El uso de fertilizantes en el cultivo de soja está estancado tras una fuerte caída en los últimos años. Los expertos aseguran que ello incrementa el riesgo de que caiga la fertilidad de la tierra y, por lo tanto, la calidad de las cosechas y los rindes.

El alerta lo dio el experto Federico Bert, líder de Investigación y Desarrollo de los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (AACREA). Según Bert, quien dialogó la semana pasada con la agencia de noticias NA, «nadie puede negar que en los últimos 25 años ha habido progresos notables en el consumo de fertilizantes de la mano de la expansión del área agrícola y del incremento de la producción. Sin embargo, el consumo se estancó hace ya un par de años, con los consecuentes, y ya conocidos, balances negativos de nutrientes». Y agregó: «Aunque sobren evidencias agronómicas y, en muchos casos, económico-empresariales sobre la necesidad de fertilizar en forma balanceada, hoy es frecuente encontrar lotes de producción con dosis de fertilización subóptimas o que no se fertilizan».

Según los datos de Fertilizar, una ascociación civil que promueve el uso de fertilizantes, el pico de consumo de estos productos fue en 2011, con poco más de 3,7 millones de toneladas. En 2015, había caído a 2,4 millones de toneladas.

En el caso particular del cultivo de soja es donde se acentúa el estancamiento en el uso del fertilizante. Aunque la cantidad de hectáreas sembradas con la oleaginosa se ha mantenido prácticamente constante (entre 19,5 y 20,5 millones de hectáreas), el uso de fertilizante ha variado de un pico del 74% a un piso del 53%. Pero hay expertos que opinan que el uso de fertilizantes en la soja es aun menor.

Rodolfo Rossi, experto en el tema, aseguró a la revista Fertilizar que «la estadística de fertilización es del 30% en soja y del 90% en maíz». Para Rossi, «Brasil y Paraguay tienen carencias de nutrientes muy fuertes, entonces fertilizan. El ciento por ciento de la soja brasileña se fertiliza al igual que en Paraguay, tienen suelos ácidos y eso lo corrigen con calcio. Aquí, el suelo es generoso y permite producir aun fertilizando poco, allá es algo imposible de lograr».

Pero la fertilidad del suelo argentino es relativa y un uso intensivo sin recuperación de nutrientes puede generar una caída en la calidad de la cosecha y en los rindes.

Según Gustavo Oliverio, de la Fundación Producir Conservando, existe una tensión entre el interés colectivo y el interés social del suelo. «El suelo es un bien común, pero quien lo trabaja tiene la propiedad privada de su parte y debe mantenerlo por su propio interés. Lo sustentable es económico, es social y es ambiental. La pregunta que me hago es qué políticas activas los gobiernos deberían poner en marcha para que el equilibrio esté presente», dijo en declaraciones a la revista Fertilizar.

La baja fertilización de los cultivos de soja contrasta con el elevado consumo de estos nutrientes en los cultivos de maíz y trigo. Según un experto consultado por Tiempo, «la relación grano-fertilizantes en trigo y maíz es la mejor de los últimos diez años», por la eliminación de las retenciones y otras «distorsiones» en la comercialización de esos productos, lo que hace que el productor reciba el precio pleno por su cosecha. Es este impulso lo que ha derivado en un crecimiento en el uso de fertilizantes durante la última campaña agrícola.

Pero en el caso de la soja, el uso de fertilizantes «sigue siendo insuficiente», según el consultor. Además de la ilusión de un suelo de una feracidad interminable, en ello influyen aspectos económicos concretos, como que el 60% de la siembra se hace sobre tierra arrendada, lo que le quita al productor interés por conservar su calidad. El objetivo de maximizar la productividad sin observar los efectos residuales puede ser un arma letal para la tierra argentina. «