Monica Seles se sienta en el banco en el cambio de lado. Cuartos de final del torneo de Hamburgo 1993. Le gana 6-4 y 4-3 a la búlgara Magdalena Maleeva. La TV hace un paneo desde el aire. Un quejido rompe el silencio. Seles -19 años, nacida en Serbia, número uno del mundo, ocho Grand Slam- es acuchillada en la espalda por Günter Parche, un alemán xenófobo, fanático de Steffi Graf. Una semana más tarde, 17 de las mejores 25 tenistas de la WTA -incluida la alemana Graf, que había perdido el N° 1- se reúnen y votan si le congelan el ranking a Seles hasta su recuperación. “No”, dicen todas, menos una: Gabriela Sabatini. “Pensó como persona y no por el ranking y el negocio. Gaby es diferente al resto: es muy humana y tiene valores”, dirá, en 2015, Seles, quien volvió al circuito “destruida en vida” 28 meses después, con diez kilos de más y problemas psicológicos. A los 52 años -y a 26 de su retiro-, Sabatini, la mejor tenista argentina de todos los tiempos, volverá a jugar en el Trofeo de Leyendas de Roland Garros, que comenzará el martes en París, en el dobles junto a Gisela Dulko.

En 1993, Sabatini era la número tres del mundo. Nunca pudo superar ese puesto. De haber votado en contra de Seles, hubiera escalado en el ranking. Pero primó el gesto solidario. “Siempre pensé en el ser humano. Terminaba el partido y éramos compañeras. Sentí que pudo haberme pasado a mí”, dijo Sabatini, sin alardes, hermética y retraída, después de que Seles ventilase la historia en 2015. Sabatini y Seles se habían reencontrado para jugar una exhibición en el Madison Square Garden de Nueva York. Sabatini ganó allí el Masters 1988 y 1994. Y en Flushing Meadows, su único Grand Slam, el US Open 1990 ante Graf. Aquel partido con Seles fue su última aparición con una raqueta en la mano. No le dan ganas. Ahora podría jugar hasta tres partidos en Roland Garros, donde fue campeona del torneo junior en 1984. Y donde, al año siguiente, con 15 años, llegó a la semi pero entre las mayores (aún es la tenista más joven en competir en una semi de un Grand Slam).

Sabatini -39 títulos, 27 en singles y 12 en dobles, plata en los Juegos de Seúl 1988 y primera mujer abanderada olímpica argentina- se despidió del tenis a los 26 años, el 18 de noviembre de 1996, en el Madison. Estaba dentro del Top 30. Estrés y agotamiento. Nueva York, la ciudad en la que cosechó más triunfos, la ama. “Dejé el tenis -dijo- para no odiarlo, no era feliz”. Gaby comenzó a los seis a pegarle a la pelotita en el frontón de River. A los 14 era profesional. A los 16 se metió entre las diez mejores del mundo. Le costaba horrores hablar con la prensa. Escribía para sacar lo que sentía. Acompañada por los Osvaldo -padre y hermano-, durante años no tuvo un entrenador. Hasta que se sumó Carlos Kirmayr y la liberó: ganó el US Open 1990. Venció cinco veces seguidas a Graf, dueña del récord de 377 semanas en total como número uno, única tenista en ganar el Golden Slam. Pero se quedó a dos puntos de vencerla en la final de Wimbledon 1991 y ser la N° 1. “Durante mi carrera enfrenté situaciones complicadas -contó Sabatini-, viajé sola alrededor del mundo, pero no conocía nada, y por eso ahora viajo. Afronté presiones, lejos de casa y extrañando a mi país y gente. Viví una vida totalmente diferente a la de las personas de mi edad. Pero todo ese esfuerzo valió la pena”.

Sabatini había conocido, a los 14 años, a Maradona: Diego viajó a verla en la final del Roland Garros junior que ganó en 1984. Se volvieron a cruzar en 1990, en una producción de la revista El Gráfico. Sabatini jugaba el torneo de Roma en el Foro Itálico. Maradona se preparaba para el Mundial de Italia. “Gabriela -dijo Diego- no se discute: se ama”. Sabatini priorizó su carrera antes que representar a Argentina en la Copa Federación, la Davis femenina. “Mientras todas compiten para ver quién le pega más fuerte, ella juega al tenis”, la describe el periodista Ezequiel Fernández Moores en “Gabriela es Nastase”, un artículo publicado en Página 12 en 1991, rescatado en Juego, luego existo. “Aun perdiendo, desconcentrándose, con gestos de fastidio y sin ofrecer lucha en los momentos claves, aun así, ofreció las mejores jugadas. La magia y la improvisación, la belleza y la estética, partieron de sus movimientos y golpes. En medio de tanta potencia descontrolada, corridas frenéticas y golpes salvajes, verla jugar es una reconciliación con el tenis”.

A fines de marzo pasado, Sabatini y Dulko se entrenaron en el Racket Club de Buenos Aires para el Leyendas de Roland Garros. La siguieron en Miami, donde Sabatini vive parte del año. Radicada en Suiza, también pasa sus días entre Nueva York y Buenos Aires, donde tiene una estatua en el Paseo de la Gloria. Lejos del tenis, se apasionó por el ciclismo de ruta, la natación y el running. “Me siento bien física y mentalmente, necesito empezar el día haciendo deportes, me purifica, es un cable a tierra -dijo-. El hecho de viajar y de estar en constante movimiento es una manera de mantenerse joven, pero sobre todo activa”. Empresaria con marca propia de perfumes y de ropa deportiva, se descubrió como amante del café. En Zúrich estudió sobre granos, varietales y cafeteras. Hizo un curso de barista. Se enorgullece de la preparación del cappuccino, su predilecto. “Lo fundamental del café -dice- es que te lo preparen con cariño: te das cuenta quién pone amor al hacerlo y eso hace mucho al resultado final”. Sabatini cambiará por un rato las horas en soledad que pasa en las cafeterías del mundo por los courts de París. Con el mismo amor.