, se mantuvieron firmes en su identidad y en los últimos años recuperaron a uno de los clubes con más tradición en el fútbol argentino. Más allá de la definición por penales en una lluviosa noche rosarina, el camino de regreso del Marrón, que hasta 2018 jugaba en la tercera categoría, se empezó a construir hace algunos años con la recuperación de la vida social del club y la consolidación de distintas disciplinas. Hoy Platense cuenta con orgullo que tiene tres equipos en Primera: fútbol masculino, femenino y básquet masculino, en la Liga Nacional de Básquet. 

En 2018, cuando el macrismo estaba en el auge de su poder y a través de sus alfiles en el fútbol buscaba abrirles las puertas de los clubes a las sociedades anónimas deportivas (SAD), Platense convocó a una asamblea extraordinaria para modificar el Estatuto e incluir la imposibilidad de transformar al club en una SAD. Decisiones. El año de la pandemia fue el que trajo el premio que hace tanto esperaba el hincha. Pero no es el único logro que relata su presidente Pablo Bianchini: desde el club se comunicaron con cada uno de los socios mayores durante la cuarentena para ver si necesitaban algún tipo de ayuda, se hicieron ollas populares y se repartió comida en el barrio, además de una campaña de recepción de útiles. “Nosotros tenemos un lema que es ‘Platense es familia’. Y es una realidad. Si vas al club –dice Bianchini– vas a ver familias enteras. No coincido con esa idea de que sea un club de gente grande, tal vez era así cuando yo era más chico. Hay una clara identificación con nuestro barrio. Se trabajó este crecimiento deportivo y social. Y dio sus frutos”.  

La síntesis se vio en la caravana para festejar la vuelta a Primera, cuando el plantel llegó de Rosario tras la final ante Estudiantes de Río Cuarto. “Había familias enteras, sin distinciones de edad, desde la abuela al nieto. Fueron 22 años de sufrimiento, de perseguir esto. A los pibes de 25 –dice Daniel Vega, máximo goleador histórico del club, quien logró su tercer ascenso con el Calamar– no les tocó ver a Platense en Primera todavía. Y la gente grande tenía miedo de no volver a verlo”. Vega, de 39 años, que durante los meses de cuarentena se entrenó por su cuenta en el Parque Chacabuco porque era jugador libre, se cruzó durante los festejos con gente que llevaba su cara tatuada en el cuerpo. Pero no fue lo más loco, dice: le propusieron que hiciera un libro, que contara su historia con Platense. Ya arrancó a escribirlo. 

Vega fue el jugador simbólico del triunfo marrón, pero la figura del reducido del Torneo Nacional fue el arquero Jorge De Olivera, de 38 años. El ex Racing y Nueva Chicago había decidido su retiro, hasta que lo llamó Platense en 2017, que estaba en la tercera categoría. Ahora será el 1 de la Liga Profesional de Fútbol. Aunque no será el único desafío para el misionero que de chico jugaba en la selección juvenil de básquet de su provincia: el actual vicepresidente Fernando Went le prometió que si lograba el ascenso le permitía jugar un partido en la Liga Nacional. Más allá de la anécdota, el básquet es uno de los motores sociales del club, un imán para chicos y chicas de la zona norte de la Ciudad y del Conurbano. También las inferiores de fútbol. En una zona sin tantos clubes, el Calamar se volvió referencia. De allí salieron en los últimos años Nicolás Morgantini (San Isidro, hoy en Lanús), Agustín Palavecino (Florida, hoy en River), Thiago Palacios (CABA, vendido al City Group).

Para acompañar la vuelta a Primera, el club lleva adelante cuatro obras de infraestructura: el microestadio de básquet, con la idea de que sea multiuso por su buena ubicación; la modernización del estadio; un nuevo local de venta de indumentaria; además, a través del programa Clubes en Obra del Ministerio de Deportes y Turismo, se llevan adelante remodelaciones en el club que tendrán una novedad importante: se construirán baños y vestuarios sin distinción de género. “Va a ser el primer vestuario inclusivo de un club del fútbol argentino. La idea es que sea utilizado por quien quiera y que vaya de la mano con los tiempos actuales”, indica Bianchini.

Anabella Castro tiene 25 años. Casi no vio al Calamar en Primera, aunque heredó de su papá el color marrón. A los 17, con el equipo en el ascenso, empezó a ir sola a la cancha. Y a tener ahí su grupo de pertenencia. Se sumó al Departamento de Género, donde además de los proyectos de los vestuarios inclusivos salió un protocolo de género que el club aprobó el año pasado para dar apoyo y consulta a mujeres en el barrio. “En los últimos años vi cómo se transformó el club. Con las cuestiones de género había una necesidad, porque no teníamos un lugar de encuentro para las pibas. Salvo que hubiera una movida solidaria, no se convocaba a que participe la juventud del club. Hoy nos sentimos parte”, dice. En el último año, el Departamento de Derechos Humanos lanzó el programa de Identidades Calamares, para recuperar la historia de sus socios desaparecidos, y homenajeó como socia honoraria a la nieta recuperada Victoria Moyano, quien pasó su infancia en el club antes de conocer su origen pero siguió ligada al club cuando conoció su verdadera identidad. 


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(Foto: Julián Álvarez/Télam)



Más allá de la nostalgia ochentonoventosa que despertó su ascenso, Platense forma parte de la tradición del fútbol argentino. Y no solo porque pasó 72 de sus 115 años en Primera, o porque ocupa el 16° puesto entre los equipos con más partidos en la máxima división. El Marrón se cuela en la cultura nacional. No solo con el famoso verso de Baglietto y Vitale en «Dios y el Diablo en el taller», con la radio que «transmite el empate de Ferro y de Platense cero a cero». También en los libros: en El sueño de los héroes, la novela de Bioy Casares, hay un personaje que se define como “hombre de Platense”; Roberto Fontarrosa escribió un texto maravilloso en el que cuenta su historia con una camiseta del Marrón que le regaló Pedro Marchetta y en «Motorola» Eduardo Sacheri relata la desaventura de un taxista que se aferra a su radio cábala hasta que el fantasma del descenso se hizo carne en 1999, tras una derrota ante River, en Saavedra. Pasaron 22 años. Hasta hoy.