Una mano lava la otra y las dos lavan la cara, dice el proverbio que mejor ilustra la demostración de solidaridad recíproca que se prodigaron este jueves el presidente Mauricio Macri y la Asociación Empresaria Argentina (AEA). La entidad reúne el 15% del PBI, es su interlocutor predilecto de la primera hora y un aliado fiel en estos días de «tormenta».

En el Salón Retiro del Hotel Sheraton, los organizadores de la convención «Desarrollo e inversiones: la mirada empresaria» remarcaron una y otra vez que el encuentro había sido convocado dos meses atrás. Pero el destino quiso que coincidiera con un pico de la crisis económica y con el escándalo de los llamados «cuadernos de la corrupción». El caso involucra a varios de los dirigentes que aplaudieron desde la primera fila cuando el presidente llamó a los beneficiarios de la obra pública a denunciar los pedidos de coimas de funcionarios sin reparar en la ventaja que se proporcionaban como contraparte necesaria de esos actos.

«Si presencian un acto indebido, acá tienen un presidente al cual acudir», resonó la voz del jefe de Estado, seguida de un estallido de aplausos. La primera mano lavó a la segunda.

Después de la apertura de Macri sin periodistas en la sala, siguieron los empresarios. Rocca reconoció que Techint pagó coimas a través de su mano derecha, Luis Betnaza, y José Cartellone, de Construcciones Civiles, balbuceó al diario La Nación que «alguien tiene que hacer las obras». Lo llamativo fueron las razones esgrimidas. Rocca argumentó que pagó por la intermediación del kirchnerismo cuando el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela estatizó Sidor, su siderúrgica en ese país, con lo cual se hizo cargo pero relativamente. En el mismo movimiento señaló como responsable real a la contrafigura política del oficialismo. Cartellone, por su parte, se encogió de hombros y atribuyó el problema a una improbable responsabilidad de los argentinos en general. La corrupción, lanzó al periodista, «es un problema de la sociedad».

En resumen, el presidente ofreció las garantías y los empresarios pusieron las fantasías. La segunda mano lavó la primera y las dos limpian la imagen de una asociación que parece haber cerrado filas espalda con espalda para defender un modelo político y económico cada vez más comprometido.

El lastre de las carmelitas

La renovación del vínculo dejó como contracara un tendal de empresarios «discriminados». A la salida, uno de ellos rezongó que «ahora resulta que estos (por los anfitriones) son todos carmelitas descalzas» y mostró, sin querer o queriendo, la herida y la sal.

El martes, el gobierno dinamitó la relación con la Unión Industrial Argentina (UIA), que venía tambaleando tras los cruces e insultos con el exministro de Producción, Francisco Cabrera. Con su reemplazo por el consultor Dante Sica, a priori bien considerado por industriales grandes y pymes del sector, las cosas no mejoraron y terminaron volando por el aire con la publicación de tres medidas clave: la suspensión por seis meses de la baja de las retenciones a exportaciones de soja procesada y aceites, la rebaja del 65% de los reintegros por exportaciones y la eliminación del fondo sojero, que afectará a la construcción y a la industria en todo el país.

El presidente de la UIA, Miguel Acevedo, definió la novedad como «un misil para la industria». Otros fabriles llamaron «mentiroso» a Sica porque, según dijeron, les había prometido que los reintegros no se iban a tocar. Fue un mal día que el ex Abeceb coronó cuando plantó a las pymes de CGERA, que lo esperaban para festejar el Día del Empresario Nacional con un discurso rico en artillería pesada contra la polémica gestión oficial en materia industrial. En medio de críticas casi generalizadas del universo empresarial ajeno a AEA, el gobierno debió suspender el jueves a la tarde el llamado al Foro de Convergencia (FCE) para firmar un documento sobre empleo. Era la segunda gran foto del día, pero no pudo ser. «