Marcelo Bielsa suele decir -o al menos lo afirmó más de una vez- que lo único insustituible del fútbol son los hinchas. Libros escritos por simpatizantes en Argentina -por suerte- hay muchos, pero pocos -muy pocos- reúnen la calidez y calidad de «Donde brilla el tibio sol» (Editorial Mansalva), de Silvina Giaganti, poeta, licenciada en filosofía. Que además sea de Independiente, por supuesto, para ella no se trata de un dato menor, pero para cualquier lector o lectora es lo de menos: su relato entre intimidad y multitudes empatiza más allá de los colores. Ya a pocas horas del nuevo Mundial, ese cometa Halley del fútbol que aparece cada cuatro años, la obra de Giaganti es para todos los días.

-En una familia con un padre de Boca, elegiste a Independiente. “El fútbol nos acercó pero los clubes nos separaron”, escribís. ¿Por qué Independiente?

-En, tal vez, el libro más hermoso que leí sobre fútbol, Fiebre en las gradas de Nick Hornby, dice que se enamoró del fútbol como más adelante se iba enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación y sin pensar en el dolor y en los sobresaltos emocionales que le iba a deparar esa experiencia. A mi -y creo que a muchxs- me pasó lo mismo. A los cuatros años, sin saber todavía de quién iba a ser hincha, pedí una pelota roja para el día del niño. Y dos años más tarde, sin saber por qué, me hice hincha de Independiente. En general, no digo siempre, pero en general, el relato es que los colores se heredan, tu papá es de tal cuadro y lo que se espera es que haya una continuidad y vos seas del mismo. Tengo un montón de explicaciones de porqué el fútbol nos acercó y los clubes nos separaron y de porqué Independiente. Y a su vez no tengo ninguna, pero es más interesante tenerlas. Digo que en un punto no tengo ninguna porque creo que en los primeros años de vida se cuece una libertad que despoja a las elecciones de adiestramiento. Ahora bien, hay muchas explicaciones para nada forzadas de porqué Independiente. Nací en Avellaneda, viví una vida importantísima para mi crecimiento en Avellaneda y, aunque ya no viva ahí, soy de Avellaneda. Y Avellaneda es muy de Independiente. No quiero ofender a la gente de Racing, que tal vez tiene a sus hinchas más distribuidos, pero Avellaneda es muy roja, extremadamente diabla. Eso estaba en el aire, se sentía. Por otro lado, soy del 76, empecé a gustar del fútbol en el 83, Independiente era una aplanadora, un club espléndido, cumplía con el cliché de las tres G: ganar, golear, gustar, y medio que seguramente el esplendor de ese presente me imantó. En mi casa se compraba El Gráfico, imaginate que cada dos por tres salía en tapa Independiente con triunfos rutilantes y levantando copas. Era medio cantado que me hiciera del rojo. Encima mi papá nunca fue un enfermo fanático de nada y hablaba muy bien de Independiente y para cuando me llevó por primera vez a la cancha – un Independiente – Ferro, parecía tan contento él como yo. Después bueno, está la palabra Independiente, una palabra bastante conveniente a un carácter que intenté o no me quedó otra que forjarme de prepo.

-Decís que, al no haber tenido un modelo de felicidad familiar, tuviste que crearlo y te salió raro. Citás a Richard Ford: “La vida se nos da vacia, hay que inventar la parte feliz”. ¿Independiente es tu parte feliz? ¿Es un modelo familiar?

-Mediante una asociación completamente arbitraria, creo que esta frase de Ford enriquece la magistral de Tolstoi según la cual todas las familias felices se parecen pero las infelices lo son a su manera. La frase de Ford alivia de binarismo y determinismo a la de Tolstoi. Creo que lo que Ford sugiere – en verdad Ortega y Gasset de quien Ford asume haberla tomado – es que recibir una vida vacía significa que todo puede suceder y que cada unx tiene una potencia para enriquecer y densificar sus experiencias humanas, con algo de independencia respecto de lo asignado. La verdad es que no tuve un modelo de felicidad familiar evidente, de chica me sentía bastante aislada y eso me llevó a leer mucho, a conversar con los libros y a descubrir mundos más amplios que los que me rodeaban. Casi te diría que la literatura me autorizó a ser quien soy, a pensar como pienso, a amar como amo, porque la literatura me enseñó que ser quien era y que amar como amaba no solo era posible sino que era real. Respecto del fútbol, o de Independiente puntualmente, ese modelo familiar extraño se resume en un recuerdo: cuando terminó el partido de Independiente – Liverpool en Japón yo no tenía con quien festejar y apagué la tele y me fui a dormir. Pero quizá es que la felicidad en el fondo no se trata de un asunto familiar sino de algo bastante más íntimo. Independiente es una de mis partes felices, aunque últimamente más bien la padezca. Creo que Independiente me habilitó las alegrías más plenas y menos intelectuales que tuve. Independiente es el misterio que me hace feliz y me emociona sin mediación alguna.

