Si bien tanto en el gobierno como entre la oposición y los analistas se preveía un número fuerte, el dato de inflación de septiembre, del 3,5%, causó un fuerte impacto y reabrió el debate sobre sus causas y las políticas necesarias para dominarla.

En esta pulseada a varias bandas se defienden básicamente intereses concretos, aunque sustentados en posiciones ideológicas que muchas veces tienen poco asidero con la realidad concreta. Pero lo cierto es que la inflación funciona como un ácido que corroe los compromisos asumidos y deja al desnudo los desequilibrios y las relaciones de fuerzas desiguales. En la Argentina, mete en la pobreza a amplios sectores vulnerables y destruye la calidad de vida de los sectores con ingresos en pesos y relativamente fijos, como los asalariados y jubilados. Pero, al mismo tiempo, enriquece a unos pocos, que son los que pueden escapar de la moneda local invirtiendo en dólares u otros activos, hecho con el que alimentan aun más la inflación. Cuando ellos vuelven a los pesos, todo es más barato.

Por eso es que la inflación es tan desgastante: pone frente a enormes sectores de la población el problema del poder real y de su ejercicio. Entre los analistas locales que estudiaron los resultados electorales de las PASO hubo consenso con que los efectos de la carestía fue uno de los principales culpables del mal desempeño electoral del oficialismo.

El gobierno se vio urgido a intervenir, más cuando los datos de octubre indicaban una repetición de las subas de septiembre. Su respuesta fue la salida de Paula Español y el ingreso de Roberto Feletti en la Secretaría de Comercio Interior. El objetivo del nuevo funcionario es establecer límites a una parte de la suba general de precios, la que corresponde a los productos de consumo masivo. Para lograrlo, Feletti tratará de que el noveno programa de precios que prueba este gobierno tenga resultados concretos en términos de precios congelados de poco más de 1200 artículos durante 90 días.

Los métodos atávicos

Esta mirada del problema de la inflación es considerada conspirativa y arcaica por el establishment económico y político, que tiende a pensar que la carestía es provocada por el exceso de moneda circulante, que se emite para cubrir el déficit fiscal, que a su vez es provocado por el gasto público destinado a cubrir alguna necesidad popular. Así de lineal es el razonamiento, al punto que los subsidios que tienen por fin sostener las ganancias del capital –que son muchos y permanentes– no entran en el análisis. Esta posición se ha exacerbado con los recientes anuncios de la administración Fernández, en el sentido de que se realizarán transferencias de fondos hacia programas estatales dirigidos a diversos segmentos de la población. Para el establishment, esa es la emisión monetaria que rebalsa el vaso y potenciará la inflación. El problema es que los gastos más fuertes aún no se hicieron, como el bono a los jubilados y el IFE 4.

Desde la vereda de enfrente no tienen dudas. «La cuestión de emisión es chamuyo», dice en lenguaje coloquial a Tiempo Hernán Letcher, economista y director del Centro de Economía Política (CEPA). «El circulante tiene una caída del 10 por ciento en términos reales respecto del año pasado. Conclusión: no hay emisión incremental del circulante; no hay ‘la platita’ en la calle», agrega. De hecho, la base monetaria creció a un ritmo que fue menos de la mitad del de la inflación en el año que va de septiembre de 2020 al mismo mes de este año. Y cuando el crecimiento de la base monetaria fue cercana a cero entre septiembre de 2018 y el mismo mes de 2019, la inflación interanual acumuló en ese momento un 36,6 por ciento.

Los liberales apuntan a la acumulación de pasivos remunerados y Leliq emitidas por el Banco Central, en el sentido de que la expectativa de la emisión futura quieren reflejarla en una brecha que después la expresan en precio. No es así», subraya Letcher, para quien el dato de inflación de septiembre es principalmente consecuencia del comportamiento del sector empresario: «Están ganando plata y básicamente remarcan porque pueden».

