A la hora de la siesta de verano, la plaza de Carlos Casares no es muy distinta a la de cualquier pueblo bonaerense: la municipalidad, una iglesia y mucha calma. En una de las esquinas está el Gran Hotel Carlos Casares. Allí duerme lo que diferencia a este pueblo de 18 mil habitantes de los otros miles del país. El plantel de Agropecuario Argentino descansa a la espera  del partido de la noche ante Quilmes, uno de los 13 pasos que aún le faltan en la escalera al cielo de la Primera División. Así de meteórico es el ascenso del club que fundó en agosto de 2011 Bernardo Grobocopatel, quien comparte el apellido ilustre en la región con su primo Gustavo, el rey de la soja.

A medida que el pueblo se sacude la modorra, las camionetas se estacionan en la puerta. Son familiares de los futbolistas que pasan a buscar las entradas. Se espera «un mundo de gente» en el primer partido del año. «Siempre soñé con llegar –dice Gonzalo Urquijo, goleador, capitán y símbolo de Agropecuario–, pero nunca pensé que se iba a dar con un equipo de acá. Nunca vi tanta gente en la cancha. Llegan dos horas antes, es una locura. Antes, cuando jugaba en la liga, era la nada». Urquijo nació en Bellocq, al interior de Casares, y estuvo algunos meses a prueba en Boca, pero no aguantó la distancia. En 2011 estudiaba en La Plata, hasta que un llamado le cambió los planes: un Grobocopatel lo invitaba a sumarse a un club de Casares que quería llegar a Primera. Pensó que eran sus amigos que le hacían una joda. «Conocía a Bernardo por el apellido, nomás. Creí que estaba loco. Pero con el tiempo se fue dando todo».

Pasado, presente y futuro

El primer partido de Agropecuario Argentino fue el 29 de enero de 2012. Seis años después, la meta ya está a la vista: está en el pelotón de los que pelean para subir. «El primer paso es clasificar a la liguilla. Y si se da eso, buscaremos algo más importante. Llegar a un campeonato tan importante no es costumbre en un pueblo de 18 mil habitantes», asegura el Chaucha José María Bianco, el entrenador, quien administra un plantel con mayoría de jugadores conocidos para los futboleros: Fabián Assmann, Eduardo Casais, Mauricio Romero, Juan Tejera, Reinaldo Alderete, Jonathan Blanco, Cristian Barinaga, Facundo Parra. «Hace un par de años a algunos los tenía en el Gran DT», bromea Urquijo.

Para algunos, el crecimiento de Agropecuario es una avanzada de lo que se viene: los clubes manejados por empresas. «Para mí, lo de las sociedades anónimas es una cáscara. Una empresa se puede fundir o puede andar bien. Un club se puede fundir o andar bien. Lo que hay que hacer es administrarlo bien. Y si lo administran mal deben pagar los dirigentes, no los clubes», dice Grobocopatel, a quien tampoco le gusta la comparación ochentosa con Loma Negra, el equipo olavarriense de Amalia Fortabat que jugó el Nacional 81.

Otra forma de vida

Bianco comenta que no es fácil convencer a los jugadores de vivir en Casares. Que son más los que les dicen que no. De los que contestaron que sí ninguno se arrepiente. Distintos futbolistas dan los mismos argumentos: cobran el primero de cada mes, sus hijos caminan solos al colegio, tardan cinco minutos en llegar al entrenamiento y no hay presiones. «Acá no hay una hinchada como las que hay en otros equipos, que tal vez te exigen de una manera que no es la mejor. Acá no hay foros, no hay Twitter, no hay Facebook. Y eso es una tranquilidad», señala el Chaucha. Assmann, por ejemplo, cuenta que cuando jugaba en Quilmes demoraba dos horas en viajar desde Pilar para cada entrenamiento. Ahora usa ese tiempo para estar en familia y aprender a tocar la guitarra. El tiempo libre también puede ser demasiado. En Casares no hay shopping y el cine sólo pasa Coco los viernes, sábados y domingos. Como todos están a cinco minutos de distancia, el plantel suele juntarse a cenar en la semana.

