«Pobreza cero», la promesa que naufragó en el ajuste

«Este punto de partida es sobre el cual acepto ser evaluado como presidente: por si pudimos reducir la pobreza en este gobierno». A fines de septiembre de 2016, Mauricio Macri se cavaba su propia fosa. Evaluar al gobierno de Macri por los índices de pobreza implica colocarlo como el peor gobierno desde el estallido de 2001.

Uno de sus latiguillos durante la campaña presidencial de 2015 fue la promesa de «Pobreza cero». Luego de asumir, el hoy mandatario saliente aclaró que no era una promesa sino más bien un horizonte, casi una expresión de deseo. En ningún caso, el lema se correspondió con las decisiones políticas tomadas en torno a la economía.

La política económica de Cambiemos fue, desde el primer día, contraria al desarrollo de los sectores más vulnerables. A la espera de la «lluvia de inversiones», el gobierno regó el terreno para la especulación financiera, en detrimento del sector productivo. Asimismo, aplicó un régimen tarifario durísimo en los servicios básicos, elevó las tasas de referencia, promovió las importaciones, quitó retenciones a la agroexportación, comenzó a tomar deuda y liberó al dólar de todo cepo. Este combo produjo un deterioro de la actividad económica, provocó la destrucción de empleo dando lugar al crecimiento de la informalidad, desarticuló el tejido industrial, bajó el nivel de recaudación y no pudo contener a la inflación ni al dólar. Esto decantó en una caída muy significativa del poder adquisitivo, tanto de salarios como de jubilaciones, asignaciones y demás. El impacto del ajuste sobre la pobreza ha sido brutal.

En cuatro años, cuatro millones de nuevos pobres

En 2003, Néstor Kirchner comenzó su mandato con un 48% de pobreza, según el Indec. Casi la mitad del país era pobre. Cuando dejó el cargo, el número había descendido al 27 por ciento. Desde 2007, ya sin datos confiables sobre inflación en el Indec –que luego se usan para medir la pobreza–, cobraron fuerza informes alternativos como el del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad Nacional de La Plata, que calculó la pobreza en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec y no en base a la inflación. Según el Cedlas, durante el primer mandato de Cristina Fernández, la pobreza se redujo en casi 10 puntos porcentuales, pero en el segundo mandato aumentó dos puntos. La estimación del Cedlas fija en 58% la pobreza en el inicio del ciclo kirchnerista. Se redujo hasta llegar a un piso del 27,4% en 2013 y para el primer semestre de 2015 estaba en el 30,1 por ciento. «Es posible que haya caído un poco más hacia finales de dicho año, pero no se cuenta con la información necesaria para estimar dicho valor (producto del apagón estadístico del inicio de la era Macri, por la restructuración del Indec)», asegura un informe del Cedlas.

Así las cosas, según distintos estudios privados, Mauricio Macri comenzó su mandato con la pobreza por debajo del 30 por ciento. La CTA la colocó en el 29,7%; la Universidad Católica Argentina (UCA), en 29 por ciento. Con Macri en el poder, luego de seis meses de apagón, las estadísticas del Indec volvieron a ser confiables. El primer dato oficial del renovado organismo apuntó una pobreza del 32,2% para el segundo trimestre de 2016. Los últimos datos del Indec durante  la gestión Cambiemos establecieron una pobreza del 35,4% para el segundo semestre de 2019. Las estimaciones privadas indican que para el final del mandato de Macri, se ubicaría entre el 38 y el 40 por ciento. En cualquier caso, estaría muy por encima del número con el cual inició su gobierno. Si se completa una suba de diez puntos porcentuales en la línea de pobreza (contemplando los 40,5 millones de habitantes que midió el Censo 2010), Macri dejaría unos cuatro millones de pobres más de los que había cuando asumió. De esa forma, su calificación como presidente sería pésima.

