Hay diferentes formas de ser original. Una es inventando algo nunca antes visto o escuchado. Otra puede resultar de la mezcla de varios ingredientes que por alguna razón nadie había combinado, que produce un nuevo efecto, admirado y celebrado. Alejandro Dolina dio con esa fórmula. Se pasó sus trasnoches haciendo radio a la vieja usanza: con música en vivo y público presente. Y fue por más: durante 35 años recorrió teatros de todo el país y también del exterior. Pero la radio itinerante se cortó en seco, como tantas cosas a partir de la pandemia. Ahora hace La venganza será terrible por videoconferencia desde su casa y teme que algunas cosas ya no vuelvan a ser como antes.

–Por ahí estamos cinco años sin que se pueda volver al teatro como lo hacíamos antes, pero no lo sé, no estoy haciendo una premonición. En todo caso, nos tendremos que acostumbrar a nuevas modalidades de concurrencia.

–Durante la gripe española, entre 1918 y 1920, también se cerraron los teatros, pero después volvieron. ¿Eso no le da esperanza?

–Así fue. Duró casi dos años el cierre de teatros en todo el mundo. Lo que posiblemente no vuelva sea el amontonamiento en los boliches, por ejemplo, y a lo mejor está bien que no vuelva, quizás no es una buena costumbre y por ahí se establecen otros protocolos que son más parecidos a los que estamos viviendo ahora en pandemia.

–¿Se hará costumbre esto de andar con barbijos por la calle?

–Al principio de la pandemia parecía innecesario y de golpe se convirtió en necesario. Probablemente haya más cambios como esos. La ciencia que tanto admiramos en las revistas se revela en una cierta impotencia también: esa idea de que “en Estados Unidos han construido un avión que viaja a tantos kilómetros por hora y han creado un aparato que esto y lo otro”, pero resulta que aparece una enfermedad que nos pone de rodillas a todos y la respuesta no es rápida ni brillante.

–No están esas respuestas pero esto llevó al mundo a reflexionar sobre la poca importancia que se les estaba dando a la ciencia y la salud pública.

–Totalmente. Hasta este momento teníamos cierto aire de superioridad porque creíamos que ya teníamos todos los problemas resueltos. Eso ha cedido. Por otro lado, cierto descuido con la salud pública también va a tener que ceder porque nos dimos cuenta de la importancia que tiene. Muchas gestiones postergaron a la salud. Espero que de eso se aprenda algo.

–También hay mucha negación.

–Sí, mucha negación. Algunas de las manifestaciones que se hicieron no eran políticas. Una de las que se hizo en el Obelisco no era de la oposición: era una manifestación anticuarentena totalmente absurda, llena de terraplanistas, mormones, qué se yo, que negaban el virus… Es muy curioso cómo se visibilizan cosas que llaman la atención por su extravagancia, por no decir otra cosa.

–Como los que se flagelaban en la época de la peste negra.

–Algo así. Conviene recordar que en la época de la peste negra aparecían brujos, saltimbanquis y curanderos que pretendían tener panaceas universales, y también personas que empezaban a perseguir a los extranjeros, a quienes profesaban otras religiones: todas esas cosas que son propias de la condición humana.

–Que ahora aparecen más disimuladas.

–Sí, pero cuando uno abre la puerta aparece un tipo que dice “yo no voy a usar barbijo, quién me va a obligar a mí”. No se trata de obligar a nadie, se trata de una situación que hay que resolver del modo más razonable.

–Hay una frase que se escucha bastante: “A mí nadie me va a decir cómo tengo que cuidarme”.

–Quien lo dice no se da cuenta de que tiene mucho de comedia. Ese tipo es un personaje clásico: “A mí nadie me va a decir por qué tengo que cruzar cuando está la luz verde, quién va a avanzar sobre mi libertad”, y resulta que esos tipos viven totalmente esclavizados y ni se dan cuenta. Están esclavizados por su propio egoísmo y su propia pobreza intelectual. Además, tampoco se percatan de que están esclavizados por la sociedad: “¡Quiero ser libre, quiero ir a Miami o a cualquier parte que se me ocurra!”. Y resulta que gana diez lucas por mes. ¡Es mentira que puede ir a Miami! Esas libertades declarativas que tiene este neocapitalismo en su forma más cruel, hasta diría que es gracioso, porque creen que con el derecho a hacer algo ya está. Es mentira: tenés el derecho nominal de hacer algo, pero no lo podés hacer porque estás sometido a otros poderes mucho más fuertes que no te dejan hacer ni eso ni cosas mucho más sensibles. Esa cortedad de ingenio, de no darse cuenta y al mismo tiempo tener una actitud aparentemente combativa y beligerante cuando en realidad estás adaptándote a las injusticias más tremendas de los sistemas, tiene algo de comedia.