Letcher asegura que existe una «disociación» entre la evolución de los costos de producción y comercialización versus la inflación, con esta última creciendo a un ritmo más acelerado respecto de los costos en un cuadro de casi congelamiento de tarifas y de salarios todavía peleando por una recuperación real. Y observa el mismo fenómeno en relación al dólar desde febrero pasado. «Hasta ese momento se mantienen a la par, pero desde allí en adelante la separación se hace cada vez más notable», afirma. Desde febrero en adelante, el peso perdió un 10% respecto del dólar pero los precios subieron un 27%, subraya.

«No hay ninguna causa para que la inflación se haya disparado, pero tampoco para los niveles de inflación de los meses previos», apunta. Respecto de septiembre, agrega que «con los anuncios de aumento en las transferencias desde el Estado para los distintos programas destinados a los sectores populares y las jubilaciones, ya ni siquiera se esperó a que se concretaran, sino que antes incluso empezó la remarcación de precios como mecanismo de apropiación de ese excedente que aún no existía. Esa es la dinámica de los formadores de precios en la Argentina actual».

Combatiendo la inercia

En el gobierno no hay una opinión uniforme respecto de las razones que generan la inflación. Puede haber “multicausalidad”, como dijo el ministro de Economía, Martín Guzmán, pero también tratarse de un “problema macroeconómico”, como antes había señalado el mismo Guzmán dando aire a los que hablan de que se trata de un problema monetario. A Feletti se lo convocó para “recuperar el poder de compra del salario en un trimestre de mucho consumo”, según dijo el flamante funcionario en una entrevista con señal A24. Pero las acciones de Feletti están apuntadas sobre un segmento único, el de los productos de consumo masivo: alimentos, bebidas, limpieza y tocador. El resto, desde alquileres a las comisiones de servicios financieros, corren por otros carriles y con otros modelos de control. De última, se busca que al comprimir los precios se sofoquen los reclamos salariales.

Pero ese formato de actuación está debatido y no tiene consenso entre economistas cercanos al gobierno. Para Nicolás Pertierra, economista jefe del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz (CESO), “los acuerdos de precios sirven para evitar una disparada brusca, pero encarado sector por sector no se ataca la inercia inflacionaria”. Pertierra se refiere a que mientras una devaluación del peso o un shock de precios internacionales de materias primas son factores de impulso de la inflación, la inercia –motivada por las expectativas– lo es para su propagación y sostenimiento en el tiempo.

“Una semana se hacen acuerdos en alimentos, después se pasa a construcción, después a salud y medicamentos, luego vestimenta, educación y así. Sector por sector hace que el trabajo sea muy arduo, siempre queda un agujero por tapar”, dice.

Pertierra considera que la inercia inflacionaria incorpora los impulsos como expectativa. Puede pasar que el impulso cambiario es muy transitorio y ahí no te queda como componente inercial. Eso pasa en otros países: devalúan y no tienen un salto inflacionario tan grande, el famoso pass through que vemos acá, donde gran parte de la puja distributiva, primero, y los saltos cambiarios, después, quedan incorporados como expectativa hacia adelante”.

Pertierra considera que hay que bajar esas expectativas y propone para eso “un programa de estabilización heterodoxo más amplio”, aunque admite que en el contexto electoral “es difícil porque requiere un compromiso político fuerte de distintos actores. Una vez que pase la elección, para el año que viene, me parece que tiene que empezar a ser algo para evaluar”. El programa incluiría el congelamiento de precios y salarios.

Desfasajes

En la industria se lamentan por la suba de los costos, especialmente de los insumos. El gobierno se ha mostrado poco eficaz en el control de estos valores y no pasa de la advertencia ante la suba de esos precios. Según Francisco Arno, analista económico y financiero de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra), en el primer semestre del año, los costos metalúrgicos crecieron un 31,8%. “La magnitud es superior a la inflación y a la variación del tipo de cambio nominal y afecta los niveles de rentabilidad de las empresas del sector”, asegura. Durante estos seis primeros meses del año, el Indec registró un aumento de precios del 25,3% y la depreciación del tipo de cambio oficial fue del 15,2 por ciento.