-Contás como, en un momento, te alejaste de tus amigos de la adolescencia. “Para crecer hay que traicionar”. Pero a Independiente nunca dejaste de ir. ¿Para qué? ¿Qué te daba Independiente –que te sigue dando- que los primeros amigos ya habían dejado?

-Es que a mi me gusta el fútbol y nunca dejó de gustarme. Independiente me resulta algo demasiado inmenso como para que en algún momento de mi crecimiento personal me quedara chico. Pude haber tenido momentos de mayor distancia, de hacerme la superada con el fútbol, pero fueron momentos muy breves y tuvieron que ver con que yo estaba en una, necesitando luchar contra partes estructurantes de mi persona. Pero el fútbol me encanta -en estos últimos quince años más jugarlo que verlo-, porque es el mejor deporte que existe. Para verlo y para jugarlo. Hay un momento hermoso en Fiebre en las gradas en donde Hornby dice algo así como bueno es absurdo pero todavía no dije que el fútbol es un deporte maravilloso: los goles no tienen punto de comparación con los encestes del básquet, ni con los puntos del tenis; cómo pueden los más flacos con los más robustos, los más bajos con los altos, que no siempre sea el mejor equipo el que gana y es sensacional cómo en el fútbol se combinan la fuerza con la inteligencia. Suscribo a todo esto que dice Hornby. Quiero decir, yo voy a ser una vieja, más de lo que ya soy ahora, y voy a seguir mirando fútbol. Pero el tema también es lo que el fútbol me da jugando, es un cliché tremendo el que voy a decir pero me lo voy a permitir decir igual, a mi el fútbol, como el deporte en equipo que es, me hizo inteligible el hecho de que no podés sola, de que necesitas de una grupalidad para la consecución de las cosas. A mí el fútbol me emociona terriblemente por esto también: porque es la concreción de un grupo tirando un rato para el mismo lado con total convencimiento y entrega.

Foto: Gentileza Silvina Giaganti

-“El fútbol a veces tiene significados y otros no”, decís, como cuando intentaste preguntarte por qué Independiente perdió la primera vez que lo viste, en 1984 ante Ferro. ¿Cuál es el mejor significado que encontraste de Independiente, y cuál aún seguís buscando o no encontraste?

-El mejor significado que encontré de Independiente, en realidad de Avellaneda, es el de mirá esa ciudad al costadito del centro, ese tipo de ciudad de las que se espera poco, o se desestiman, mirá a esa ciudad: dos de los cinco equipos más grandes del país con sus sus canchas pegadas, mirá a esa ciudad siendo la capital del fútbol mundial, la capital del deporte más popular del planeta. Me gusta ser de ahí, me gusta ser de Avellaneda. Me encanta.

-¿Cuándo empezaste a darte cuenta que Independiente es, como decís, tu caballo de Troya, el lugar en el que escondes tus afectos que dinamitan todo?

-Independiente es casi lo único que me hace llorar, me cuesta bastante llorar y lo único que me provoca una descarga en momentos de emoción extremadamente contenida es Independiente. A veces puedo emocionarme un toque con una película o estando de viaje, pero no es lo usual. En una época de mi vida que estaba en una muy mala me acuerdo de que ponía Sangre Roja de Adrian Caetano – el título del libro es por la canción de Nino Bravo que aparece en el que creo es el momento más emotivo del documental – y me aliviaba así. Meses viendo el documental y llorando. Y a veces pongo el último penal de Tuzzio al Goiás y me desintegro en llanto. ¿Por qué? Y…. es medio obvio, Independiente es mi familia, mi barrio, mi origen, el lugar donde nací y donde viví los momentos más brumosos y luminosos de mi vida. De todo eso está hecho por dentro ese caballo.

-Cuando decís “si estoy taciturna me voy a la escritura y si necesito llorar me voy a Independiente”, ¿te referís a los últimos resultados deportivos?

-No, me refería a lo que te respondí anteriormente. A mi lo que me quiebra de Independiente son los momentos felices. Los momentos desgraciados, malos o intrascendentes los transito de otra forma, pero no soy de llorar. El descenso lo viví horrible, durante los últimos partidos me costaba muchísimo levantarme de la cama y encarar la vida, no tenía ganas de nada. La noche del descenso salí a la calle a pasear a mi perra con una remera del rojo, un tipo rodeado de amigos se quiso hacer el canchero y me gritó te fuiste a la B, volví lo increpé, un desastre. Y ahora, hace unos años, me resulta re tóxico mirar los partidos, quedo muy mala onda después, me destiñe el ánimo. Pero bueno, ya lo dije en algún otro lado, yo me fui tantas veces al descenso en mi vida y me intentaron mandar otras tantas que cómo no voy a tolerar y aceptar que mi club también se vaya y tenga rachas de mal juego y de malas campañas. Sí me irrita que se viva de glorias pasadas, las páginas y sitios partidarios tienen mucho de eso. De somos los reyes de copas, de somos el orgullo nacional, de que tuvimos al Bocha que solo jugó en Independiente… Sí, todo bien, y es una historia que atesoro, reconozco y de la que me apropio y me hace y hará emocionar siempre. Pero no aprecio ni la ostentación de la épica pasada ni la cultura del aguante de un presente horrible.

