Hace pocas horas, en el encuentro Mundial de Movimientos Populares (no en IDEA), el Papa Francisco pidió por un salario básico universal y la reducción de la jornada laboral. También, en función de la pandemia, que se condone la deuda de los países pobres. Abogó por que “todas la personas puedan acceder a los más elementales bienes de la vida”. Reclamó que las «grandes corporaciones alimentarias dejen de imponer estructuras monopólicas de producción que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento». Bergoglio exhorta al poder real, del que forma parte. Son demandas tan sensibles y justas como insustanciales. Tal vez, la cercanía del 17 de Octubre abreve las elucubraciones a favor y en contra de su configuración de “papa peronista”.

A más de 10 mil kilómetros de la Santa Sede, este domingo 17, un día peronista, la Argentina se zambulle en una celebración con bemoles. Siempre las vísperas teñidas de un clima festivo generan una expectativa provocada por la emoción. El regreso formal a la calle. La liturgia a pleno. La voz en cada garganta adhiriendo o marcando rumbo. Siempre pasional. Así fue con Perón, con Néstor, con Cristina. La pandemia se la escamoteó a Alberto. Pero ahora la tiene a su merced, aun cuando no pareció del todo decidido en las idas y venidas de sus convocatorias.

No será un canto de sirenas. Habrá reclamos, probablemente fuertes. Seguramente necesarios. Nadie puede hacerse el desentendido.

Cerrará una semana en la que un nuevo debate de candidatos confirmó que siempre es bueno que lo haya, aunque sería esperable que se confronten ideas, que haya intercambio, que sirva para evidenciar capacidades y conocimientos, y no que el objetivo sustancial sea un show mediático. Tal vez sea utópico pedir más contenidos retóricos que lenguajes gestuales. Lo sabemos: no es más que un programa de tv, de la actual, y en el living de la casa de la oposición más feroz, pérfida y despiadada. Aunque disimulen periodismo asiendo un micrófono. Pero Cambiemos le transfirió la campaña a los medios y lo hizo bien.

Quizá la mejor noticia haya sido el rating, verdaderamente significativo. Podría llevar a pensar que la apatía no es tan grande. Aunque sea más preciso comprender la carga de enojo e indignación del grueso que no fue a votar, que no pudo o que no quiso. Fundamentalmente esos sectores populares a los que las veleidades favorables de la macroeconomía no llegan a conmover, no cambien su voto por un debate. A esos segmentos no se va con discursos: se va con hechos,

con señales políticas concretas. Por caso, con contención de precios y mejora del salario real. Otro tema crucial de esta semana. La inflación y la puja con los empresarios, entre sonrisas, amenazas, almuerzos y coloquios. Hace rato que a esos espacios se les reclama “buenas intenciones”, aunque la respuesta habitual sea desalmada, insaciable, desmedida. Feletti no llegó para tomar café con ellos: es lo que dijo en sus reiteradas apariciones mediáticas. Sabe que debe pelear con leones. Promete aplicar la ley. Esa ley que muchas veces la Justicia, que no se reformó, deforma a piacere de los más poderosos. El nuevo Secretario conmina y advierte que aplicará puño firme. Seguramente estará advertido él de que requerirá del apoyo sin regates del gobierno todo. Deberá pararse de manos ante las fieras. Todo el gobierno debe hacerlo. Y ahora no habrá excusa: la gente en la calle lo podrá avalar.

Hace unos días, con su visión certera, José Pablo Feinmann alertó que el “peronismo con hambre no es peronismo”. Nos permitimos parafrasearlo: “Peronismo sin plaza no es peronismo”. Hoy tendrá su plaza. Que en un mañana no tenga hambre.  «