Si fuera por lo que Darío Grandinetti pensaba que iba a lograr en su oficio, según él, ya podría retirarse. «Porque no tenía grandes aspiraciones, sólo quería vivir de esta profesión, y llevo casi 40 años haciéndolo, así que estoy satisfecho con el recorrido y hay muchas cosas para disfrutar de la vida», revela el actor. Pero la realidad es que este jueves próximo estrenará Te esperaré, la película dirigida por Alberto Lecchi, y seguirá extendiendo una carrera de prestigio y reconocimientos. 

Esta es la quinta vez que Grandinetti trabaja a las órdenes de Lecchi (la primera fue en El dedo en la llaga, después en Operación Fangio, más tarde en El juego de Arcibel y finalmente en El frasco). Esta ocasión es para relatar las peripecias de un veterano escritor español que termina en la Argentina cruzándose con su hijo arquitecto para así desarrollar una historia de militancias, encuentros y desencuentros. El elenco también incluye a Inés Estévez, Ana Celentano y Hugo Arana, entre otros.

Grandinetti es serio pero mecha en cada frase algo de humor, es pensativo pero visceral, no tiene problemas en reflexionar sobre el oficio y contar su visión del mundo si se le pregunta. «Uno intenta tener una coherencia, pero este es un oficio incierto. Pocas veces uno tiene la sartén por el mango. Pocos actores la tienen. Lo mejor para nuestro oficio es ser curioso. Eso te obliga a buscar a leer, escuchar, mirar, investigar, eso es fundamental. Somos privilegiados los que logramos continuidad», dice Grandinetti. 

–Tu papel marca el ritmo de la película. 

–Hago de un tipo que no asumió la pérdida, que tiene un dolor que sigue intacto y en la película se ve cómo hace catarsis. Eso es muy atractivo para la construcción del personaje. La película propone una reivindicación ideológica clara. Pero la historia se centra en lo difícil que es lidiar con la idea de la muerte y cómo muchas veces se responsabiliza al muerto por haberte dejado solo.

–¿Trabajar con un director conocido te ayudó a decir que sí al proyecto?

–Es que siempre hay algo que me hace decir que sí. En este caso, una historia genial, un buen guión. Y sí, ayudó que el director sea un amigo. Con Alberto tenemos una manera de trabajar que nos resulta natural a ambos. Sobre todo para armar personajes.

–¿Cómo es esa manera?

–Yo me aprendo el guión, pero los detalles del cuerpo sólo los pongo con el otro. Con Alberto hablamos mucho y por suerte tenemos una manera parecida de entender los detalles para que sea distinto cada vez.

–¿Tenés miedo a repetirte?

–Para hacer esto hay que tener un grado de locura, no hay que temer que salgan miserias ni nada por el estilo. Los fantasmas, los temores y las ganas de jugar son fundamentales. Y para eso hay que tratar de eludir los temores. Aunque siempre recuerdo que mi primer profesor en Rosario me dijo: «Hace todo lo que tengas que hacer, pero no te repitas». En eso estoy, tratando de aportar lo mío.

–¿Cuál sentís que es la tarea principal del actor en la sociedad?

–Puede ser que uno cumpla un rol social, pero creo que desde arriba de un escenario no se le cambia la vida a nadie. Puede ser una aspiración o un deseo. Puede también que los que te ven en teatro o en la pantalla reflexionen sobre lo que uno hizo. Pero no mucho más. No se puede pretender decirles «esta es la verdad revelada». Uno no tiene la obligación de abrirle la cabeza a nadie ni de tomar ninguna lanza, pero a veces uno como ciudadano no puede evitarlo.

–¿Por una necesidad personal?

–Trato de decir lo que pienso porque creo que todos deben hacerlo. Soy consciente de que a los actores o la gente más o menos conocida se nos escucha y se nos presta atención. A veces se exagera y creen que tenemos la obligación de estar diciendo cosas todo el tiempo. Trato de cuidarme, pero de todos modos me cuesta.

–¿Por qué cuesta?

–Con lo que pasa es muy difícil callarse la boca, es muy difícil verla pasar y quedarse en el molde y pensar lo bien o mal que le va a uno. Probablemente, uno de los mejores momentos desde lo económico para mí fueron los noventa, pero no quiero que vuelva esa época. Sobre todo en nuestro oficio. En momentos de neoliberalismo despiadado todo queda contagiado. Incluso lo que se hace en teatro, las películas que se hacen. Todo se tiñe, salvo excepciones, de esa manera despiadada de sálvese quien pueda. Lo importante no es pensar sino ver qué es lo que tenés. Hay una cosa que está establecida que dice que de las crisis se sale creativamente y que hace falta crisis para crear. No. He podido crear sin angustia. No es que sólo con el sufrimiento vienen las musas creadoras. Eso es mentira. Para nada es así. Nosotros ya lo vivimos cuando en 2001 era todo horrible: también era un desastre lo que se veía. Salvo excepciones, insisto. Todos sufrimos las consecuencias del individualismo, del egoísmo despiadado en cualquier orden de la vida o cualquier actividad que uno desarrolle.

