En el tablero de comando del gobierno, cada vez más cargado de luces de alarma, hay una que en estos días empezó a titilar con más intensidad: la aceleración de la inflación.

Los últimos reportes del Indec revelaron una mayor velocidad en el ritmo de aumento de los precios y también otras señales de que lo ocurrido en junio puede marcar tendencia para los próximos meses.

La ligan los más pobres

La suba de 3,7% en el índice de precios al consumidor del mes pasado recoge, como era de esperar, el impacto de la devaluación en los rubros más importantes, como el de los alimentos. El caso típico es el de las harinas, panificados y otros derivados del trigo, cuyos productores trasladan al mercado interno las mejoras de precio que podrían obtener si los venden en el exterior. Junto con el aceite de girasol, otro producto típicamente exportable, se destacan con nitidez entre los que más aumentaron en el listado de bienes que integran el relevamiento. También influyeron las alzas en las naftas, vinculadas al dólar y a los precios internacionales, y la actualización de tarifas del transporte en el área metropolitana, crucial para cumplir el objetivo oficial de reducir los montos de subsidios.

La variación fue más acentuada en el IPC núcleo, que subió 4,1 por ciento. Bajo esa denominación el Indec agrupa aquellos bienes y servicios que no están influidos por cuestiones estacionales ni por la regulación estatal. Esa franja comprende casi el 70% del relevamiento y para muchos economistas es el reflejo más puro del comportamiento de los precios, a tal punto que el Banco Central, durante la gestión de Federico Sturzenegger, siguió de cerca ese indicador para decidir su política monetaria y sus previsiones de inflación.

Más alarmante aún fue otro de los informes que difundió el Indec el último martes, referido a los precios al por mayor. Se trata del eslabón de comercialización anterior a que los productos lleguen a los hogares y que, más temprano que tarde, terminan influyendo en esa última etapa. En mayo, ese índice (IPIM en la jerga estadística) había subido 7,5% y preparó el terreno para la fuerte alza del indicador minorista que lo siguió. En junio, el IPIM aumentó otro 6,5% para totalizar 30,3% en el semestre y 44,1% en los últimos doce meses. ¿Se trasladará plenamente esa suba al consumidor final los precios al consumidor o la reducción de la demanda logrará amortiguarla?

La mirada atenta del FMI

Con ese panorama a cuestas, los precios al consumidor ya subieron 29,5% en los últimos 12 meses. Es una cifra sugerente. En primer lugar, porque está al filo de marcar un piso del 30% que supondría un escalón más alto que el de los últimos años para las expectativas de fijación de precios (por ejemplo, el 21% de variación interanual a fines de 2017). Además, porque si esos valores se mantienen dispararán la intervención del Fondo Monetario Internacional.

El acuerdo con ese organismo establece que la meta de inflación para este año es de 27%, con dos rangos de tolerancia. Si el incremento de precios supera en dos puntos esa banda (el caso actual), el Banco Central debe discutir con el staff técnico del FMI la política monetaria a implementar. Si lo sobrepasa en cinco puntos, la negociación pasa a ser directamente entre el gobierno y el directorio del Fondo y del resultado de esas conversaciones depende el desembolso de los siguientes tramos del acuerdo.

Aunque todavía hay un cierto margen para transitar antes de que la barrera del 32% quede rota, la titular de la entidad internacional, Christine Lagarde, marcó la cancha. «Desde nuestro punto de vista, la meta debe ser alcanzada. Las políticas decididas se implementan según lo planeado. Los objetivos son alcanzables. (La inflación) ha alcanzado un punto alto», dijo Lagarde, en su conferencia de prensa de ayer. «El cumplimiento de esas metas corresponde al Banco Central», se atajó el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, sentado a su lado.

Otra vez la pesada herencia

Por ahora, el relato oficial intenta quitar el tema de la agenda. «De ninguna manera vamos a aceptar que hoy hay más inflación que en los últimos años del kirchnerismo, cuando había cepo cambiario, debilidad institucional y precios deprimidos que lo único que generaron fue la destrucción de nuestra matriz energética», dijo en una entrevista con Radio con Vos el jefe de Gabinete, Marcos Peña, mezclando conceptos tan disímiles como las berenjenas y el dulce de leche.

Aunque lo asiste el beneficio de la duda gracias al desmantelamiento del sistema oficial de estadísticas durante el kirchnerismo, Peña obvió un dato clave: el primer año del macrismo fue el de mayor inflación (41%) desde la salida de la hiperinflación de 1990. Y en ese 2016 la devaluación del peso tras la eliminación del cepo cambiario fue bastante parecida a la de estos últimos tres meses. «

Seguirá la supertasa del Central

En su Informe de Política Monetaria, el Banco Central asumió la influencia que la devaluación tuvo en los precios. «La inflación se aceleró en el segundo trimestre de 2018 respecto del primer trimestre, alcanzando un promedio mensual de 2,8 por ciento. Este incremento fue causado principalmente por la depreciación del peso a partir de fines de abril», señaló el documento de la entidad que preside Luis Caputo. Sin embargo, el Central espera que una mayor estabilidad cambiaria ayude a reducir los índices. «A partir de una decisiva reacción de política monetaria, el BCRA considera en su escenario base que la inflación comienza a moderarse en julio y el tercer trimestre arroja un valor cercano al 2% mensual promedio», dice el informe. Eso sí, se anticipa el «mantenimiento del sesgo contractivo de la política monetaria». En otras palabras, seguirán las supertasas.