Los déficit o excesos de lluvia – con inundaciones asociadas – forman parte de la geografía y de la historia de la pampa húmeda argentina.

Durante más de un siglo se admitió que es la naturaleza la que manda y solo se podía pensar en cómo aprovechar sus beneficios y/o atenuar sus efectos negativos colaterales. El grueso de las intervenciones humanas apuntó en ese período a sacarse el agua de encima cuando sobraba. La construcción de canales para desaguar hacia los ríos o en algunos casos hacia el mar, llevando agua dulce hacia el mundo marino, fue casi lo excluyente.

Muchos técnicos recomendaron hasta cansarse la construcción de sistemas de lagunas pulmón en varias regiones, que sirvieran para volcar excedentes y a la vez acumular agua útil cuando llegara la seca. Pero elegir ese camino implica una mirada de largo plazo y de articulación social que nunca se consiguió.

Hace apenas unas décadas se produjo un cambio cualitativo en el modo de labrar la tierra, que implica poner en cuestión aquello que la naturaleza manda.

La siembra directa, con aplicación previa de herbicidas totales y el uso de semillas genéticamente modificadas, resistentes a esos herbicidas, es un sistema que desafía a la naturaleza, que le impone formas de trabajo nuevas. Se presenta este cambio como conservacionista, en el sentido que al no mover la tierra evita la erosión hídrica o eólica. Eso es cierto para una cantidad limitada de situaciones, pero no es la causa esencial del cambio. A la empresa promotora del nuevo modo de producción – Monsanto – el nuevo escenario le genera un control absoluto de un eslabón clave de la cadena de producción, con los hiper beneficios asociados imaginables. A los usuarios les disminuye sustancialmente la necesidad de trabajo volcado a la tierra, ya que se está en el campo solo unos días antes de sembrar y unos días a la cosecha, con alguna aplicación eventual de insecticidas en el interín. Como una consecuencia directa de esto, aumentando el tamaño de la maquinaria de siembra y cosecha se puede trabajar mucha más superficie con el mismo grupo de gente y la posibilidad de concentrar la producción está a la vuelta de la esquina. Tanto que se concretó a toda velocidad.

Todo eso está detrás de la inocente siembra directa. ¿Cómo afectamos a la naturaleza en esta variante? De varias maneras, pero con respecto a las posibles inundaciones, concretamente:

-Cuando se hace soja sobre soja, como ha sucedido en zonas de mucho rendimiento durante 15 y más años consecutivos, el suelo queda desnudo durante más de seis meses, lo cual disminuye sensiblemente la capacidad de infiltración del agua de las lluvias.

-En la obsesión por disminuir las pérdidas por cosecha, muchos campos han sido nivelados con precisión láser, eliminando así todo microrrelieve, que ayudaría a la infiltración de la lluvia.

-Los equipos de labranza y cosecha han adquirido dimensiones gigantes, sin antecedentes en la historia, con efectos de compactación del suelo que aquí no se han estudiado, pero en EEUU se ha demostrado efectos muy graves.

-Los efectos puntuales, que aparecen paradójicamente en los campos más grandes que incorporan más innovaciones, tienden a resolverse con obras clandestinas de evacuación, que mandan el agua a un vecino, sin lógica estructural alguna.

El resultado negativo acumulado se agrega a lo que la Naturaleza provoca, pero como se debe al hombre, tiende a ocultarse o negarse, reclamando a la tarea pública obras más y más enormes de contención y evacuación de agua, socializando así las pérdidas provocadas por los individuos aislados.

En eso estamos. Miles haciéndose los distraídos y millones sufriendo.

Con la gente adentro

La solución sensata del problema comienza a esbozarse cuando se pone el interés comunitario por encima de lo individual.

La propiedad privada – de la tierra o de cualquier otro patrimonio – no puede tener por sí misma efectos perjudiciales sobre el resto de la comunidad. Los límites de la disposición personal de un patrimonio aparecen cuando se pueden tomar decisiones que dañan objetivamente a los demás, haya o no búsqueda de lucro de por medio.

Innumerables normas de convivencia urbana tienen que ver con esa premisa y hace ya mucho tiempo que debería haberse trasladado el concepto al medio rural. Los problemas antes enumerados se atenuarían primero y desaparecerían después, si se contara con un marco legal completo y detallado para uso del suelo. Definir las rotaciones agrícolas posibles; el mantenimiento de la fertilidad de los suelos; mantener o aumentar la capacidad de infiltración del suelo; contar con protección natural para personas o animales; son algunas de las condiciones que la comunidad debe regular y que ni siquiera entran en el imaginario de los dueños de la tierra argentina.

En paralelo con eso se deberían llevar adelante las obras que ayuden a contener, proteger los “excesos” de la naturaleza.

Hay numerosos países del mundo central, incluyendo varios estados de EEUU, que tienen y aplican esas reglamentaciones sobre el uso del suelo, sin que se le caiga a nadie un anillo liberal. Por supuesto, aun así, tienen desastres naturales de toda dimensión. Pero hay dos parámetros que tienen vigencia más jerarquizada que aquí:

-La Naturaleza tiene autonomía y no se la puede complicar con mirada corta.

-Los intereses superiores son de la comunidad, sin renegar de las iniciativas privadas, que sin embargo encuentran su límite cuando entran en contradicción con niveles de mayor importancia que lo individual.