Los Simpsons y las premoniciones tienen un lazo histórico. En 1997, en el episodio “La guerra secreta de Lisa”, la niña y su hermano Bart van a una escuela militarizada y, al graduarse, realizan un juramento poco ortodoxo: “La mayor parte de la pelea real será llevada a cabo por pequeños robots. Recuerda que tu tarea será construir y mantener a esos robots”. Veinte años más tarde, el mundo ya debate la robotización de los trabajos y, sobre todo, cuál será el rol de las personas en esa sociedad que se avecina.

El vertiginoso avance de la tecnología encendió la alarma. A grandes rasgos, dos corrientes marcan el rumbo de la discusión: los más optimistas vislumbran un enorme crecimiento de la productividad, en una suerte de edén empresarial con costos muy bajos y alta competitividad, que llevará a una fase de extraordinario desarrollo, pleno empleo y bienestar social; los más pesimistas, por el contrario, advierten que esta nueva etapa de progreso tecnológico puede significar la destrucción masiva de puestos de trabajo y, por ende, un enorme incremento de los niveles de pobreza y desigualdad.

Una anécdota citada en el libro La carrera contra la máquina, de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, puede resumir el conflicto: en un encuentro con el sindicalista Walter Reuther, el magnate automotriz Henry Ford se regodeaba con las nuevas máquinas en su empresa: “¿Cómo vas a hacer para cobrarles la cuota sindical?”, preguntó irónico. Reuther contestó: “¿Y cómo vas a hacer para que estos robots compren tus autos?”.

“La inteligencia artificial eliminará entre el 50% y 65% de todos los trabajos en los países en vías de desarrollo”, afirmó el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, durante su reciente visita a la Argentina. “Esta dinámica vibrante va a generar nuevos trabajos, porque nuestra tarea no es tratar de preservar los empleos antiguos, sino crear nuevos, que van a necesitar nuevas capacidades. Entonces, vivimos un período de grandes preocupaciones, pero también de grandes oportunidades”, destacó.

Los investigadores Daron Acemoglu y Pascual Restrepo, en el informe “Robots y trabajo: señales en el mercado laboral”, concluyeron que la creación de empleo por la incorporación de robots en la industria estadounidense no alcanza a reemplazar los puestos perdidos. Para ellos, el “efecto de desplazamiento” supera al “efecto de productividad”. En números concretos, cada nuevo robot desplaza 6,2 puestos de trabajo. Es decir, la idea de construcción y mantenimiento de robots propuesta por Los Simpsons no llega tampoco a cubrir el déficit de empleo que puede generarse.

En la Argentina, entre los optimistas se encuentra el ministro de Trabajo, Jorge Triaca (h), quien expuso en agosto último en la Universidad Torcuato di Tella. “Hace un siglo, el 80% de los trabajadores se dedicaba a la actividad agrícola y ganadera. Hoy, ese número cayó al 30 por ciento. En el medio, hubo un proceso de industrialización. Los trabajadores fueron migrando hacia otras actividades y se crearon también trabajos de servicios que antes no existían, como el de manager digital, por citar un ejemplo”. Para Triaca, este proceso en ciernes tiene antecedentes similares y la sociedad lo ha resuelto de manera casi natural. “En el ministerio estamos trabajando en un eje de formación profesional continuo (…) El debate está abierto y va a estar direccionado no sólo por los avances tecnológicos, sino también por la capacidad, flexibilidad e inteligencia que tengamos como sociedad para entender esos cambios tecnológicos y prepararnos para el futuro, que va a estar vinculado a la adquisición de conocimientos, a la democratización de esos conocimientos y a las oportunidades de desarrollo en función de esos conocimientos”, dijo en relación con la educación de cara a la nueva era.

En este último sentido, la antropóloga en formación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA Samanta Fink, que centra sus estudios en la relación del trabajo y la tecnología, advierte: “No creo que el sistema educativo esté a la altura de enfrentar los nuevos desafíos de la era digital. Al menos, el Ministerio de Educación debería empezar por proveer a las escuelas una currícula de contenidos sobre el uso responsable de la información en Internet, para poder pensarla como herramienta”.

