La intervención del Banco Central en el mercado cambiario para sostener el precio del dólar (ya compró U$S 160 millones en cuatro ruedas) es uno de los elementos significativos del panorama financiero en el flamante 2019. La medida no fue sorpresiva, ya que la entidad había anunciado los límites de la zona de no intervención y la divisa estadounidense venía coqueteando hace algunas semanas con el borde inferior de esa franja. Su concreción, de todas maneras, podría considerarse un éxito para la meta de ponerle coto al billete que se había fijado Guido Sandleris cuando asumió al frente de la entidad, en septiembre del año pasado. En ese momento el dólar tocaba los 42 pesos y nadie se animaba a predecir su techo. Este martes el mayorista cerró a $ 37,10.

La caída viene siendo empujada, además, por la férrea política monetaria del Central, a través de dos vías. Una es la altísima tasa de interés en términos reales, que incentiva a realizar colocaciones en pesos con rentabilidad asegurada sobre la inflación. La otra es el congelamiento de la base monetaria a niveles de septiembre del año pasado: para mantenerla, el BCRA retira de los bancos el excedente de dinero y a cambio les entrega Letras de Liquidez (Leliq), con un jugoso rendimiento que sirve de referencia para el mercado. Ambas tácticas debilitan la demanda de dólares.

El mérito de la estrategia se agota en fijar un tipo de cambio más o menos estable. En cambio, al ingresar en la economía real, los efectos que la falta de liquidez causa sobre el crédito y la actividad productiva son asfixiantes. La carga de la financiación para las empresas, sobre todo para las pequeñas, es altísima y torna inviable cualquier proyecto de inversión, lo que agudiza la recesión.

El informe monetario mensual que sacó el Central la semana pasada es claro al respecto. Los préstamos al sector privado en diciembre crecieron apenas 19% nominal con relación a un año atrás, lo que se convierte en una reducción neta del 19,4% si se descuenta la inflación. Las caídas fueron más fuertes en los rubros de redescuento de documentos y adelantos en cuenta corriente, los más utilizados por las empresas para financiarse; las tasas para esas líneas promediaron el mes pasado 71% y 65%, respectivamente. Para los individuos, el interés promedió el 64% anual y por eso los créditos tomados cayeron 18% en términos reales.

¿Bajarán las tasas? Difícil que ello ocurra si los bancos siguen cobrando un premio de 57% anual por las Leliq, ya que ninguno prestará dinero a un particular por un interés menor. Es tan cierto que ese piso descendió (hace tres meses estaba en 74%) como que la autoridad monetaria prefiere pecar por lenta antes que por ansiosa: en los últimos 30 días y a pesar de la estabilidad cambiaria, sólo lo bajó un punto y medio. Por ahora, su única concesión fue eliminar el mínimo del 60% autoimpuesto en octubre, a la vista de que las encuestas de mercado reflejaron una reducción en las expectativas de inflación. Fuentes del organismo dejaron trascender que prefieren mantener ese nivel elevado pero firme, en lugar de bajarlo y tener que subirlo otra vez a partir de marzo o abril, cuando los exportadores de granos comiencen a liquidar divisas.

La pereza en flexibilizar esa política, está claro, radica en la necesidad de fijar alguna certidumbre cambiaria que despeje dudas para el mediano plazo y, de paso, sea funcional a las necesidades del gobierno en un año electoral. En ese altar se sacrifican pymes, empleos y cualquier intento de reactivación. Esas cuestiones parecen estar fuera de la responsabilidad del Central. Aunque su conducta cause daños gigantescos para el conjunto de la economía y para millones de argentinos.