Hola, ¿cómo están?

En los entretiempos de los partidos nocturnos, un locutor le anuncia al público que prepare sus celulares, se apagan las luces del estadio y lo que suena es Coldplay, A sky full of stars. Es un espectáculo, las tribunas con los teléfonos como lamparitas, los juegos de luces que surcan el campo de juego y las pantallas se ponen a tono de la música. Cuando se enciende todo otra vez, un presentador luego habla con invitados que representan a las dos selecciones del partido. Hay gente que filma, que lo vive en modo turista. Pero hay hinchas, los que están en modo hincha, que no se entregan al show. Para ellos el entretiempo es el momento de discutir con el otro qué cambios tiene que hacer el entrenador, lamentar algún gol perdido, tomar fuerza para lo que viene. Igual, divino el show de luces, se filma para Instagram. 

Qatar 2022 es el Mundial que acelera la idea de que ir a un partido es una experiencia. Ni hablar si tenés buenos contactos, sos influencer, jeque qatarí, Mauricio Macri, ejecutivo, funcionario FIFA, dirigente de alguna asociación, o tenés la plata suficiente como acceder al sector de Hospitality, la zona very important people, que incluye catering. Mirar fútbol desde el rincón 5 estrellas puede costar desde 950 hasta 5000 dólares. 

La experiencia construye público y le baja intensidad a los hinchas. En esto se basaban las quejas por el partido de la Argentina con Arabia Saudita, sobre todo en redes sociales, donde decían que los argentinos no alentaban, que no se escuchaban. Los argentinos fueron tapados por los saudíes, que eran muchos más. Y además estaban dispersos, algo que remediaron contra México juntándose detrás de un arco, cambiando entradas incluso con rivales, organizándose en Barwa, el barrio argentino de Doha.

El reproche a los argentinos resulta injusto cuando se hace una panorámica de un Mundial sin colores, frío, y no sólo por los estadios refrigerados también por la ausencia de lo efervescente. Un Mundial que presenta shows y música pero no entiende cómo se construye el clima en una cancha de fútbol. No es la hinchada argentina, es Qatar. Están los japoneses bien organizados, los marroquíes que son muchos, los mexicanos. Pero vivimos un Mundial que no ofrece el contexto para la fiesta popular más allá de las juntadas en el Souq Waqif. Los ingresos a los estadios son laberínticos, llenos de vallas, con grandes campos para caminar y caminar, todo queda lejos, la gente queda lejos hasta entrar al estadio. Es un Mundial donde los locales no son protagonistas. Qatar quedó eliminada muy rápido y los qataríes, cuando fueron a verla, dejaron la tribuna en el entretiempo. Ya vieron suficiente de un deporte que no les interesa.

En cada partido, las pantallas celebran la asistencia con estadio lleno, pero los asientos vacíos están a la vista. El Gulf Times, diario qatarí que expresa la versión oficial, sostuvo que la asistencia a los estadios fue de 94% promedio durante los primeros partidos. Las entradas, en su mayoría, aparecen agotadas pero cada tanto se ponen a la venta remanentes. Hay hinchas que están todo el tiempo con la app buscando la oportunidad. La organización anunció unos tres millones de tickets vendidos y que tiene aprobadas 1,5 millón de Hayya, el permiso de ingreso, de las que ya entraron al país algo más de 300 mil. Pero también existe la posibilidad del «no show», que muchos ¿europeos? hayan decidido no viajar y tampoco revender las entradas ni hacer la devolución.

Es de noche en Al Bayt y en el estadio no hay huecos. Juegan España y Alemania. Es el partido más técnico del Mundial. La velocidad de pases de España -completará 564 sobre 281 alemanes- impresiona, su precisión hipnotiza. La distribución de Sergio Busquets y los satélites que se mueven alrededor arman distintas figuras geométricas con la pelota sobre el campo. Avanza juntando toques hacia el área alemán. Se despliega Dani Olmo de un lado, Ferrán Torres del otro, van Gabi y Pedri, Marco Asensio la mueve. Sus laterales, sobre todo Jordi Alba, son lanzas de ataque. Su fútbol es una cosa distinta a lo que vemos en otro partido. La respuesta alemana es brutal cuando aparecen İlkay Gündoğan y Jamal Musiala, cuando la pelota llega a los que juegan bien. Alemania es más directa. La pelota no sale nunca de partido, va y viene. No hay luces, no hay Coldplay, no hay Hospitality que supere a este espectáculo. Es fútbol premium, cinco estrellas.   

Lo que rodea a la sucesión de toques es el silencio. Cada tanto suena un España, España, España y la respuesta es Deutschland, Deutschland. No hay más cantitos que eso, nada elaborado. Y hay sobriedad. Ya ensayé en otra carta que la ausencia de alcohol tranquiliza los ánimos. Pero sin cantitos, sin más letra que el nombre de un país, tampoco hay fuerza. Es fútbol teatro. Nos genera otras emociones, como la que produjo Marruecos ganándole a Bélgica, avisando que también está en el Mundial, con Achraf Hakimi dándole la camiseta a su madre. O lo que esta mañana ocurrió con Camerún empatándole a Serbia en uno de los mejores partidos del Mundial. La emoción la entrega un juego que a veces excede lo que pasa en el campo de juego, es el juego de lo simbólico. Que por ahora es superior a lo que entrega el marco, la tribuna, su silencio. Eso es por ahora de los latinoamericanos, de los hinchas africanos, de los saudíes. El fútbol, su máxima expresión, por ahora es de los europeos.       

Hasta la próxima carta

Ale