Después de que los diputados no dieran quórum en el Congreso para tratar el proyecto que pretendía ponerle un freno al tarifazo, la Ciudad de Buenos Aires tuvo un ruidazo que llenó de gente las esquinas de los barrios para rechazar estos aumentos.

El episodio podría ser tomado como un reclamo más y sin embargo resulta el disparador para destacar la confraternidad que se vio en las calles. Mientras vecinos y vecinas cortaban las esquinas, mucha gente que pasaba caminando se plegaba al reclamo y quienes circulaban en auto, en lugar de quejarse por el corte de calle, sumaban sus bocinazos para hacer más ruido.

En este último tiempo no pocxs porteñxs nos hemos hermanado para apoyar el mal momento general. Por ejemplo, durante el fin de semana largo de Pascuas tomó cierto conocimiento público la situación que atravesaba la fábrica de chocolates Arrufat en Villa Crespo.

Esta cooperativa que en el año 2015 tenía 34 trabajadores y pagaba cerca de 20 mil pesos de energía eléctrica, hoy conserva sólo la mitad de aquel plantel y la última factura de luz que les llegó fue de 86 mil pesos.

Su situación constituye un caso que no resulta llamativo ya que sabemos la implicancia de las políticas económicas de Cambiemos para la industria nacional, especialmente para las pymes y las cooperativas o empresas recuperadas.

Lo que sí sorprendió fue la cadena de solidaridad que se tejió alrededor.

Tan pronto como la situación de Arrufat se viralizó, se congregó una cantidad enorme de gente haciendo largas filas para comprar sus huevos de Pascua.

Lxs trabajadorxs tuvieron que pedir disculpas porque no daban abasto para producir tanto. Sin dudas, se trató un acto de sensibilidad colectiva.

Seguramente también recordemos el episodio de Maximiliano Gómez, el pibe que vendía los sánguches de salame que le fueron confiscados por la nueva policía de Horacio Rodríguez Larreta.

Frente a la arbitrariedad de un gobierno de quitarle el derecho elemental a un pibe a ganarse el mango para poder subsistir, hubo una reacción social muy extendida de apoyo que lo llevó inclusive a Maximiliano al piso de un canal de TV a vender sus productos.

Frente a un gobierno cada vez más hostil, no son pocos los sectores de nuestra Ciudad que reaccionan apelando a los mejores valores de confraternidad y de solidaridad.

Fue también en esta Ciudad donde después de la violenta represión durante el tratamiento de la reforma previsional decenas de miles de porteñxs salieron por la noche, cacerola en mano, a repudiar lo que estaba sucediendo.

Aun después de una década de gobiernos pro mercado (recordemos que Mauricio Macri asumió la jefatura de gobierno en diciembre de 2007), da la impresión de que hay síntomas en nuestra Ciudad que muestran que el culto al individualismo no ha ganado definitivamente la pelea.

Y que hay expresiones de solidaridad que se manifiestan de diversas formas, de manera espontánea muchas veces.

Esas manifestaciones no provienen exclusivamente de los que nos consideramos kirchneristas, peronistas o de izquierda.Pareciera ser que hay una sensibilidad social, una tradición que en esta Ciudad tiene antecedentes, que no está perdida, que está latente.

El desafío es tratar de unir a aquellxs a quienes no nos da lo mismo lo que le pasa al de al lado, que sentimos bronca frente a la insensibilidad de este gobierno. Tratar de unir a quienes nos indigna que le arrebaten los sánguches a un pibe o el sueldo a los jubilados.

Tal vez con eso alcance para empezar a construir una nueva mayoría donde podamos juntarnos los que pensamos parecido.Las que pensamos igual y los que pensamos igual ya estamos juntos.

Que el pensamiento neoliberal que mercantiliza e individualiza al extremo nuestras actitudes no haya colonizado totalmente nuestras cabezas y nuestros cuerpos es esperanzador.

Que no tengan la posibilidad y el tiempo necesario para lograrlo es nuestro desafío. «