No es una exageración decir que la Corte Suprema de la República Argentina es a la Justicia lo que las marchas militares a la música: una melodía sombría, efectista y con acordes, por momentos, cargados de humor involuntario.

De hecho, solamente en los últimos días –y en medio del juicio político que promueve la Cámara de Diputados a sus integrantes por diversos casos de “mal desempeño”–, tres de ellos (Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda) tuvieron la audacia de suspender las elecciones en Tucumán y San Juan, justo antes de que su actual presidente (Rosatti) se entrometiera en las decisiones económicas del Poder Ejecutivo, al exponer su disgusto a raíz de lo que supo llamar “una expansión descontrolada de la emisión monetaria”, cuando pronunciaba su discurso ante la Cámara de Comercio Norteamericana en Argentina (AmCham). Mientras tanto, a 11 mil kilómetros de allí, durante su visita al Vaticano, el cuarto “supremo” (Ricardo Lorenzetti) tarareaba con sumo entusiasmo, junto al papa Bergoglio, la canción “Solo le pido a Dios”, interpretada por el mismísimo León Gieco.

¿Acaso se trataba de un merecido homenaje al gran Luis Buñuel? 

En fin, postales recientes de una distopía casi surrealista.

La primera escena de esta pesadilla no onírica data del 10 de diciembre de 2015.

Aquel jueves, cuando el aún flamante presidente Mauricio Macri leía su perorata ante la Asamblea Legislativa, soltó:

–En nuestro gobierno no habrá jueces macristas; a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos. 

Una salva de aplausos estalló en el recinto.

Pero cuatro días después firmó un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Rosatti al máximo tribunal.

Esos nombres habían sido susurrados a su oreja por otro personaje clave de esta historia: el operador judicial Fabián Rodríguez Simón (a) “Pepín”.

Ambos asumieron el 22 de agosto del año siguiente.

A partir de entonces, Rosenkrantz dio rienda suelta a una fidelidad casi perruna hacia el líder del PRO. En cambio, Rosatti se mostró más recatado, ya que únicamente se cuidaba de no firmar fallos adversos al gobierno macrista.

A primera vista, el tipo parecía un “supremo” probo. Ese individuo, un abogado, escritor, docente universitario y dirigente político, no obstante tenía algunos muertos en su placard: 23 para ser precisos. Es el número de víctimas de las inundaciones ocurridas en la ciudad de Santa Fe a comienzos de 2003, siendo él funcionario del gobernador Carlos Reutemann, y luego intendente de esa urbe. Rosatti fue el responsable de que las obras de defensa en la zona del oeste quedaran inconclusas, posibilitando así que las aguas del Río Salado se tragaran un tercio de la capital provincial.

Pero Rosatti es en realidad un “tiempista” de pura cepa; o sea, un buitre que no duda en esperar el momento preciso del picotazo. Así fue como escaló a la cúspide de la Corte, votándose a sí mismo justo en ausencia de Lorenzetti –su rival en tal candidatura– quien había solicitado un aplazamiento de aquella elección interna, ya que no estaría en Buenos Aires. Eso no le fue concedido. Corría entonces la primavera de 2021.

En el otoño siguiente, Rosatti se votó nuevamente a sí mismo, esta vez para también presidir el Consejo de la Magistratura.

De modo que así se convirtió en el bastonero del lawfare en Argentina.

Se trata de un recurso que –dicho de manera técnica– es la continuación de la política por otros medios. Un método del cual la Argentina ha pasado a ser su vanguardia mundial. Quizás porque –en contraposición a lo que indican los manuales– su ejercicio local ya no es un secreto para nadie.

Cabe aclarar que el lawfare no es un invento reciente. Lo prueba el affaire Dreyfus, ocurrido al concluir el siglo XIX. Su víctima: el capitán del ejército francés, Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado injustamente por espionaje para la Alemania imperial. Y que terminó en el penal de la Isla del Diablo, en la Guyana Francesa, pese a que en París ya se sabía la identidad del verdadero filtrador. El caso sacudió a la Tercera República, además de dividir a la sociedad al compás del incipiente nacionalismo antisemita.

Casi once décadas después, la artillería mediático-judicial, enlazada por el hilo invisible del espionaje, comenzó a ser disparada sobre las democracias más inestables de América Latina. 

El lawfare puede tener por objeto desestabilizar gobiernos “populistas” o neutralizar opositores, depende desde donde se aplique. En Argentina, sus primeros signos visibles fueron articulados por el fiscal Alberto Nisman con la denuncia contra CFK y el canciller Héctor Timerman por el “Memorándum de Entendimiento con Irán”. Ya con Macri en la Casa Rosada, el gran laboratorio en la materia fue Jujuy con la crucifixión de Milagro Salas en aras de imponer un ejemplo de disciplinamiento social. Pero la temporada nacional de esta especialidad comenzó el 15 de abril de 2016 con la citación del juez Claudio Bonadio a la ex presidenta por el asunto del “dólar a futuro”; seguida por una escalada de prisiones preventivas a ex funcionarios por motivos únicamente surgidos en la imaginación de sus instructores. Y ya finalizado el régimen del PRO, su logro más reciente fue la antojadiza condena e inhabilitación a CFK en la llamada “Causa Vialidad”.

A esta altura habría que preguntarse si Rosatti es en realidad un émulo del Ronald Freisler, quien presidió el Volksgerichshof (Tribunal del Pueblo) del Tercer Reich entre 1942 y 1945.

Aquel sujeto, un comunista arrepentido que había tomado muy a pecho revertir el lastre de su origen, fue un resorte del régimen nazi a la vez temido y despreciado. Sus farsas judiciales, cuyas puestas en escena incluían insultos groseros y todo tipo de humillaciones –como prohibir a los acusados el uso de cinturón para que al declarar se les cayeran los pantalones–, le depararon una ominosa popularidad. Llegó a condenar a muerte a un adolescente de 15 años por repartir panfletos. También rubricó otras 5000 ejecuciones. El final de su carrera no fue menos dramático: justo después de anunciar la pena capital para el teniente Fabian von Schlabrendorff, implicado en el atentado a Hitler del 20 de julio de 1944, un bombardeo aliado cayó sobre el tribunal. Su cadáver fue hallado bajo los escombros con el expediente de la causa entre sus brazos.

Ojalá que la carrera de Rosatti no termine de un modo tan estrepitoso.  «