El economista Eduardo Levy Yeyati tiene una postura muy diferente a la de Triaca. “La revolución digital es algo muy distinto a todo lo que se haya visto hasta ahora. Hablamos de robotización de servicios. Ya no se reemplazará sólo el músculo del hombre, sino también su inteligencia. El concepto central a tener en cuenta es la Inteligencia Artificial. La automatización de servicios hace que surja una pregunta: ¿hacia dónde migrará ese trabajador? No se sabe. Por eso, muchos de los argumentos que rondan por el ‘ya pasó antes’, son errados”, advierte.

Sustitución y desplazamiento

Para Levy Yeyati, “la tecnología aumenta la productividad, genera riquezas y productos. Pero genera desafíos que van asociados a la sustitución y al desplazamiento”. El desplazamiento “significa que algunas tareas dejan de existir y otras vuelven a aparecer. Esto genera un peligro, porque el trabajador desplazado no es fácilmente reconvertible. El desplazamiento genera desempleo concentrado en determinadas ocupaciones e incluso en algunas zonas, que generan también déficits en otros lados”. La sustitución, en cambio, “es que directamente el obrero es remplazado por una máquina. Es importante calcularlo en términos de horas, porque si uno mira el desempleo en la Argentina, está estable, pero si se mira en términos de horas, ha caído. La pregunta es si vamos a trabajar las mismas horas. Pienso que habrá menos trabajo y se deberá pensar cómo hacer para atenuar esa caída”. En lo práctico, para lidiar con esta problemática, el economista plantea tres vías: “Promover a los sectores que generan más empleo, crear políticas activas de empleo y políticas de distribución de ingreso. Ninguna garantiza, por sí sola, que se van a mitigar los impactos de la robotización. Pero se puede empezar por ahí”.

Uno de los secretarios generales de la CGT, Juan Carlos Schmidt, desarrolló el concepto de “tecnología conveniente” (ver aparte) y resumió: “El desarrollo no es neutro, sino que responde a las necesidades objetivas de los grupos dominantes de poder. Todos los afectados por una transformación de estas características deben tener voz y voto en las decisiones, para que no sean unos pocos interesados los que decidan por todos”.

Los nuevos esclavos

En la Antigua Grecia, las personas libres dedicaban su tiempo al ocio, a las artesanías, al deporte, la política, la medicina y el arte. Quienes estaban abocados a la producción eran los esclavos. Algunas corrientes plantean que ese sistema podría regresar, con los robots ocupando el rol de los esclavos. Otros especialistas proponen un ingreso básico universal (IBU), que reemplazaría al salario para que los ciudadanos no pierdan su condición de consumidores. En un sentido similar, hay quien plantea que los ciudadanos no dejarán de trabajar pero sí perderán horas de trabajo y, por ende, ingresos, por lo cual recibirían un IBU como complemento.

Para la antropóloga Fink, “resulta difícil de creer que la robotización implique el fin del capitalismo como sistema rector de la actividad socioeconómica. ¿Acaso el sector corporativo encargado de desarrollar e implementar las nuevas tecnologías que reemplacen la mano de obra humana estaría dispuesto a pagar por el ocio y el consumo de una suerte de ejército de reserva improductivo? Creo que, en todo caso, la discusión pasaría por preguntarse qué es la productividad en la era de la digitalización, cómo los trabajadores trabajamos y hacemos uso de nuestros derechos. Sobre todo, teniendo en cuenta que el plano digital no está regulado aún; por ejemplo, desconocemos qué se hace con la información que brindamos a Google y Facebook, que es usada para generar ganancias a cambio de un “servicio gratuito”. Hoy en día, somos trabajadores pasivos no remunerados. Tal vez –concluye–, la transformación se produzca en ese sentido”. 