Todos sabíamos que el default iba a llegar. Como en la novela de Gabriel García Márquez, tuvimos advertencias de sobra. Aunque en este caso los protagonistas no fueron Santiago Nasar y los Vicario. Nuestros protagonistas fueron muchos y fueron también quienes durante años escribieron esta historia.

Muchos se preguntan cuándo comenzó esta crónica brindando argumentos a favor o en contra de uno u otro gobierno, pero lo que debemos comprender es que mas allá de la contribución que cada uno tuvo, el default se hace presente por una cuestión estructural de la economía argentina, dependiente de un sistema financiero internacional con severas fallas. Debemos comprender también que mientras estos defectos no sean solucionados, los problemas de deuda seguirán retornando periódicamente. Las ideas de quien ocupe el sillón de Rivadavia solo pueden acelerar o retrasar un proceso que a la larga se torna inevitable.

Hacia fines del tercer kirchnerismo ya se hacia evidente la búsqueda de un nuevo ciclo de endeudamiento externo que permitiera cubrir los crecientes déficits fiscal y de cuenta corriente, búsqueda frustrada por el conflicto reinante con los holdouts. Con el cambio de gobierno, el macrismo se propuso llevar a cabo este retorno fallido a los mercados de deuda, esta vez con éxito. Así es que comenzó un nuevo ciclo de fuerte endeudamiento, principalmente en moneda extranjera, a altas tasas de interés y con un perfil de vencimientos de muy corto plazo. Este fue el primer aviso de que una vez mas retornarían a Argentina los problemas de deuda.

Lo que pocos hubieran pensado es que sería el propio macrismo quien vería los primeros efectos del colapso de la deuda. Efectivamente, el segundo aviso vino en 2018, cuando frente a una corrida cambiaria y un fuerte deterioro de las expectativas macroeconómicas, el gobierno cerró en tiempo récord un voluminoso acuerdo con el FMI, el cual tuvo que ser ajustado en varias ocasiones a medida que avanzaba la certeza de su ineficacia para frenar la crisis.

Pero lo que aun menos personas hubieran pensado, incluido quien escribe, es que sería el propio macrismo quien defaultearía su propia deuda, al reperfilar unilateralmente las Letras del Tesoro en Dólares, el cual fue el tercer aviso.

Tras la asunción del actual gobierno se aceleró el proceso, al continuar con las medidas unilaterales de reperfilamiento de las Letras del Tesoro, así como de todos los títulos públicos nominados en dólares bajo legislación local, el cual consistió en el cuarto aviso.

El quinto y último aviso vino el 22 de abril del 2020, cuando se decidió no pagar los intereses por el bono Global, esta vez regido por legislación extranjera, a partir de cuando comenzó un período de gracia de 30 días que culmina hoy, momento en que finalmente se confirma el tan “temido” default.

Pero la historia realmente no termina acá, lo que vivimos es una crónica sin fin. En mayor o menor plazo se va a concretar una reestructuración de la deuda en default, la cual será más o menos beneficiosa para el país o para sus acreedores, pero en algún momento ocurrirá. Y por más que el ministro de Economía, Martín Guzmán, logre momentáneamente retornar la deuda a un sendero sostenible, tengamos la certeza de que en unos años los problemas de deuda retornarán nuevamente, porque como dijimos al principio, el propio sistema hace inevitable el endeudamiento con ciertas características intrínsecas que lo desestabilizan.

Hasta que Argentina no logre cambiar los factores que generan su dependencia del dólar y de los países desarrollados y organismos internacionales las crisis de deuda seguirán ocurriendo. Hasta que Argentina no logre cambiar su matriz productiva y comercial y no logre desarticular el “ahorro” en moneda extranjera y la fuga de capitales, la dependencia mencionada seguirá ocurriendo. Hasta que no nos propongamos verdaderas políticas de largo plazo que permitan modificar los aspectos mencionados todo esto seguirá ocurriendo. Al respecto, es importante destacar las políticas de incentivos al ahorro en moneda local llevadas a cabo por el ministro Guzmán. Aunque, si bien necesarias, no alcanzan si no se abordan todos los problemas en forma integral con un programa de corto, mediano y largo plazo, un programa sostenible en el tiempo y en el que nos involucremos todos los argentinos.

¿Qué podemos esperar si esta reestructuración de la deuda resulta exitosa en el corto plazo? Comenzaremos un nuevo proceso de desendeudamiento, aprenderemos una vez más a “vivir con lo nuestro” y mejoraremos sustancialmente todos los indicadores relacionados a la sostenibilidad de la deuda, generando las condiciones para que cuando el mundo financiero acepte recibirnos nuevamente en sus brazos podamos volver a comenzar un nuevo ciclo de endeudamiento inestable, necesario mientras sigamos dependiendo de los dólares financieros para financiar nuestros propios desequilibrios internos y mientras existan inversores internacionales dispuestos a prestar aun a sabiendas del problema que generarán.

¿Y que podemos esperar si la reestructuración actual de la deuda fracasa en el corto plazo? Simplemente alargaremos los tiempos, pero inevitablemente, como la historia del mundo nos demuestra, en mayor o menor plazo un país siempre logra retornar a los mercados de deuda y como la historia argentina lo demuestra, no importará la figura política de turno sino cuán necesitados estemos de moneda extranjera y cuán sedientos estén los inversores internacionales de altos rendimientos.

En definitiva, hasta que no busquemos una solución definitiva a los problemas estructurales que aquejan a la economía argentina seguiremos viviendo en esta crónica de un default anunciado.