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(Foto: Diego Feld)

Break point: el acuerdo con el fondo monetario

Cambiemos planteó 2016 como el año de transición. Según el discurso oficial, «la pesada herencia» había que pagarla con «el esfuerzo de todos». En rigor, el gobierno de Macri habló de seis meses de sacrificio y que había que «esperar al segundo semestre» para ver «la luz al final del túnel». Luego, advirtió que el problema era más complicado de lo esperado y que el esfuerzo debía durar un año. En 2016, la pobreza terminó en un 30,3 por ciento.

En 2017, llegarían los «brotes verdes» y la «lluvia de inversiones». Además, unos entusiastas Federico Sturzenegger y Lucas Llach anunciaban que para 2018 la inflación estaría en el orden del «10 por ciento (+-2)». Fue el mejor año de Cambiemos. La inflación terminó en 24,8 por ciento. Las inversiones en dólares, aunque se instalaron en el sector financiero, generaron una breve primavera económica. Esto incluso le permitió al gobierno imponerse en las elecciones legislativas. En 2017, la pobreza terminó en un 25,7 por ciento.

Si hubiera sido un partido de tenis, Cambiemos estaba sets iguales. En 2018, se produjo el break point que marcó el rumbo hacia la derrota. Agobiado por la baja recaudación y por la fuga de los dólares que se habían volcado al sector financiero, el gobierno decidió acudir a un viejo conocido: el Fondo Monetario Internacional. El acuerdo con el FMI marcó un antes y un después.

El economista y exdiputado Claudio Lozano explica a Tiempo: «La pobreza estaba en un 25,5% en el primer trimestre de 2018 y saltó al 36,7% en el segundo trimestre de 2019. Son más de 11 puntos porcentuales que se traducen en más de cinco millones de personas que cayeron en la pobreza en apenas 15 meses. Ya es una foto vieja, porque a eso habrá que agregar el salto devaluatorio post PASO y los incrementos en distintos servicios que vinieron después, además de la remarcación de precios».

A partir del acuerdo con el FMI, hubo un derrumbe social en la Argentina, arrastrado por los distintos saltos cambiarios y por el impacto que estos tuvieron en los precios, que provocaron un fuerte deterioro del poder adquisitivo. «A partir de ahí, se dio la profundización de una situación en la que Argentina fue colocada en un cuadro de ajuste perpetuo que aún continúa. La política fiscal y monetaria recomendada por el FMI dio como resultado un fuerte proceso recesivo que, al mismo tiempo, bajó la recaudación, lo cual anuló el objetivo de déficit cero, lo cual requirió mayor ajuste del gasto público, lo cual profundizó el modelo recesivo, volvió a tirar la recaudación y se volvió a ajustar el gasto. Así, el país se convirtió en un perro que persigue su propia cola», analizó Lozano. En 2018, la pobreza terminó en 32 por ciento.

La peor parte aún no había llegado, ya que 2019 fue también letal. La economista y directora ejecutiva de la consultora Elypsis, Victoria Giarrizzo, apunta: «La pobreza subió muchísimo este último año. En el segundo trimestre fue del 36,8%, que son 16,6 millones de pobres y 3,7 millones de indigentes. Cuando dejás caer tanto la economía, sabés que los más afectados van a ser los más vulnerables. Este gobierno combinó inflación con recesión y los primeros que sufren las consecuencias son los que tienen trabajos en negro o precarios. El mayor problema fue la recesión económica, que afectó más a los sectores vulnerables, ya que derivó en el deterioro del empleo, con más miembros de la familia que salieron a buscar trabajo, y empleos más precarios».

El primer semestre de 2019 terminó con 35,4% de pobreza y 7,7% de indigencia. Para Lozano, 2019 terminará con un 40% de pobreza y cerca del 10% en materia de indigencia. Para Elypsis, terminará cerca del 38 por ciento. La proyección poblacional del Indec dice que a julio de 2019, en la Argentina viven 44,9 millones de personas. En ese caso, Cambiemos dejaría entre 17 y 18 millones de pobres y unos cinco millones de indigentes.

