El road show de negocios que arrancó la semana pasada en Londres con la delegación comercial encabezada por el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y que continúa ésta con la presencia del presidente Mauricio Macri en Holanda tiene su epicentro manifiesto en las actividades extractivas, particularmente las mineras, eje de la ya desesperada búsqueda de esa lluvia de inversiones prometida por el gobierno de Cambiemos y que aún no se desata.

La agenda del primer día de la visita oficial a los Países Bajos incluyó la clausura del Foro de Negocios e Inversiones «Argentina-Países Bajos, Socios del Siglo XXI», en el centro de conferencias Beurs van Berlage, en Amsterdam, y más tarde, el encuentro del mandatario argentino con CEOs de dos multinacionales. La primera es muy famosa y logró poner a uno de sus accionistas al frente del Ministerio de Energía y Minería, Juan José Aranguren, presidente entre 2003 y 2015 de la filial argentina de la Royal Dutch Shell.

La otra es menos conocida aquí pero no menos poderosa. Se trata de Glencore, una compañía trasnacional de origen suizo con cuyas autoridades se reunió Macri pasado el mediodía holandés y que se muestra muy interesada en aprovechar el nuevo paradigma de apertura comercial de la economía argentina.

Glencore, que no es el nombre de un magnate sino el acrónimo de Global Energy Commodity Resources, es –de acuerdo al ranking global de la revista Fortune– la décima entre las compañías más grandes del mundo, y básicamente la mayor empresa comercializadora de materias primas, es decir, productos agrícolas pero también, y sobre todo, metales y minerales, además de petróleo crudo y sus derivados. Con sede en Baar (Suiza) y oficinas en más de 50 países, Glencore monopoliza, por ejemplo, el 50% del mercado global del cobre, y un 9% del de granos a través de la adquisición de unas 300 mil hectáreas de tierras de cultivo en todo el planeta.

La historia de Glencore se remonta a la de su fundador, el financista Marc Rich, denunciado en Estados Unidos por evasión fiscal y por controvertidos acuerdos petroleros que firmó con Irán a fines de los ’70, durante la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Tras grandes pérdidas en el mercado del zinc, Rich se vio forzado a vender su mayoría accionaria a mediados de los ’90 y se estableció en Suiza hasta su muerte en 2013. En 2001 había recibido un discutido perdón por parte de Bill Clinton en su último día en la Casa Blanca.

Desde entonces, Glencore crece a la velocidad del aumento global de los precios de las commodities, y se describe como una “proveedora global de recursos naturales”, socia ideal para una administración como la de Macri, deseosa de convertir a la Argentina en “el supermercado del mundo”. En nuestro país, la empresa emplea a unas 900 personas y tiene una amplia rama de intereses en los agronegocios: acopio, crushing, servicios agropecuarios y exportación de cereales, oleaginosas y biocombustibles.

Pero el fuerte de Glencore es la minería extractiva. A través de la también suiza Xstrata, de la que es principal accionaria, opera la gigantesca mina a cielo abierto –y en proceso de cierre– del Bajo La Alumbrera, en Catamarca, condenada a mediados de este mes por contaminación ambiental, en una causa que lleva diez años. Ahora, la gran apuesta de Glencore en un país que acaba de eliminar las retenciones a las exportaciones mineras es El Pachón, en el departamento Calingasta, San Juan, que a lo largo de tres décadas podría producir 200 mil toneladas de cobre fino al año.

Como reveló Tiempo en su edición del último domingo, la minería parece vivir un clima de época que impulsa la naturalización del discurso extractivista. No se explica de otro modo el reciente nombramiento de un lobbista de Xstrata, José Roco, ex responsable de Relaciones Comunitarias de la firma, al frente del Parque Nacional El Leoncito, en la propia Calingasta.