Fueron Cristian Pavón y Ricardo Centurión los que, en una ráfaga de tres minutos sobre el final del primer tiempo, definieron el partido en Mar del Plata. Gracias a sus goles, y a los de Fernando Gago (de penal) y Jonathan Silva, Boca consiguió un triunfo por 4 a 0 que le permite llegar a las últimas dos fechas con paso de campeón, para enfrentar a los débiles Olimpo (juega el miércoles en Bahía Blanca) y Unión. A dos partidos del final, la ventaja de cinco puntos sobre Banfield y de siete sobre River (juega hoy, a las 17, ante Racing) parece definitoria.

Fueron justamente el 7 y el 10 los que definieron el partido. Dos dorsales emblemáticos del exitoso pasado reciente bostero. Si se ven esos números en la espalda de una camiseta con la franja amarilla, se piensa en Guillermo Barros Schelotto y en Juan Román Riquelme o Carlos Tevez. Mientras Pavón y Centurión, junto con Darío Benedetto, son los que empujan esta campaña de Boca, los otros apellidos ilustres son los que comandan el centro de la escena xeneize.

La que pudo haber sido la semana previa a la vuelta olímpica para Boca fue, en cambio, la semana de los cruces mediáticos. Desde China, en una entrevista con el canal de cable TyC Sports, Tevez disparó contra Riquelme. Un par de frases hirientes del delantero del Shangai Shenhua alcanzaron para que la pelea entre los ídolos tuviera más importancia que el regreso de Centurión, vital para que el equipo de los Mellizos encare con paso ganador esta racha final.

Boca, en la cima de la tabla de posiciones a dos fechas del final, parece envuelto en una nostalgia de los años dorados, con los mismos protagonistas que lo llevaron a ser el dueño de América y del Mundo durante su década ganada, entre 1998 y 2008. Los nombres lo dicen: los Barros Schelotto, Riquelme, Tevez, Bianchi, Arruabarrena. Cualquiera de esos apellidos, aun hoy, tiene más peso que el de Darío Benedetto, goleador del campeonato con 18 tantos.

La única bandera que se vio ayer en el José María Minella en el sector donde los hinchas neutrales cantaban las mismas canciones que se cantan en La Bombonera no necesitaba interpretación: «Román es Boca», decía el trapo blanco escrito con aerosol azul. En mayo pasado se cumplieron tres años del último partido de Riquelme en el patio de su casa. Fue el 11 de mayo, con Bianchi como entrenador. Parece haber sido mucho tiempo. Pero más allá de la vuelta olímpica que dio con el Vasco Arruabarrena como DT y con Tevez como bandera futbolística, al xeneize le cuesta desprenderse de ese pasado, aun cuando en el horizonte aparezca otro título. En las redes sociales, en las charlas de café y en las discusiones futboleras de la esquina hay hinchas más preocupados por saber cuándo es la despedida de Riquelme que cuándo es el próximo partido de Boca.

La añoranza de lo que fue no solo tiene que ver con el inflador mediático para que las frases de Tevez repercutan en cada hincha de Boca, sino también con que el juego de este equipo no logra contagiar. Más allá de que aguantó en la cima durante todo este 2017 y de que parece que ya no claudicará, el cuadro de los Mellizos ni siquiera pudo superar futbolísticamente a un equipo como Aldosivi, que todavía pelea contra el descenso y que contó con un arquero como Matías Vega, cómplice para el resultado. Un zapatazo de Pavón desde 30 metros y un rebote en Centurión bastaron para llevarse los tres puntos de la Feliz.

Con muy poco, estableció una diferencia clara en el resultado y en el trámite del partido. La no participación en esta Libertadores, sumado al buen presente de River en los últimos años y a las eliminaciones consecutivas en el plano internacional que sumó ante el eterno rival, también son alimento para ese apetito melancólico. En lugar de pararse en estos triunfos para construir el futuro, Boca parece empecinado en seguir pescando de un pasado que ya no juega. Hasta cuando, sobre el final, se escuchó: «Que de la mano, de los Mellizos, todos la vuelta vamos a dar». Acaso este título en puerta por el que ayer cantaban los hinchas neutrales sea un buen punto de partida.