El dato es que este martes 27 de diciembre Juan Román Riquelme encabezó la presentación de su agrupación. Algunos dirán que fue el primer paso para su campaña presidencial en el Club Atlético Boca Juniors, otros dirán que es una piedra más en el zapato de Mauricio Macri, pero la noticia en realidad fue la confirmación de Riquelme como figura política. Si bien su presencia en el frente de Ameal fue trascendental para una segura victoria, él mismo seguía reconociendo que la actividad política era un camino que recién se iniciaba en su vida y del que tenía mucho que aprender.

Por eso su apuesta no iba a ser gratis. Riquelme en Boca como jugador era de consenso y hasta le había ganado la pulseada al mismisimo Diego Maradona. No tenía ninguna necesidad de meterse en el barro, por eso cuando lo hizo empezaron los cuestionamientos: que cobraba una fortuna por poner su nombre en una boleta, que simplemente iba a poner la cara pero no iría a trabajar al club, que Boca no era un lugar para improvisados, que no sabía lo que hacía. Tuvo que aprender a lidiar con la critica un tipo que desde la tribuna recibía solo elogios.

Más allá de las operaciones que tuvo que soportar, el hincha de Boca lo siguió respaldando desde el día uno. En dos semanas de campaña logró una convocatoria récord para el día de la elección y un triunfo aplastante, a pesar del aparato enquistado en el club por un cuarto de siglo y de los medios que le hicieron la vida imposible. Pero ni bien asumió el cargo de presidente del Departamento de Fútbol empezaron las dudas. ¿Podrá afrontar semejante responsabilidad? ¿Tendrá la capacidad política de liderar la transformación que prometía?

La gestión estuvo caracterizada por la alternancia de buenas y malas que se vieron tanto adentro como afuera de la cancha, pero especialmente estuvo signada por debates internos que Juan Román supo capitalizar a su favor, especialmente por el amor de los hinchas que, según el 10, “están todos locos”. Ya desde ese momento él decía que el club era de los hinchas, que él solo lo estaba cuidando y que tenía pensado hacerlo por muchos años. Pero para eso sabe bien que tiene que volver a ganar elecciones el año que viene.

Con un discurso corto, genuino y sumamente empático, empezó su camino a la presidencia con el pie derecho. Se mostró como un hincha más, que al igual que a todos le gusta vestirse con los colores del club. Volvió a enfatizar el rol social del club y la importancia para el barrio de que eso exista y aseguró que la “culpa” era de los hinchas que lo habían apoyado y que ahora deberían reventar las urnas para volver a respaldarlo.

El crack demostró en pocos minutos entender mejor que nadie el pensamiento y el sentimiento del hincha de Boca. Por eso les habló directo y frontal. No necesitó de promesas sobre el bidet, ni impostar un personaje, ni un relato que suene creíble. El que estaba en el escenario era Román, el mismo pibe que hace algunos años llegó desde Don Torcuato con un bolsito lleno de sueños a la pensión de Casa Amarilla y que entre asado y gambeta transformó La Bombonera en el patio de su casa.

Ahora el hincha le estaba ofreciendo la llave de aquel templo y él no hizo más que devolverles el gesto. El patio de su casa ya no era suyo, era de todos. Los invitó a los hinchas a apropiarse del club, a usarlo y a cuidarlo de todos aquellos empresarios que buscan privatizarlo y hacer negocios. Con la simpleza de un pibe de barrio, y con más acciones que palabras, Juan Román Riquelme se mostró en las antípodas de Mauricio Macri y Daniel Angelici y le dio una lección a la ciencia política: “Anda payá, bobo”.

Con la misma sencillez que la Scaloneta, Riquelme llegó a la cima del mundo y ahí se sentó a tomar unos mates. Solo que ahora ya no estaba solo, ni en Torcuato, ni con un bolsito lleno de sueños. Estaba rodeado de una multitud de desquiciados que le creyeron y se lo tomaron en serio y que estaban dispuestos a acompañarlo. Román no le dijo a los hinchas lo que ellos querían oir; los incluyó, los involucró, los hizo sentirse parte de algo mucho más grande. Porque esa es la mística xeneize que Román entendió. Se trata del club de barrio más grande del mundo y para eso había que permitirse soñar con ser campeones del mundo, pero sin sacar nunca los pies del piso, del patio de su casa.