En diálogo con Tiempo, Arno enumeró: «Los insumos básicos ferrosos acumularon un aumento del 42% en los primeros seis meses del año, mientras que los insumos básicos no ferrosos subieron un 25%. Por su parte, la energía eléctrica registró una suba del 11% según el precio que releva Cammesa».

De acuerdo con los registros de Adimra, insumos específicos de gran peso en los primeros eslabones de la cadena metalúrgica tuvieron alzas significativas: entre marzo y septiembre pasados, el alambre registró un aumento en dólares del 45%, las placas laminadas en caliente registraron un aumento promedio del 29% de abril a octubre de este año y los tubos rectangulares promediaron un incremento del 17% entre febrero y septiembre.

«La situación se torna delicada, debido a que a pesar de que la industria metalúrgica, en términos agregados, ha recuperado, con variaciones, sus niveles de producción prepandemia y la demanda se está recuperando, el aumento en los costos no puede trasladarse en su totalidad a precios. De modo tal que muchas empresas metalúrgicas ven afectados sus niveles de rentabilidad», asegura el economista.

Los reclamos de Adimra valen para el conjunto de la industria liviana transformadora, sometida a la imposición de precios de sus proveedores de insumos, en general monopólicos u oligopólicos. Si en ese nivel los precios están desatados, aguas abajo, en las góndolas, se hace muy difícil de atajar para unos ingresos devaluados y en retroceso.

Los precios globales y el Estado

Los precios internacionales están en alza y se encuentran en sus máximos. En el caso de los alimentos, son los más elevados desde 2014, y en el de la energía, desde 2012. La estampida golpea a todos los países. Por caso, el ritmo de la inflación de Brasil se duplicó entre enero y septiembre, al pasar del 4,5% interanual al 10,25%, respectivamente, por las subas de los alimentos y la energía, que a su turno impulsan las subas del transporte y de todos los bienes y servicios vinculados.

En la Argentina, con el gobierno con el foco puesto en los precios de los productos de consumo  masivo, se pierde de vista este impacto y, por el contrario, en una decisión que puede tener impacto, se eliminan las retenciones a las exportaciones de bienes y servicios.

Un debate propio de una ciencia social

Los economistas consideran que son los únicos que pueden discutir las causas dela inflación. Desestiman cualquier otra aproximación. Esto se acentúa con los llamados ortodoxos, en general más cercanos al establishment, que consideran que los argumentos de sus oponentes heterodoxos rozan la mística.

En el caso de los controles de precios, estos últimos suelen hablar de la voracidad de los empresarios argentinos a la hora de imponer nuevos precios. Pero la pregunta inmediata es: ¿por qué los empresarios de los demás países no se comportan igual si de esta forma logran ganancias extraordinarias?

Pero allí entra en juego la historia y la conformación social de cada país. «Es cierto que en la Argentina aún no está definido su acuerdo de distribución de los ingresos», dice Nicolás Pertierra, de la CEPA. Pero advierte que la llamada puja distributiva es relativa: «Después de una pérdida del poder adquisitivo del salario del 30% durante el macrismo, la puja distributiva ya no está en escena», advierte.

Moroni: el salario gana

El ministro de Trabajo, Claudio Moroni, afirmó ayer que la suba de la inflación en septiembre «fue un mes muy particular» y aseguró que al Gobierno le «preocupa el dato de la inflación».

En una entrevista con la AM 750, el ministro precisó que «más del 90 por ciento de las paritarias le viene ganando a la inflación». En ese sentido, manifestó que «si hay que reabrir las paritarias, se hará» y sostuvo que «aún con este mes, los salarios le están ganando a la inflación».

Con todo, muchos sindicatos aun no lograron superar el nivel de inflación interanual que, a septiembre, era del 52,5 por ciento. Es el caso de docentes, prensa, gráficos, televisión, estatales y un largo etcétera. Incluso, en los casos en los que se definió una reapertura, la parte patronal se niega.