Dólar por las nubes, poder adquisitivo por el piso

El sociólogo Daniel Schteingart participó de un estudio que recalibró la pobreza durante la intervención del Indec. «La última estimación que hicimos dio que a fines de 2015 se ubicaba en un 26,9 por ciento. Esta suba de entre 10 y 11 puntos se debe principalmente a lo ocurrido desde marzo de 2018 en adelante, con los procesos de devaluación, básicamente. La inflación se dispara más allá de los ingresos y los hogares tienen menor poder adquisitivo. Esta caída refuerza la depresión económica porque consumen menos, caen las ventas y se generan despidos», resume.

La consultora Elypsis estima que entre 2018 y 2019 los ingresos medios del hogar cayeron un 14,8%, en el caso de los estratos bajos; un 11,6%, en los estratos medios; y un 11%, en los estratos altos. Del mismo modo, entre 2017 y 2019, los ingresos medios de la ocupación principal en los estratos bajos cayeron un 17,7 por ciento. Esto explica en buena medida la cantidad de nuevos pobres.

Diferentes varas para medir la misma pobreza

Schteingart se ha ocupado en distintos trabajos de problematizar las mediciones de pobreza, objeto de debate entre economistas, políticos e intelectuales, tanto a nivel local como internacional. «No existe una forma ‘verdadera’ de medirla. Siempre hay una dosis de arbitrariedad. Lo que sí hay son ciertos criterios para definir una línea de pobreza. Por ejemplo, no hay una definición natural sobre qué es una necesidad básica. Sí se puede decir que hay metodologías más ‘razonables’ que otras. En general, se toman en cuenta ciertas pautas de consumo de la población. Si esas pautas son de 1970, son más discutibles que si son las actuales. ¿Está bien poner alcohol en la canasta básica? ¿Está bien poner vacaciones y cine?», se pregunta Schteingart ante la consulta de Tiempo.

Al comparar entre países, se debe prestar atención a que las mediciones sean realmente compatibles y así evitar caer en furcios del tipo «Argentina tiene menos pobres que Alemania». Para Schteingart, «si un país define como ‘petiso’ a todo el que mide menos de 1,40 m y otro país lo define como todo el que mide menos de 1,60 m, si midieras 1,50 m serías petiso en un país y no en el otro».

En el mismo sentido, apunta, «también hay criterios metodológicos de cómo se valoriza la canasta básica y cómo se componen los ingresos del hogar. Dos ejemplos: economías de ‘escala del hogar’ y la distinción entre inquilinos y propietarios. Economía de escala usan países como Uruguay y Chile. Se asume que a medida que un hogar es más grande, hay ciertos gastos que se licúan en términos per cápita. Por ejemplo, Internet o TV por cable; si vivís solo, pagás mil pesos, y si vivís con alguien más, pagás $ 500. Esa metodología te baja la pobreza porque los hogares pobres son más numerosos. Algo parecido ocurre con el alquiler. Hay una parte de la canasta del Indec que, se infiere, es el alquiler. Esto subestima la pobreza en inquilinos y la sobrestima en propietarios. Otras mediciones, a los hogares propietarios les añaden un ingreso que sería el equivalente al alquiler, para compensar. Esta manera también baja la pobreza. Por eso, países como Chile y Uruguay tienen menos pobreza que la Argentina».

Del hambre cero a la inseguridad alimentaria

A fines del ciclo kirchnerista, el fundador de Red Solidaria, Juan Carr, celebraba que «nunca se había estado tan cerca del hambre cero». Luego de cuatro años de Cambiemos, la realidad es muy distinta. El informe «El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2019», elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), advirtió que una de cada tres personas padece en el país la falta de acceso continuado a alimentos: unos 14,2 millones de argentinos. Es decir, 5,9 millones de personas más que en el período 2014-2016, cuando la inseguridad alimentaria moderada o grave afectaba a 8,3 millones. El hambre, que sufría el 19,1% del total de la población, en sólo dos años pasó al 32,1 por ciento.