–¿Cómo imaginás a la Argentina en los próximos años?

–Es tremendo pensar el futuro de la Argentina. Es muy preocupante si lo hacemos teniendo en cuenta la deuda que estamos tomando. Ya lo vivimos. Pero va tener que venir otro Kirchner a decir: «¿Cuánto se les debe? Tomen y no vuelvan más». Pero luego va venir otro irresponsable a volver a endeudarse, entonces el futuro es muy incierto para uno. Más, viendo que es lo que pasa no sólo en la región sino en el mundo. Si Trump ganó, es muy poco esperanzador el análisis que uno pueda hacer. Ya no sé qué pensar. A veces me pregunto: ¿realmente sabemos a quién votamos?, ¿esto queremos?, ¿la gente libremente puede elegir?, ¿alcanza con lo poco y malo que le cuentan? 

–¿Cómo vivís el crecimiento de la represión a la protesta social?

–Está claro lo que pasa. Una vez el experto en sistemas devenido en ministro de Educación y ahora ganador de las elecciones en provincia dijo –entre otras bestialidades– que la nueva conquista del desierto era con libros. Y fijate lo que pasó en el sur. No era una estupidez, como todos pensamos, se le escapó. Acá están queriendo escribir de nuevo o que se lea la historia con los libros de ellos. Los que decían que los indios sólo servían para regar de sangre el suelo argentino. No me parece casual. Los indios afuera, los pueblos originarios afuera, y si no, palo. Roca, un prócer; indios, una mierda. Y no quiero hablar de lo terrible y doloroso que es lo de Santiago Maldonado. En este caso uno puede hablar de todo lo mal que se ha hecho, con el ocultamiento y estrategias de distracción y barbaridades varias, pero esto es una muestra de algo general: este modelo sólo cierra con represión. Ellos saben que en cualquier momento la gente puede salir a protestar, ellos saben que están cerrando una olla a presión, lo tienen reclaro. Frente a las protestas, represión.

–¿Qué hay que hacer frente a este panorama?

–Luchar por lo que uno cree que es justo. Siempre pensé cualquier lucha que uno podía hacer por el futuro era algo que no iba a ver, sería algo que podrían disfrutar mis nietos. Lo que pasó los 12 años del gobierno anterior yo lo viví con alegría porque no podía creer que vería que todo eso ocurrió. Pude ver un presente con esperanza. Pero bueno, hay algo que escribió Rodolfo Walsh que decía algo así como que se quiere eliminar el pasado, los símbolos, para que nada tenga historia y todo vuelva empezar de nuevo cada vez. La historia la escriben ellos cuando llegan al poder. Así es la derecha. Tendremos que intentar frenar su avanzada.«

Por placer y por convicción  

El mes pasado se estrenó Retiro voluntario. La película que todavía sigue en cartel fue protagonizada por Grandinetti junto con Imanol Arias, Luis Luque y Miguel Ángel Solá, y relata con mucho humor el devenir corporativo de un grupo de personas. «Esta es una película que me gustó hacer porque se puede lograr una empatía con cualquiera  de los personajes. Es lo que está pasando en el mundo, es una crítica al sistema en el que vivimos, este capitalismo absurdo, ridículo y cruel. Lo único que importa es que los números cierren, sobre todo con la gente afuera. Para que los poderosos decidan cuánta gente van dejando entrar en el sistema. Es complicado pero es así», señala Grandinetti. La película, según el actor rosarino, tiene el mérito de mostrar una realidad terrible, pero de una manera risueña que hace que el espectador no la sufra tanto. «Me atrajo participar de una comedia porque es algo que  no hago tanto», concluye.

 En el nombre del padre

En sus dos últimas  películas Grandinetti trabaja con su hijo Juan. «Mis tres hijos, María, Laura y Juan se dedican a esto y trabajé con los tres –puntualiza–. Recomiendo fervorosamente a los compañeros que tengan hijos que hayan seguido su camino y compartan algún proyecto. Es una experiencia fantástica. No hay nada mejor. Creo que ellos han elegido el oficio porque me han visto disfrutar con el trabajo, pasarla bien y ser feliz. Nunca les dije lo que tenían que hacer.» El actor asegura que hay muchos compañeros que han sufrido la incertidumbre del oficio y no quieren eso para sus hijos. «En mi caso –agrega–, lo único que yo tuve como  deseo es que se dediquen a algo creativo pero nunca les dije nada. Nunca sentí que exista un legado que ellos deban seguir ni nada por el estilo.  Disfruto con ellos, hablando de esta profesión, compartir miradas. Eso sí: los tres están muchísimo más preparados de lo que estaba yo a la edad de ellos, sin dudas.»