–Hay conceptos que se apropian y se usan de manera errónea, como la palabra derecho, por ejemplo.

–En las discusiones se usa mucho: “¿No tengo derecho a opinar?”. Claro que sí, a lo que no tenés derecho es a exigir que los demás estén de acuerdo. Hay muchas palabras que se apropian mal: “Yo creo que la Tierra es plana y vos tenés que respetar todas las opiniones”. ¡No es verdad! El respeto implica una consideración, cualquiera puede pensar lo que quiera, en el área del pensamiento la ley no puede intervenir, no va a ir la policía a molestarte, pero el respeto es otra cosa. Que yo tenga una consideración intelectual por alguien que a pesar de todas las pruebas no se da por vencido y sigue pensando que la Tierra es plana, creyendo que eso es una forma de pertinacia, que tiene que ver con el coraje, y no una forma asombrosa de la no inteligencia, eso para mí no tiene nada que ver con el respeto.

–¿En ese rango entrarían los anticuarentena o los antivacunas, cuya actitud resulta peligrosa para el otro?

–Los buenos burgueses no suelen estar acostumbrados a situaciones de emergencia, especialmente en países como el nuestro, porque no las han vivido o porque, si las vivieron, se han olvidado. Cuando hay situaciones extremas, esta clase de espíritu contraventor de exaltación del individualismo y pretensión de libertad es muchas veces contrario al interés general. Es una pandemia, una emergencia verdadera. Estamos en un incendio, hay que evacuar un edificio y viene un tipo y dice: “A mí no me podés sacar de acá porque estás contraviniendo el artículo 14 de la Constitución y yo hago lo que quiero”.

–¿Este odio creciente se debe al temor a perder privilegios?

–Claro, seguro. El mundo ya es así, ya está funcionando de esta manera. No era así en épocas del verdadero capitalismo, donde había algunos tipos que, por más que no fueran ni siquiera bondadosos, tenían un poder de decisión que a veces, sólo por preservar sus privilegios, lo usaban con más inteligencia, porque sabían que si la desigualdad era muy grande, esos privilegios iban a colapsar. Algunos barones de la industria levantaban el pie del acelerador y trataban de buscar por lo menos un equilibrio entre su apetencia y el funcionamiento general del capitalismo, sabían que el capitalismo estallaba si ellos aumentaban su apetencia a niveles insostenibles. Bueno, ahora no, ahora el supercapitalismo no hace otra cosa que apretar y apretar el acelerador. Hoy el mundo sufre una desigualdad escandalosa, inmoral e insostenible: no se puede seguir mucho tiempo más así.

–En aquel sistema, mala o buena, había una idea de producción, ahora todo es timba.

–Esa es otra cosa que ha cambiado. Ahora la idea no es fabricar muchos automóviles y venderlos. Vendemos un millón de Ford T, ¡y claro que es extraordinario eso! Pero cuando el poder lo tienen y la guitarra la tocan exclusivamente los especuladores, ahí estamos al borde del colapso, de un mundo que funciona en virtud de sombras, de fantasmas. Así vivimos, y tratamos de combatir eso, pero al mismo tiempo tratamos de que esto no se convierta en una carnicería. El mundo sigue en riesgo, nosotros poco podemos hacer, pero tratemos de atajar cada vez mejor. Una vez le preguntaron a Antonio Roma, el histórico arquero de Boca, siempre digo esto porque me parece una cita muy divertida: “Antonio, ¿qué puede hacer usted?, ¿cuál es su contribución al país?”. Y Antonio Roma dijo: “Atajar cada vez mejor”. Y no está mal, hagamos lo que hacemos cada vez mejor.

