Esta vez nadie tuvo problemas para conseguir cama en los hoteles del circuito VIP marplatense. Ayer tampoco se veían las filas de los últimos tres años para sentarse a tomar café en la planta baja del Sheraton. Es cierto que un par de aviones privados no pudieron aterrizar por la niebla, pero el clima no alcanza a explicar el evidente desinterés de los empresarios más poderosos del país por el lobby que reúne cada año frente al mar a gerentes y algunos dueños de grandes compañías. En plena crisis económica, con la causa de los cuadernos como amenazante telón de fondo y el mundo de la política ya abocado a las candidaturas, el coloquio de IDEA se devaluó como el peso.

Lo que diga esta noche Mauricio Macri no será para ese subsuelo del Sheraton que volvió a hundirse en la intrascendencia de cuando Néstor y Cristina Kirchner les prohibían a sus funcionarios asistir. Su discurso será para la treintena de verdaderos dueños de la Argentina que se congregaron la semana pasada casi en secreto, en el Palacio Duhau, todavía perplejos ante el colapso del plan económico que creyeron que funcionaría y que terminó por poner en jaque hasta sus negocios. A los socios de ese club mucho más selecto, la Asociación Empresaria Argentina (AEA), el Presidente los quiere convencer de que sigue siendo la mejor alternativa para 2019.

Los de IDEA ya están alineados. El lema del coloquio -“cambio cultural: soy yo y es ahora”- no solo remite semánticamente a la marca Cambiemos, como los chicaneó ayer ahí mismo el politólogo radical Andrés Malamud. También evita formular reclamo alguno al Gobierno, algo que caracterizó a casi todos los coloquios desde aquel fundacional, en 1965, convocado dentro de la base naval de Puerto Belgrano apenas unos meses antes de que Juan Carlos Onganía derrocara a Arturo Illia. Una especie de “no sos vos, soy yo” de los CEOs para Macri.

Ese alineamiento, para muchos sobreactuado, también explica algunas ausencias. El constructor Aldo Roggio, que había vuelto a IDEA el año pasado después de muchos sin ir, avisó que no acudiría cuando leyó que Javier Goñi (Ledesma) y Rosario Altgelt (Lan) cuestionaban desde allí que los ejecutivos investigados por haber pagado coimas durante el kirchnerismo no lo hubieran denunciado en el momento. Archirrivales de los Macri en la patria contratista desde los años 80, los Roggio conocen bien a toda la familia de Franco. Incluso a su sobrino Angelo Calcaterra, primo hermano del Presidente, cuya defensa pidió esta semana al juez Claudio Bonadío que aparte de la causa de los cuadernos a quienes hayan aportado dinero a exfuncionarios “de forma ocasional”, como dijo haberlo hecho él. 

A la hora de describir el “cambio cultural” que propugnan, para peor, los organizadores del coloquio no eligieron los mejores ejemplos. Goñi llamó a “dejar de creer que el Estado es de otros y que tiene recursos ilimitados para financiar todo”, justo cuando el Gobierno acababa de anunciar que cargaría al fisco la deuda que reclaman las petroleras por el gas facturado en pesos durante el invierno. El reclamo original era para las distribuidoras de gas como Camuzzi, cuyos dueños rechazan “absorber el costo de la devaluación” pero que en sus balances admiten haber comprado 22 millones de dólares entre enero y marzo, cuando todavía valía menos de $20, y haber ganado en el pase unos 226 millones de pesos.

Goñi también pidió a sus colegas “dejar de hacer lobby con el único fin de adueñarnos de una porción mayor de la torta”. Tampoco fue lo más oportuno. Justo ese mismo día, el INDEC informó que el trabajo asalariado perdió en la primera mitad de este año toda la participación en el PBI que había recuperado durante 2017 tras el sablazo inicial de 2016. Bajó al 45,2%. Las ganancias empresarias, en cambio,  agrandaron su porción hasta el 45,9%.