El libro te muestra como hincha pero también como jovencísima futbolista, amateur, en el barrio, en épocas en que las chicas que jugaban a la pelota eran acusadas de varoneras. ¿Te pasó en la tribuna, también?

-Antes de gustar de Independiente me gustó jugar al fútbol. A los cinco, seis años ya pateaba y pateaba una pelota de cuerina contra la pared de mi casa, de un modo repetitivo y durante horas. Después, hasta los 11 jugué con los chicos del barrio y en una quinta a la que iba a pasar algunos veranos. El problema empezó a los 11 o 12 años, cuando me empezó a cambiar el cuerpo y de golpe dejó de ser gracioso y pintoresco para los demás que me gustara tanto jugar al fútbol. Hace 30, 35 años que una mujer jugara al fútbol era sospechoso. ¿Como una mujer iba a jugar al futbol? Había una idea horrible que básicamente tenía que ver con que si era mujer no podía entender de futbol ni jugarlo, y si lo entendía y jugaba no era una mujer. Con lo cual alguien como yo, que quería jugar al futbol y era una de las cosas que más feliz me hacían, sentí una especie de censura no solo por un deporte, sino por mi cuerpo y por la felicidad y comodidad que me daba jugar al fútbol. Pude recuperar el fútbol recién a los 17, cuando me enteré de que Mónica Santino había armado algo en Caballito y empecé a ir. Entrenábamos y luego jugábamos un poco, y desde ahí no paré más. Jugué en un montón de equipos, jugué torneos, jugué más de doce años en el Club Social y Deportivo Cabrera, y desde hace seis años juego mixto en el FAP, Fútbol Antipatriarcado. Es todo tan hermoso que realmente no puedo creer cómo las cosas se acomodaron a mi modo. Y cuando estoy jugando ahí en las canchitas de Open Dorrego miro a mi alrededor y siempre tres o cuatro canchas están ocupadas por equipos de pibas. En la tribuna te diría que me pasó lo opuesto. En la época en que empecé a ir a la cancha Independiente tenía la tribuna de mujeres en el codo derecho, al lado de la popular. Un lugar en el que si se quería filtrar algún tipo se lo sacaba remil cagando, alguna vez se quiso meter uno porque había lugar y fue re hostil la barra de mujeres, hubo un no ha lugar unánime y furioso. A veces con mi papá íbamos juntos a platea o popular si el partido era tranqui, pero en general el me dejaba en la de mujeres y el se iba a donde podía. Y fue uno de los lugares más seguros y cómodos en los que me sentí de chica. Eramos un grupo de mujeres de todas las edades, desde nenas como yo hasta señoras de ochentaipico cantando todo el partido y puteando como locas. Hermoso. Obviamente que es un debate en sí mismo el de los espacios exclusivos para mujeres en las canchas. Yo sinceramente no lo tengo tan claro, por momentos me parece una conquista y no una experiencia de apartheid, y por momentos pienso que así como avanzamos en poder jugar al fútbol y que no nos rompan las pelotas y poder opinar sobre fútbol y que no nos jodan tampoco, tal vez esos espacios de protección hayan perdido potencia. No lo sé, no tengo opinión formada. Sí sé que para mi fue impresionante participar de esa tribuna con tipas que sabían banda de fútbol y las veías en todos los partidos de local.

silvina giaganti
Foto: Gentileza Silvina Giaganti

-En la bibliografía deportiva, Independiente es uno de los clubes con mejores libros publicados. Pero faltaba, o al menos yo no conocía, un libro escrito por una hincha, Independiente visto desde una mujer. ¿Sos una especie de pionera de lo que será un largo recorrido?

-No puedo ser precisa, pero creo que un libro escrito por una hincha de Independiente no existía. Sí quiero mencionar, como artefactos artísticos y teóricos sobre fútbol de los últimos años el maravilloso libro de Dalia Rossetti, “Dame pelota”; la película “Hoy partido a las 3” de la directora correntina Clarisa Navas; y “Que otros jueguen lo normal”, un libro de investigación y militancia deportiva escrito por un varón trans, Moyi Schwartzer. Han sido lecturas importantes para mi, lo mismo que la película. Espero que en este recorrido iniciado hace algunos años sigan brotando libros, películas, charlas, debates, y lo que venga. Porque las canchas, con todas pero todas en contra, ya las copamos.