Un programa de radio que sigue haciendo historia

Demasiado tarde para lágrimas empezó el 2 de abril de 1985. Iba de martes a sábado de madrugada, un horario en el que la emisión se dejaba librada para la música o para novatos y desconocidos. Acompañado por Adolfo Castelo en el micrófono, “el programa de Dolina” creció a base del boca a boca, sus oyentes se multiplicaron, cambió el nombre a La venganza será terrible, se mudó de dial en forma reiterada, cambió los estudios de radio por teatros, tuvo diferentes partenaires y convirtió a la medianoche en un horario muy sintonizado. Con 35 años al aire, tiene la particularidad de explorar lo espontáneo y la improvisación dentro de un formato que se mantiene prácticamente igual al de sus inicios. Consta de tres segmentos: en el primero se lee un texto que puede versar sobre temas variopintos tales como “Mamá, quiero ser mochilero” o “Cómo comportarse en una fiesta en altamar”; el siguiente se dedica a un personaje histórico; y en el último interpretan temas musicales a pedido del público.
En La venganza será terrible hay risa, hay música, hay reflexión, pero no se habla de política: sin embargo, a Alejandro Dolina lo suelen llamar de distintos medios para que exprese su opinión sobre la coyuntura del país. ¿Por qué?
“En esta época en que prevalece lo periodístico, lo editorial, a estos tipos les extraña que un programa no tenga un propósito político. Sin embargo, a pesar de que La venganza será terrible no tiene un contenido político ni se ocupa de eso, saben que nosotros tenemos alguna clase de opinión y les interesa conocerla. Nosotros no jugamos mucho con eso, pero si a mí me preguntan, yo contesto: ‘No hay ninguna razón moral que impida que se les cobre más impuestos a los que más ganan’. Me parece que eso te ubica en algún lugar. Y yo creo que muy por abajo en el contenido del programa hay una sombra más filosófica que política que muestra de qué lado nos acostamos. Todos tienen que saber que nosotros estamos del otro lado del neoliberalismo y que básicamente abogamos por un Estado inclusivo, que intervenga para tratar de socorrer a los que menos tienen”.

Conservadores y glamorosos

Cuando Alejandro Dolina comenzó con su mítico programa, la democracia recién había vuelto a la Argentina luego del triunfo electoral de Raúl Alfonsín. El país era como una isla que pugnaba por los Derechos Humanos mientras en el resto de la región los militares seguían en el poder. Hoy, con otros actores y otras reglas de juego, se vive un esquema similar.
Para Dolina, este péndulo es una constante en el mundo. “Hace muchos años la juventud realmente detestaba la sociedad de consumo, la combatía y hasta la miraba con desprecio. En la época de Alfonsín parecía que nos ventilaban unos aires democráticos: todos estábamos de acuerdo con la democracia y en combatir aquello de lo que habíamos salido. Recuerdo la época de los hippies, incluso en otros países pasaban y te hacían la V, no porque fueran peronistas sino porque era un sentimiento de la juventud oponerse a los valores ultracapitalistas de la sociedad de consumo. Ahora, desgraciadamente, sucede todo lo contrario: lo glamoroso es ser conservador, son más los que buscan negocios que los que buscan justicia, se multiplican los que creen que los pobres son personas que molestan, que se apoderan de nuestros haberes con sus subsidios y solicitudes. Eso está en todo el mundo. Si no fuera porque muchos pensadores y pueblos mantienen viva la lucha, no la lucha por el Partido Comunista como dicen algunos imbéciles que no saben diferenciar el aserrín del pan rallado, sino porque nos parece que este mundo así como está es demasiado injusto», asegura el conductor radial y escritor.
Pero Dolina también destaca que «hay mucha gente que por suerte piensa, lucha, trabaja, escribe, que hace cosas ingeniosas pensando en ver si se puede revertir esto, o por lo menos hacerlo un poco menos escandaloso. Nosotros humildemente trabajamos aunque sea haciendo fuerza con ese deseo: hacer verdaderamente un mundo mejor. Este mundo, en el que se ha instalado mayoritariamente la sociedad capitalista de Occidente, es una porquería”.