Guillermo Matías Fernández creció jugando a la pelota en la canchita vecinal del Club Deportivo San Fernando de Granadero Baigorria, en las afueras de Rosario. Ya era, de chico, “Pol”. Y enganche. Hasta que llegó a la escuela del cazatalentos Jorge Griffa. “Vos -le dijo- sos cinco”. De Griffa, quien a los 16 años lo llevaría a las inferiores de Boca, le quedó que para jugar al fútbol se necesitan cinco puntos básicos: “Pase, recepción, salto, cabeceo y remate. Después, hay que sumarles muchas cosas. Pero esa es la base”. Frente a Estudiantes en La Plata y River en el Monumental, en las últimas dos fechas de la Copa de la Liga, Pol Fernández jugó por primera vez de titular como el cinco de Boca, y después de pasar por todas las posiciones del mediocampo en cinco partidos, desde su vuelta a principios de año. A los 30 años, en su tercera etapa en el club, Pol Fernández le cambió la cara a Boca en 180 minutos. Y emerge como un líder futbolístico silencioso en un equipo que todavía busca una identidad de juego más marcada.

El domingo, Pol -su padre quería llamarlo “Paul” por Caniggia pero no se lo permitieron en 1991- jugó su primer superclásico de titular, aunque podría decirse, a secas, que jugó su primer superclásico. Suena extraño: sólo había jugado 31 minutos en el 1-1 por el Torneo Final, cuando Boca recibió a River en la Bombonera por primera vez tras el descenso. En el 1-0 ante River, según las estadísticas de Sudanalytics, fue el primero entre los jugadores de Boca en intercepciones (5), recuperaciones (12), pases completados (28), pases al campo rival (12) y pases largos completados (4). La inclusión de Pol de cinco -que el entrenador Sebastián Battaglia lo ratificase ante River de visitante- fue también sacarse cierto temor después de los planteos defensivos de Miguel Ángel Russo y, sobre todo, de Gustavo Alfaro. “Siempre juega bien. Parece que tiene un escarbadientes debajo de la pera y ve todo”, dijo una vez Juan Román Riquelme sobre Pol Fernández, su primer refuerzo cuando se estrenó como dirigente en 2019.

La popular de Casa Amarilla, donde se ubica La 12, se llama Natalio Pescia, centro half de Boca entre 1942 y 1957, su único club. A Pescia lo apodaban “El Leoncito”. Desde entonces, una línea interna de volantes centrales de Boca responde al legado del hacha y tiza, desde Antonio Rattín a Blas Giunta. Pero nada es lineal: en Boca también lucieron cinco finos como Norberto Madurga y Claudio Marangoni, y Fernando Gago y Éver Banega en los tiempos modernos. En el Boca de Guillermo Barros Schelotto que perdió la final de la Libertadores 2018 ante River en Madrid, el colombiano William Barrios solía ser la figura cuando el equipo jugaba mal. Si Pol Fernández juega bien, en cambio, el equipo juega bien. “Dime quién es el mediocentro y te diré cómo vamos a jugar”, sentenció el español Juan Manuel Lillo, hoy ayudante de campo de Pep Guardiola en el Manchester City, formador de entrenadores.

Marcelo Gallardo podría haber generado un efecto mariposa a fines de 2020, cuando dio el visto bueno para que Pol Fernández llegase a River. Había vuelto al Cruz Azul de México después de discrepancias en la renovación del contrato con la dirigencia de Boca. También estuvo cerca de River en 2018, cuando pasó al final de Godoy Cruz a Racing, con el que se consagraría campeón de la Superliga 2018/19. Eje en la construcción de la salida, ahora le aporta visión de juego, cambios de frente, control y clase a Boca. Battaglia, volante central como futbolista, había elegido primero a Esteban Rolón y después a Jorman Campuzano, cincos de quite. “Con sus cachetes inflados y su jopo, juega como si en verdad nunca se hubiera ido -escribió Juan Stanisci antes del superclásico en el sitio Lástima a nadie, maestro-. No suele estar en boca de periodistas, a menos que puedan encontrar una ‘polémica’, ni en los podios de los hinchas. Las veces que falta, es cuando más se nota su presencia. Pero siempre está ahí, casi en las sombras, para intentar una de las cosas más difíciles del fútbol: hacer jugar”.