Sobrevivientes

En AEA hablan con menos rodeos. Con tantos de sus miembros involucrados en el caso de los cuadernos, y sin cámaras ni grabadores ante los que mostrarse políticamente correctos, a nadie en el Palacio Duhau se le habría ocurrido pasarle factura a Paolo Rocca o al propio Roggio por su generosidad con Roberto Baratta o con Julio De Vido. “No vamos a hacer ninguna caza de brujas. Nadie tiene el culo limpio y todos lo sabemos. Alguno por ahí hace negocios con el Estado, otros aprovechan otras ventajas, pero nadie va a ser más papista que el Papa”, admitió bajo reserva de su nombre uno de los comensales.

El productor de granos Gustavo Grobocopatel, uno de los que llevó la voz cantante en la cita de AEA, planteó que deberían bancarizarse todos los aportes para la política, como sugiere el think tank para-oficialista CIPPEC. Coincidieron varios. Otro advirtió que las campañas 2019 van a tener que ser más austeras que las de 2015. “Si no hacemos que el ajuste llegue hasta ahí, nos merecemos todo lo que nos pasa”, aseveró.

La cuestión central de este momento, para el fundador de Los Grobo y unos cuantos más en AEA, no es el cambio cultural ni quién financia la política sino la propia supervivencia de las empresas. Lo fundamental, a su juicio, es que antes de las elecciones no haya una ola de concursos, quiebras y cierres de compañías por la recesión fulminante que impuso la devaluación. Algo de eso empieza a atisbarse: apenas el Banco Central amagó con bajar un puntito la supertasa de interés, el dólar volvió a subir. ¿Quién tiene un negocio más rentable que bicicletear al 74% anual? ¿Por qué un banco le prestaría a una Pyme si el Central le paga ese interés por los pesos que le sobren y encima lo deja repensarlo cada semana?

Bomba tucumana

Macri pretende convencer a AEA de que si lo peor todavía no pasó, ya habrá pasado para cuando se definan las listas de candidatos. Pero sus popes parecen procurar un plan B y por eso riegan la semillita de la oposición responsable con guiños como la portada de ayer de Clarín, donde brillaba la calva de Juan Manzur al frente de su acto por el Día de la Lealtad animado por Gladys, la bomba tucumana. El mismo lugar destacado que había merecido el mes pasado la foto de los “alternativos” Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Miguel Pichetto y Juan Schiaretti. 

El único acuerdo sin fisuras en esa treintena de patrones que agrupa AEA, que administran casi una quinta parte del PBI, es que no pueden permitir el regreso de Cristina Kirchner a la Casa Rosada. Todo lo demás luce disputado. Ni siquiera hay unanimidad en torno a la conveniencia de haber acudido al Fondo Monetario. El único que se animó a definir esa decisión como “brillante” fue el fundador de Mercado Libre, Marcos Galperín, uno de sus últimos asociados.

A medida que se acercan las elecciones, los alternativos acentúan su perfil opositor a Macri. Lo hizo Massa en Washington, donde aprovechó para reunirse con enviados de dos fondos de inversión de Wall Street. “Ven muy mal a la Argentina”, les dijo a los suyos al regresar. Una parte de su bloque, de todos modos, lo abandonará en las próximas horas para respaldar la candidatura presidencial de Felipe Solá, pensada por sus impulsores como “un puente” para unir a los peronismos.

Antes de concretarse, esas alquimias electorales tienen sus correlatos parlamentarios y sindicales. En el Congreso, el peronismo amenaza con ensayar su unidad exigiéndole a Macri que someta a discusión el nuevo acuerdo con el FMI antes que el Presupuesto. Para Nicolás Dujovne sería una catástrofe. En la CGT, ya sin moyanistas, Héctor Daer busca quedarse como el único secretario general. Por eso también acaba de levantar el perfil. Pero deberá negociar con Luis Barrionuevo.

Nadie termina de mostrar sus cartas y todos tratan de interpretar las señas del resto, como en el truco. El variopinto grupo de sindicalistas que lo fue a visitar a Massa a fines de septiembre a su búnker de Retiro, por caso, se llevó una definición que los más afines al kirchnerismo interpretaron como un trampolín hacia la unidad y la derrota de Macri. “Si estuve dispuesto a ir a charlar con el tipo que se metió en mi casa en medio de la campaña presidencial ¿por qué no me voy a tomar un café con ella?”, soltó.

Nota publicada originalmente en Bae Negocios