En mayo de 2019, cuando bajo una lluvia torrencial y con una multitud tan inmensa como la esperanza con la que fueron a acompañarla, Cristina presentó su libro «Sinceramente» entre pulseras de colores, vallas y flashes de cámaras, en lo que para muchos era algo así como un comienzo de campaña de una candidatura de la que en ese momento nada se sabía pero que para muchos y muchas de nosotros y nosotras era necesaria y urgente, los medios de comunicación, principalmente los más fervientes opositores a su figura, hicieron especial hincapié en un momento del discurso en el que la en ese entonces ex presidenta habló de «los choriplaneros», haciendo mención a que si bien durante el gobierno de Macri se habían duplicado, era su gobierno el que había sido tildado de gobierno de choriplaneros o planeros. En ese momento, además, se dirigió a Carlos Tomada, ex ministro de Trabajo del kircherismo, quizás uno de los ministros que más tiempo ocupó ese rol, y confesó haberlo llamado hacía un tiempo, cuando empezó a escribir su libro, para preguntarle datos exactos sobre «los planes» porque ella los desconocía.

Si bien, los y las que la queremos y admiramos nos esforzamos en ese momento en buscar otras interpretaciones al por qué de sus dichos, a la ironía con la que uso la palabra «choriplaneros», la realidad era que sabíamos que había sido un error porque, más allá de su intencionalidad discursiva, quienes iban a ser nuevamente estigmatizados por esa frase iban a ser los mismos de siempre, los y las eternamente estigmatizados/das, y eso generaba dolor y enojo. El problema principal era pensar a quién le hablaba Cristina ese día, tal vez a algún o alguna futuro/a votante indeciso, a alguna señora o señor desilusionado con el macrismo que la miraba atentamente entre algún refunfuñeo o mala cara por TV, no sabemos, pero lo que es seguro es que a los y las beneficiarios/as de esos «planes», no.

Hoy, meses después, con Macri derrotado y con una Cristina vice presidenta, un Alberto presidente, un gabinete conformado en su totalidad, al menos en los más altos rangos, vemos nuevamente con preocupación y nos preguntamos: ¿a quién se le habla cuando se habla de «planes sociales»? ¿A quién se le habla cuando se anuncian programas que benefician y ayudan a mejorar al menos un poco la situación desastrosa y desoladora en la que el macrismo dejó a las clases populares?

¿A quién se le habla cuando se le debería hablar a quienes fueron los y las que más resistieron durante cuatro años la miseria planificada, el abandono del Estado y el abuso policial indiscriminado, no sólo en sus vidas cotidianas sino también en la calle, en las primeras filas de aquella tremenda represión de diciembre de 2017 bajo una lluvia de balas de goma y gases, por mencionar solo una de todas las grandes muestras de resistencia frente al neoliberalismo en las que estuvieron al frente los hombres y mujeres de la economía popular?

¿A quién se le habla cuando se reproduce ese discurso mal intencionado y equivocado de «ahora van a tener que trabajar»? ¿Por qué se busca invisibilizar el enorme laburo que hicieron los trabajadores y trabajadoras de la economía popular a lo largo y ancho del país durante los últimos cuatro años si son además el reflejo más genuino del abandono que sufrieron las barriadas populares por parte del Estado? Son por así decirlo, la mejor campaña política anti Macri que hay.

Suponiendo que la cuestión del respeto y la sensibilidad frente a eso no existiese, no pasa ni siquiera por una cuestión de mala comunicación, es la política.

Porque si quieren explicar por qué la deuda contraída con el FMI es impagable, visibilicen y demuéstrenle a la sociedad toda que si la cosa no estalló por los aires luego del programa de ajuste impuesto por el Fondo, fue porque en los barrios había gente organizada, había mujeres y hombres, en su mayoría mujeres, a quienes les habían «desorganizado» la vida intentando organizársela un poco a sus vecinos que se habían quedado sin trabajo, sin escuelas, sin hospitales, y sin comida a raíz de las políticas económicas de un gobierno que solo gobernó para los ricos. Había gente trabajando.

Gente que cobrando nada más que 8500 pesos, por mencionar solo la cifra de los últimos meses de macrismo, hizo quizás el aporte más grande a una patria que se derrumbaba y sangraba por todos lados. Trabajadores y trabajadoras tapando los baches de un Estado que se había retirado, inventando nuevas formas, no sólo de trabajo, sino de salud comunitaria, de planificación urbana, de limpieza de las calles, que había armado redes, trincheras, frente al hambre, la violencia y la tristeza. Mujeres que no sólo veían la forma de llevar un plato de comida a sus casas, sino que, además, buscaban la forma de que el hambre de los y las hijas e hijos de sus vecinas no se convirtiera en desnutrición. En algunos lugares se logró, en otros no.

Perón decía que «el país se divide en dos categorías: una, la de los hombres que trabajan y la otra, la que vive de los hombres que trabajan. Ante esta situación, nos hemos colocado abiertamente del lado de los hombres que trabajan». Pero también decía que «quien aspira a ser, o las circunstancias lo hayan colocado en la situación de conductor de un país, primero ha de conocerlo, luego ha de comprenderlo; y pobre del que se detenga allí, porque también es preciso sentirlo. Pero es necesario pensar que las obras que el hombre produce, como los hijos, si son del amor, son siempre más perfectas y más bellas».

Entonces, un gobierno que se dice peronista, que vino a representar a las mayorías populares, debe saber y conocer el trabajo de nuestros compañeros y compañeras, debe honrarlo y debe hablarles de frente, a ellas y ellos, porque eso hizo históricamente el peronismo, hablarle a los descamisados, a los más postergados, a los que irrumpieron un 17 de octubre en una ciudad prohibida para su clase a defender a su líder. Si la comunicación del gobierno nacional está puesta al servicio de otros sectores a los que se busca «tranquilizar» hablándoles de cómo los pobres «ahora van a tener que laburar», o si está puesta al servicio de otros actores de la política como gobernadores o intendentes que le temen al «cuco» de los movimientos sociales, entonces el gobierno está traicionando a quienes hace 70 años no traicionan.

La política se define no sólo por las medidas concretas que toma un gobierno, sino por hacia quiénes dirige su discurso, a quién elige como interlocutor y a quiénes abraza, sobre todo en épocas de «vacas flacas», cuando no abundan los recursos pero si la necesidad.

El gran Hugo Chávez mantuvo durante años su famoso «Aló presidente», un programa de televisión que comenzaba los domingos por la mañana y no tenía hora de finalización, donde él mismo le hablaba a su pueblo, de frente, sin interlocutores ni medios que pudiesen tergiversarlo. Chávez sabía que para lograr grandes consensos la comunicación era fundamental y hablarle directo a su pueblo la clave.

Esperemos que se le empiece a hablar y a abrazar genuinamente a quienes resistieron, a quienes resisten históricamente frente al rechazo no sólo del Estado sino de un mercado de trabajo que ya no los absorbe, y que frente a esto se inventan su trabajo todos los días con una enorme dignidad mirando de frente y sin agachar la cabeza a un sistema que los quiere derrotados, porque como decía Perón, de un lado están los que trabajan y del otro los que viven de los que trabajan y un gobierno peronista debe ser leal con los primeros e implacable con los segundos.