Martín Vitali estaba a punto de ser campeón, pero no se aguantó. El 19 de diciembre por la noche, cuando supo que miles de personas salían hacia la Plaza de Mayo (y hacia otras plazas de todo el país) para enfrentar el estado de sitio decretado por Fernando de la Rúa, Vitali quería ver todo de cerca. Ser parte de la rebelión.

Francisco Maciel, «Panchito», también estaba por ser campeón y también estuvo ahí. Cenaba en la casa de su novia cuando se empezaron a escuchar las cacerolas. «Hay que estar del lado de la gente», dijo. Y salió a hacer ruido. «Racing -pensó Maciel tiempo después- no podía salir campeón en un contexto normal».

El contexto era el país del que se vayan todos. El de los 39 asesinados por la represión. El de Mariano Katz, el militante de la Corriente Clasista y Combativa que resistía en las calles y, cada tanto, se tocaba el bolsillo para saber si no había perdido su entrada, y cuyo principio era de un racinguismo maoísta: “Luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo, volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria”. Un paisaje de contradicciones. Racing tenía que jugar el domingo 23 de diciembre contra Vélez para ser campeón después de 35 años. Pero el partido se suspendió.

El viernes 21 de diciembre, en pleno estado de sitio, los hinchas salieron a protestar contra Agremiados, el sindicato de los futbolistas que se oponía a jugar el partido. «Para mí eso era Malvinas. No se podía jugar con los muertos que habíamos tenido unos días antes», dijo Sergio Marchi, su secretario general. Era la discusión de esas horas: ¿había que jugar? «¿Y Argentina no fue al Mundial 82 en pleno Malvinas?», se preguntó Diego Milito, que todavía no era el tótem de estos tiempos para Racing.

Una reunión en Casa de Gobierno el sábado por la mañana resolvió la situación. Una cadena de llamados que empezó en Fernando Marín, entonces gerenciador de Racing, siguió por Mauricio Macri, entonces presidente de Boca, y llegó hasta Ramón Puerta, entonces senador a cargo de la presidencia, dio resultados. El comisario Rubén Santos, que había comandado la represión en la Ciudad de Buenos Aires, dio el visto bueno y el partido se programó para el jueves 27 de diciembre.

Los jugadores pasaron la Nochebuena con la extraña sensación de una víspera de final. José Chatruc pasó esas horas de mesa familiar casi ausente, con la mente puesta en otro lugar, en Racing, la posibilidad de terminar con tres décadas y media de desgracia. El 27 de diciembre fue campeón. «Era una descarga ante tantos golpes», pensó Martín Sharples, que esa tarde llevó una camiseta de Racing con la consigna «Basta de matar al pueblo». El presidente era Adolfo Rodríguez Saá. Diciembre no había terminado. «