Fue el  James Dean rockero y brasileño de la década del 80 que cumplió con el lema: “Vive velozmente” y tendrás un hermoso cadáver”.  De hecho,  una de sus canciones más populares entona  dulcemente: “Vida loca, vida breve / Ya que no puedo llevarte yo quiero que vos me lleves”. Y el título de otra que es famosa en Argentina por la versión de Bersuit  Vergarabat reza El tiempo no para (1988).

Agenor de Miranda Araújo Neto nació el 4 de abril de 1958 en Río de Janeiro. Pero siempre fue Cazuza, expresión que se usa en el nordeste para muchacho.  Hijo  de una familia acomodada de Leblon, de padre director de una productora musical, los más importantes nombres de la música popular como Elis Regina, Gal Costa, Caetano Veloso y Gilberto Gil, eran habitúes de su casa. Su camino hacia la música era cantado. Lo imprevisible fue su inclinación hacia la marginalidad: “Ser marginal es una decisión poética. Los marginales están más cerca de Dios. Toda oveja descarriada ama más, odia más, siente todo más intensamente. Yo dejo de ser burgués cuando canto”. Sus ídolos eran Rimbaud, Kerouac y Burroughs.

Cazuza comenzó a mostrar signos de su rebeldía en la adolescencia cuando Brasil sufría las consecuencias de la dictadura militar. Dueño de una belleza erótica, de rizos negros angelicales y pinta de vagabundo con sus ropas hippies y sus jeans gastados se unió a la banda rockera Barão Vermelho. Uno de sus primeros éxitos, cantado inmediatamente por Caetano Veloso que lo ensalzó como el poeta de su tiempo fue “Todo el amor que existe en esta vida”.  En ella cantaba: “Quiero la suerte de un amor tranquilo /Con sabor a fruta mordida,…/ Ser tu pan, ser tu comida / Todo amor que exista en esta vida/…Y algún veneno anti monotonía…/”. Para Cazuza el amor y la vida eran carne para gozar, para comer y beber con los dientes y la lengua cual caníbales.  

 Como Federico Moura, líder de Virus, y con quien su vida tiene puntos en común, Cazuza supo cultivar un estilo romántico y sensual y algunas de sus letras hablan de encuentros sexuales y de otros goces de la carne nombrando hasta los genitales. Si Moura hizo en Luna de miel en la mano un verdadero canto a la masturbación y en El probador contó un affaire en un negocio de ropas, Cazuza –ya como solista- fue más radical cantando su pasión por los varones que “levantaba” tanto en las ardientes playas de Copacabana como en los suburbios de Lapa (“Lo quiero a él, muchacho triste/ lo quiero a él / detrás de él”). A su vez declaraba tener sexo tanto con varones como mujeres, solo por placer y gustar de las drogas en una sociedad y un tiempo a la vez desmesurados y mojigatos. Mojigatería que retorna actualmente desde el discurso oficial  condenatorio de Bolsonaro contra el sexo y en las novelas subsidiadas por los evangélicos como Moises o Jesús. En cambio su canción Brasil

fue la apertura musical de la novela Vale todo (1988), que es considerada premonitoria del auge de los valores neoliberales de la década del noventa y de la corrupción del gobierno de Collor de Mello (“Brasil / muestra tu cara/ … Mi tarjeta de crédito es una navaja”).

Más allá de su contribución en la lucha por la conquista de los derechos sexuales y a la defensa de todo placer que no osa decir su nombre, mérito que comparte con artistas como Renato Russo, Ney Matogrosso –amante esporádico y amigo eterno- y su productor Ezequiel Neves –coautor de algunas canciones y cómplice de aventuras desenfrenadas-, Cazuza es recordado por sus temas revulsivamente políticos.

Fue particularmente el portavoz de una generación que, al contrario de la de los sesenta no creía en la revolución y por eso en una de sus canciones más icónicas reclamaba: “Ideología / yo quiero para vivir” (Ideología, 1988). Para Cazuza a la juventud sin utopías de su época solo le quedó la opción de las drogas como salida personal del mundo sin corazón.

Cuando Tancredo Neves, es elegido primer presidente democrático desde el golpe militar de 1964, Cazuza cree que un nuevo sol nace en Brasil. Sin embargo, las esperanzas se truncan cuando Neves muere antes de asumir y unos años más tarde es asesinado por terratenientes el líder ecologista y militante sindical Chico Mendez. Tanto en El tiempo no para, verdadero himno contra el sida y las injusticias de clase, como en su siguiente disco, Burguesía (1989), se vuelve contra su clase social de pertenencia (“Tu piscina está llena de ratas”). Decepcionado, en un recital escupe sobre la bandera de su país natal. “El único país de América Latina que tiene la cabeza erguida es Cuba. La gente en Brasil agachó la cabeza con el FMI y los Estados Unidos”, declara, a la vez que canta: “Nos llaman maricones, ladrones, drogadictos y ellos vendieron el país entero para ganar más dinero”

Tras conocer su infección por HIV, fue, junto con el guerrillero y militante gay Herbert Daniel, el primero en decirlo públicamente a la vez que cantaba “Mi placer es riesgo de vida” o expresaba en entrevistas el deseo de autoinmolación que parecen tener los jóvenes rebeldes: “Yo quise tener sida”. Poco antes de morir, despiadadamente, la revista Seja publica fotos de su rostro demacrado anticipando tiempos más oscuros de la prensa mediática. Su madre que siempre lo defendió orgullosamente preside una fundación para ayudar a niños infectados por HIV que se llama Viva Cazuza. Murió el 7 de julio de 1990, pero el poeta vive en sus eternos 32 años entre los marginales a los que cantó tan exageradamente como vivió su vida.