La cifra representa un brutal aumento del 71% en la cantidad de individuos con falta de acceso a alimentos, uno de los incrementos más altos registrados en el período a nivel mundial, similar al de países como Níger, Egipto, Sierra Leona y Botswana, en África, o Tayikistán y Afganistán, en Asia. El estudio, presentado el pasado 15 de julio, fue elaborado por cinco organismos multilaterales: la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), Unicef, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

«Se podría eliminar el hambre con la AUH con el nivel que establece el Indec para la indigencia: 6900 pesos. Eso implica que ningún hogar estaría por debajo de la línea de indigencia. Eso equivale al 4% del PBI y al 9% del gasto público total agregado. En el marco del planteo de Argentina sin Hambre, se puede plantear una cruzada que permita poner en marcha algo de esta naturaleza, ya que además esto actuaría como estímulo inmediato de la demanda interna», asegura Lozano.

Los argentinos pobres, cada vez más pobres

«Es una vergüenza que la Argentina vuelva a tener estos niveles de pobreza. Son tres millones y medio los argentinos que no tienen baño en la casa; tres millones que son vecinos a basurales, con todo lo que eso implica. Es alarmante la cantidad de gente sin agua potable y de chicos que han dejado el colegio», alertó Giarrizzo.

Para la especialista, el abordaje de la problemática no debe ser una mera cuestión de números. «Tenés que convivir con la pobreza para poder resolverla. Se necesitan especialistas que tengan empatía con la situación y no solamente ver los números. Si no, no hay forma de resolverlo. Por ejemplo; hay muchos barrios con agua potable, pero el servicio llega hasta la puerta de la casa. Falta lo que se llama ‘la última milla’, y el Estado se tiene que hacer cargo. Aun si lo querés ver desde una óptica costo-beneficio, te ahorrarías muchísimo en atención médica por cuestiones de higiene», ejemplifica.

El informe de Condiciones de Vida del Indec afirma que 3,4 millones de personas no tienen baño con descarga en la vivienda y 1,4 millones viven sin agua.

El futuro, acosado por la inflación y las deudas

El presidente electo Alberto Fernández repite que para salir de esta crisis hay que «poner plata en el bolsillo de la gente». Esto impactaría de lleno en la pobreza y, al menos, cortaría la hemorragia.

El país está paralizado. Tiene una fuerte capacidad ociosa, equivalente a casi la mitad de su parque productivo, lo cual significa que estaría en condiciones de duplicar la producción sin inversión. Con una política que ponga en marcha estímulos fiscales y monetarios que recompongan en parte la demanda en el mercado interno, la Argentina podría salir a flote. Pero enfrente hay dos cucos que sortear: la deuda con el FMI y la inflación.

«Hay que replantear la relación con el FMI. El país necesita suspender pagos por los próximos dos años, para recuperar actividad económica, ya que no hay ninguna posibilidad de afrontar los compromisos como están planteados. Hay que aprovechar el hecho de que la deuda tomada es absolutamente irregular. Se tomaron 100 mil millones de dólares, de los cuales se fugaron 84 mil millones, y el acuerdo en sí está muy flojo de papeles, tanto desde el lado argentino como desde el lado del FMI», apunta Lozano.

«Se necesita un sistema de acuerdo y regulación de precios que permita recomponer poder adquisitivo, fundamentalmente en términos de salarios, jubilaciones y planes sociales, que son los que de alguna manera van a mover el mercado interno –concluye el economista–. Debe haber un sistema de control y de regulación de las principales cadenas de valor que permita evitar maniobras de boicot oligopólico. Y además, un control muy estricto de las divisas que ingresan al Banco Central, para poder administrar el valor del dólar de acuerdo a la necesidad que plantee la estrategia de política económica». «