Mucho se ha discutido en estos días acerca de las causas y consecuencias de la devaluación (la más fuerte y veloz desde diciembre de 2015). Se la ha imputado a la estacionalidad (cobro de aguinaldos, vacaciones de invierno), a un cambio de carteras de inversores (subas de las tasas de interés internacional), a la “incertidumbre electoral” y a la falta de oferta de divisas por maniobras especulativas de los exportadores. Cada una de estos motivos explica una pequeña parte de la realidad. Pero no responden al interrogante de fondo: ¿por qué el gobierno dejó correr esta fuerte suba de la divisa? Lo indiscutible es que con muy poco la autoridad monetaria podía haberla frenado, y hasta revertido. De hecho, cuando “se decidió hacerlo” la logró casi instantáneamente. 

La devaluación fue una decisión de política económica. Lejos de la afirmación para incautos acerca de que “la divisa flota y el gobierno no interviene”. La pregunta que sigue es quién se beneficia: claramente los exportadores, los especuladores financieros que habían jugado al dólar cerrando el circuito del carrytrade en las semanas pasadas (ya Sturzenegger había tenido dificultades para renovar el astronómico monto de 500.000 millones de pesos en Lebacs y parte de ellas habían partido hacia opciones dolarizadas) y, más en general, todos aquellos que son capaces de “trasladar” (con ganancias de río revuelto) la devaluación a sus precios. ¿Pierden los especuladores que se quedaron en pesos? En absoluto, la mayoría de ellos (los grandes peces) están cubiertos con seguros de cambio. 

Pierden, eso sí, sin duda, los trabajadores, los jubilados, los que perciben planes sociales. La devaluación abrirá una nueva ronda inflacionaria que seguirá pulverizando su poder de compra. La enseñanza que nos deja todo esto: el dólar barato va contra la clase trabajadora (genera recesión, despidos), pero la devaluación también (provocando inflación).

 Del otro lado, los capitalistas ganan siempre (arbitrando entre la super-tasa y el dólar, especulando con las exportaciones o subiendo precios y márgenes de ganancia). Terminar con esta bicicleta especulativa requeriría de un cambio total de reglas de juego: nacionalizar la banca y el comercio exterior, para poner todo el ahorro popular y el manejo de las divisas al real servicio de las necesidades de la clase trabajadora y el pueblo.