José Antonio Gómez pasó 28 de sus 61 años en prisión. Entre rejas comprendió el funcionamiento de un sistema que opera con impunidad y se hace carne en el cuerpo de las personas. Cansado de vivir en un contexto tan violento, comenzó a estudiar Sociología en la sede que la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) instaló en la unidad Nº 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), ubicada sobre los basurales de José León Suárez. Además, el hombre se convirtió en poeta: publicó un libro y dicta clases en sectores de extrema vulnerabilidad social.

A los nueve años empezó a estudiar boxeo y su profesor lo apodó Pólvora. Desde entonces, todos lo llaman así. Estuvo en varios institutos de menores, se casó a los 16 y a los 18 fue a prisión tras protagonizar el robo a una sucursal del Banco Nación. Cuando recuperó su libertad se puso los guantes nuevamente y tuvo éxito. Hasta que cumplió 32 y volvió a caer preso por el atraco a un camión de caudales. Su mejor etapa en el boxeo fue en la década de los ochenta, cuando peleó con varios campeones del mundo.

Pólvora dice que sus ídolos en el boxeo son, Oscar Natalio «Ringo» Bonavena y Carlos Monzón, entre otros. Cuando era pequeño, sus sueños estaban en las tinieblas por culpa de la desidia social: hasta que conoció el deporte que impulsó su vida. Sin embargo, las peripecias de la vida lo llevaron de un mundo a otro. 

«Anduve en la calle desde muy pequeño y el boxeo fue lo que me dio el bienestar económico, empecé amateur y luego lo hice en forma profesional. En los ochenta peleé con los campeones Gustavo Ballas y Pedro Décima, entre otros. En esos momentos fui considerado un crack. En este deporte tenés que construir tu propia fama, el cartel, porque si no lo hacés nadie te respeta, es como en la cárcel, le dice Pólvora a Tiempo.

Y continúa: «Empecé a ir al centro de estudiantes universitario para matar un poco el tiempo y luego me enganché. Ahora tengo nueve materias aprobadas en la carrera de sociología e hice un taller de poesía y voy a presentar mi libro. A través de la escritura pude liberarme, es por eso que lo sigo haciendo».

Semanas atrás, presentó en la Biblioteca Nacional su libro titulado Pólvora, una recopilación de las poesías que escribió mientras transitó el encierro punitivo. Pólvora estudió con la poeta Cristina Domenech, con quien sigue trabajando.

«Fue una sorpresa para mí cuando me dijeron que iban hacer un libro con mis poesía. Les dije que sí, y estoy muy contento por eso. Yo sólo escribí por placer y porque me hace bien, nunca me imaginé esto. En los 28 años que pasé en prisión estuve en todas las cárceles del sistema penitenciario federal y provincial. Hasta que llegué a la 48 y conocí a gente buena que me ayudó y lo sigue haciendo por lo cual estoy muy agradecido», cuenta Pólvora.

«En primer lugar, me hice amigo del presidente del Centro de estudiantes, Pablo Palmisano, porque es una persona buena. Él habló conmigo y me ayudó a comprender mejor las cosas, porque yo me cerraba mucho en mi propia opinión. En el mundo de la delincuencia tenés dos opciones, la cárcel o la muerte», explica. Y agrega: «Pero después recapacité y empecé a escribir, porque tuve la posibilidad de  relacionarme con otro tipo de gente que me ayudó a ser mejor persona. Gracias a eso logré sentirme útil trabajando para los niños. En mis poesías mezclo la realidad de los momentos vividos y la fantasía a través de la metáfora». 

Pólvora nació en la provincia de Salta, vino desde chico pero visita su tierra natal con frecuencia. Tiene una hija y tres hijos, con quienes vive en  Villa Hidalgo, en el partido bonaerense de San Martín. «Cuando empecé a estudiar Sociología comprendí muchas cosas y conocí al otro. También hice el taller de periodismo