El Superclásico puede ser la gloria absoluta o el infierno abrumador para un jugador de fútbol, los ejemplos se cuentan con números de tres cifras. O, también, puede ser la confirmación de las grandes estrellas. Y esto último pasó en el River-Boca de este fin de semana. Fue la confirmación de que Carlos Tevez y Andrés D’Alessandro son dos futbolistas tan brillantes como los mejores que jugaron este partido a lo largo de la historia. Porque hizo dos goles y ganó Boca, Tevez fue la figura de la cancha, la tapa de todos los diarios, la imagen que recorre las redes sociales. Porque lo sacaron media hora antes de que terminara el partido y perdió River, D’Alessandro se quedó un escalón más abajo. Pero mientras estuvieron mano a mano adentro de la cancha, el Cabezón se había mostrado mejor incluso que Carlitos.

En un clásico de los buenos, con el resultado cambiante y dos equipos que tenían como premisa atacar, Tevez y D’Alessandro brillaron muy por encima del resto. Parece lógico por el nombre, no lo es tanto por la edad. El de Boca tiene 32 años y el de River 35, es muy posible que este haya sido el último Superclásico para ambos y es cierto que están más cerca de pasar a la inmortalidad futbolera que de pensar en un futuro glorioso dentro de las canchas. Pero fueron tan superiores al resto de las actuaciones individuales, nada menos que en el partido más esperado del año, que hace fruncir la frente de cualquier amante del buen juego pensando en lo que se le viene al fútbol argentino.

Un seguimiento de Tevez en la sofocante tarde de Núñez lo puede mostrar con altibajos, momentos en los que entra en una laguna y hasta perdiendo pelotas como su fuera un futbolista común. Pero tuvo apariciones tan fulgurantes que su figura, pelo rapado, espalda ancha, pasos cortos, el 10 blanco que reluce sobre el azul y amarillo, parece que flotara por encima del intenso verde del Monumental. Y llegó su punto de inflexión cuando recibió la pelota mansita al borde del área, entrando por la derecha, abrió el pie y le pegó de primera al segundo palo con la comba exacta como para que el tercer gol de Boca no fuera uno más. No. Más allá de que sirvió para poner al equipo en ventaja, esa definición exquisita de Tevez será recordada por varios años.

Con River ganando 2-1 tras haber dado vuelta el resultado, cuando estaba a punto de cumplirse el primer cuarto de hora del segundo tiempo, Gallardo decidió sacar al mejor jugador de la cancha hasta ese momento. D’Alessandro miró el cartel luminoso con su número, levantó los brazos y recibió la ovación más grande de toda la tarde.

Se fue caminando despacito, como queriendo alargar el momento, quizás sabiendo que estaba pisando ese césped por última vez. Pareció apresurado el cambio. El Cabezón había entrado a la cancha con dos objetivos: tapar a Fernando Gago cuando la pelota fuera de Boca y manejar los tiempos del ataque cuando la redonda estuviera en posesión de River. Y los estaba cumpliendo tan bien que su participación era fundamental para que el resultado fuera justo. Encima, en su lugar entró Rossi, un volante con más marca que juego que buscó un lugar al menos quince metros más atrás de donde estaba jugando D’Alessandro.

El fútbol no es tan lineal como para encontrarle razones simples a un resultado. De hecho River tuvo un par de situaciones en las que pudo marcar el tercer gol cuando estaban 2-1 arriba y empatando 2-2. Pero si hay que encontrar un motivo para tratar de entender lo que pasó en la última media hora del clásico, si hay que explicar cómo Boca mete tres goles cuando parecía que estaba liquidado, si en definitiva hay que ser simplistas, la sentencia se resume en una frase: Boca lo dio vuelta porque se fue D’Alessandro mientras Tevez se quedó adentro de la cancha. Así se influyentes fueron los dos en el Superclásico.