En un fútbol argentino que tambalea, inmerso en las pujas de poder y el tironeo interminable, hay un solo nombre que por estos horas podría generar consenso imposible en otros ámbitos: Atlético Tucumán. Las hazañas del Decano en la Copa Libertadores cruzaron a hinchas de diferentes equipos. Suele pasar con la felicidad de los débiles o, por lo menos, los que no son poderosos.

El fútbol admite esa breve traición a los colores propios. En realidad, ni siquiera se la podría denominar traición; es, sobre todo, una simpatía por el fútbol, por lo que esconde cada partido. En Ecuador, con el triunfo ante El Nacional, la paradoja se produjo a partir del retraso en el vuelo. Atlético Tucumán tuvo que jugar con camisetas argentinas. No lo frenaron ni los intentos por revertir el resultado en el escritorio, ni tampoco la multa de 150 mil dólares que le impuso la Conmebol.

Esta semana se produjo otro capítulo heroico de los tucumanos. La clasificación a la zona de grupos después de dar vuelta la serie con Junior de Barranquilla. Otra vez con Fernando Zampedri, su delantero entrerriano, como protagonista. A Zampedri, dicen, también lo quieren de China. Aunque esa es otra historia. Atlético Tucumán tendrá que jugar ahora en la misma zona que Peñarol de Uruguay, Jorge Wilsterman de Bolivia y Palmeiras de Brasil. Pero el sabor del orgullo ya nadie se lo saca. En nombre de Tucumán. Y del fútbol del Norte.