Vamos a la cancha

En el estadio Ofelia Rosenzuaig –es el nombre de la abuela de Grobocopatel– hay una multitud: casi 9000 personas en un pueblo de 18 mil. Hay muchos que eligen no venir. No es para eludir los 230 pesos de la entrada, sino para disfrutar que en la televisión están transmitiendo algo que sucede en Casares. «Antes –dice Eduardo, un casarense que no va al estadio– sólo se nombraba el pueblo por Mouras». Habla del ídolo local Roberto Mouras, tricampeón del Turismo Carretera, quien murió a los 44 años en un accidente. 

Entre los que se acercaron a pie, en moto o en auto por el camino de tierra que lleva al estadio de Agropecuario hay muchos niños y mujeres. No era una imagen habitual en la liga local. Hay camisetas de River, Boca, Racing. Muy pocos llevan el color verde y rojo de Agropecuario, un club que casi no tiene hinchas genuinos aunque la mayoría del pueblo quiere jugar en Primera. «Al principio lo íbamos a ver perder. Ahora que ya no compite en el regional queremos que gane», admite un hincha de Boca de Casares, uno de los cuatro clubes tradicionales junto con Atlético, Defensores y Argentina 78. Casi no hay banderas, un poco para no tapar la visión de los espectadores y otro poco porque en seis años es difícil generar un fanatismo. Aunque detrás del arco que da a los vestuarios, hay un trapo que resume al club: «Agro no tuvo infancia: nació grande».

El canto nace del corazón de la tribuna de Agropecuario, donde la mayoría son niños y adolescentes: «Ponga huevo / huevo los sojeros». A Grobocopatel no le gusta el apodo: dice que lleva 30 años sin hablarse con su primo y que no tiene nada que ver con el club, además de que el trigo y el girasol son más significativos para Casares y su historia familiar que la soja. «La gente y el periodismo mezclan todo: por eso quedó lo de la soja. Mi aspiración es que Agropecuario sea más importante que mi apellido porque eso le va a dar más trascendencia». Sí, en cambio, se enorgullece de los chicos de inferiores que gritan detrás del arco que da a la tribuna: «Eso es lo que le da futuro al club. Tenemos una barra brava infantil». 

En el partido entre Quilmes, el club más antiguo del fútbol argentino, y el joven Agropecuario hay unos 50 hinchas visitantes que aparecieron de improviso. Por momentos, hacen más ruido que los casi 9000 locales. A la mayoría de los futbolistas, sin embargo, les gusta el ambiente. «Estamos en un pueblo tranquilo, la gente va a la cancha a ver un espectáculo. Acá sólo tenés que pensar en jugar. Las presiones negativas han crecido en el fútbol. En otros clubes no pasa: los jugadores tenemos que tapar huecos que dejan los clubes. A mi edad, después de haber tenido la suerte de jugar en varios clubes, prefiero la tranquilidad», dice Mauricio Romero, 35 años, que eligió no mudar a su familia porque su nene estaba en el último año de la primaria: mata el tiempo pescando y en las cenas del plantel.

Locuras

Agropecuario arrancó la temporada con 40 socios y ahora tiene más de 3000. Su presidente dice que desde que relegó su actividad para meterse de lleno en su sueño de armar un club es «monetariamente más pobre pero anímicamente más rico» porque «hace lo que le gusta». Grobocopatel asegura que muchas veces tuvo que poner plata de su bolsillo, pero que entre los socios que aportan, la televisación y los sponsors grandes (Grobocopatel Hermanos, Coca Cola), la balanza está equilibrada. Su próximo sueño es que a partir de julio Adidas también sea sponsor. Por ahora, tiene un convenio para que las tres tiras aparezcan en la ropa de entrenamiento: «A mí me gusta Adidas. No me gusta Nike. Son locuras. Me crié con Adidas, de chico era un lujo tener el equipo Adidas. Conozco al CEO y lo estoy convenciendo».

Así se maneja el hombre de 45 años al que le gusta (y puede) cumplir sus sueños.